DESCRIPCIÓN Y ETAPAS
El concepto de “bosques y monte bajo” va a ser aplicado a todo aquel tramo del Camino que no alcance los 1.200 metros de altitud con excepción de los páramos castellano-leoneses entre Rabé de las Calzadas (en Burgos) y Hospital de Órbigo (en León) que merecerá un capítulo aparte. Así, con sus aproximadamente 514 kilómetros, ello supone el 68 % del total a recorrer o, si siguiéramos -tras llegar a Compostela- hasta el “Finis Terrae”, el 73% del conjunto (y ello sin contar porcentualmente con el tramo francés).
Como podemos comprobar, la mayoría del camino discurre por placenteros
bosques y zonas de monte bajo que amenizarán, con su variedad y riqueza
paisajística, nuestros pasos.
En Francia (si comenzáramos, al menos, en Saint-Jean Pied-de-Port) el
verdor será el auténtico protagonista; un verdor que lo envuelve todo y
configura una estampa agradable en extremo. Pequeñas florestas de castaños,
robles, abedules y hayas se encuentran bien definidos en un conjunto armónico
de poblaciones, granjas, cultivos, prados y bosques.
Llegados a este punto, cabría preguntarse si tal vez fuese conveniente
comenzar allende los Pirineos. Creo que la respuesta es contundente: sí, sin
duda. Es curioso que existan guías “completas” del Camino que obvien el tramo
francés de una manera inexplicable. Con ello empobrecemos nuestra visión del
fenómeno jacobeo el cual, no lo olvidemos, tomó un verdadero auge como
consecuencia del decidido apoyo de la Orden de Cluny y, por ende, fue
determinante en la inmensa popularidad que alcanzaron los caminos en todo el
occidente cristiano para conseguir llegar a la tumba del Apóstol. Toda Europa
era una inmensa malla de andaderos que se dirigían hacia dos confluencias
principales para su entrada en España: los caminos que, juntándose a la altura
de Ostabat, permitían salvar los Pirineos por el Alto de Ibañeta o por los
puertos de Cize, para confluir en Roncesvalles, y los caminos que se dirigían
hacia el puerto de Somport. Ignorar o menospreciar esta realidad es cercenar su
huella histórica.
Pero volvamos a nuestros bosques y monte bajo.
Navarra teje una hermosísima urdimbre de bosques casi vírgenes y prados
alpinos de bucólica estampa. En efecto, el aspecto que presentan lugares como
Erro o el recorrido entre las umbrías del río Arga no debe de diferir mucho del
que antaño se encontraran los esforzados peregrinos transpirenaicos. Hayas,
abedules, robles y pinos tapizados por innumerables helechos y extensas hiedras
serpenteantes, que abrazan, vistiendo, los desnudos troncos y ramas de los
árboles, se presentan por doquier. Tierra de murmullos y siseos, de intuiciones
y melancolía, de sobrecogimiento y embeleso.
Precisamente en la época hibernal, si nos levantamos temprano y salimos
atentos a todos los guiños que la naturaleza nos ofrece, podremos disfrutar del
extraordinario espectáculo ofrecido por la escarcha. Plantas, ramas, postes,
hojas, laderas y escarpes ofrecen un espectáculo asombroso. Con sus perfectas
formaciones cristalinas, la escarcha cubre y decora cuanto nos rodea. Por la
noche, el frío hálito se ha encargado de grabar todo un escenario que destila
una sutil y efímera poesía. Si madrugamos, pues, seremos testigos privilegiados
de un mundo de ensueño que, evanescente,
se ocultará al poco de mostrarse.
El siguiente gran bosque con el que nos encontraremos será el de los
Montes de Oca. Soberbio ejemplo de lo que en el Medievo debían de sentir
aquellos hombres que, con muy diferentes motivos, se aventuraban en un sin par
recorrido lleno de incógnitas y temores. Aun hoy en día, con un cielo gris y el
soplo ventisco ululando entre las ramas, no podremos dejar de sentir una cierta
inquietud magnificada por la soledad y la frondosa masa vegetal que nos
circunda. Con una altitud media de unos 1.100 metros, no es raro encontrar algo
de nieve que contribuya a dichas inquietudes abstractas e irrefrenables. Las
lagunillas provenientes del deshielo o de las recientes lluvias, forman
pequeñas “áreas pantanosas” en los bordes del camino acentuando, si cabe, la
belleza del lugar y poniendo un nuevo halo de misterio que nos retrae,
inconscientemente, a épocas pretéritas. Los robles rebollos, hayas y pinos de
repoblación nos acompañarán con sus siempre insinuantes contornos. A lo largo
de varios cortafuegos, el camino avanza hacia el monasterio de San Juan de
Ortega el cual, de pronto, se presenta ante nuestra vista alentándonos a salir
del espeso bosque que nos ha perseguido y engarzado durante las últimas horas.
Este tramo es, ciertamente, de una grandiosidad considerable. Lástima
que no podamos terminar la jornada en San Juan de Ortega pues el albergue no
reúne condiciones para pernoctar en el invierno; aunque, según las últimas
noticias, hay proyectos que posibilitarían su apertura en los meses que nos
ocupan. Desde aquí hacemos votos para que así ocurra; aunque, de momento,
deberemos continuar hasta Agés, a pocos kilómetros de distancia.
Ya las siguientes masas forestales, los siguientes tramos en los que
podamos disfrutar de la rumorosidad que producen las hojas al agitarse al soplo
de la más leve brisa, los siguientes horizontes circunscritos a pocos metros de
nosotros, no se volverán a dar hasta que lleguemos a Galicia. Hasta ahí,
habremos atravesado bosquetes o monte ralo que salpicará el entorno de cuando
en cuando pero que, en ningún momento, habrán constituido espesuras de
consideración.
Desde el mítico “Cebreiro” hasta Compostela, nos encontraremos con masas
forestales que salpicarán nuestro camino en pos de la ya cercana meta o, para
muchos, punto de partida en ese otro camino, mucho más difícil, de nuestro
devenir existencial por el cual, de algún modo, consciente o inconscientemente,
habremos emprendido esta búsqueda interior. Castaños y robles centenarios,
chopos y álamos en las riberas... y, más adelante, comenzarán a mostrarse los
primeros eucaliptos. Así, atravesaremos, empequeñecidos por su grandiosidad,
los umbríos bosques de estos controvertidos árboles. Asombra ver a estos
gigantes arbóreos cubrir en galería todo lo que nos circunda. Caminaremos bajo
una inmensa cúpula verde que nos impedirá, incluso, ver el cielo. Se percibe
que la humedad ambiental aumenta de manera considerable en estos tupidos y casi
enmarañados laberintos. Es el país de las “corredoiras”, de los caminos
entrecruzados y “serpenteantes”, de las aldehuelas que, de improviso, aparecen
y desaparecen a nuestro ritmo. Aquí, en estos bosques, el tiempo semeja haberse
detenido por completo.
Los bosques, lugares de ancestrales mitologías, esperan el paso del
peregrino para susurrar, a aquellos que sepan escucharlo, sus más sabios
consejos y sus más íntimos secretos; brindando, al mismo tiempo, su acogedor
entorno para solaz de nuestros sentidos.
Las praderas, los boscajes, las zonas de matorral, los cultivos o las
yermas tierras también nos recibirán con sus dones especiales espejeando una
cara amable y humanizada a nuestro devenir. Es, el “monte bajo”, la parte más
“cómoda” del Camino, más llevadera y menos fatigosa. Las suaves ondulaciones,
las planicies, el verdor de finales del invierno o el amarilleo de comienzos
del mismo, las grandes urbes, y las pequeñas poblaciones nos acompañarán por
unos territorios que nos ofrecerán todos sus dones.
Será en estos parajes en donde sintamos con mayor viveza la calidez
del sol venciendo el frescor de la mañana; o la alegría incontenible que nos
invadirá cuando, tras algunos días de cielo nublo, despeje y la luz invada
todos los rincones con esa tonalidad y pureza de colores que sólo en la
estación de blancas canas, con una atmósfera absolutamente diáfana, podremos
percibir.
Encontraremos, sobre todo en estos territorios, pequeños altozanos que
rememorarán los esfuerzos de las montañas pasadas y nos recordarán que todavía
nos quedan otras por superar, mesetas que nos mostrarán paisajes con unos
horizontes casi infinitos, multitud de manifestaciones artísticas de todos
aquellos que, en el transcurso de los años, van dejando su impronta con deseos
de eternidad. Lugares como el alto del Perdón, con sus siluetas recortándose
contra las insinuantes nieblas invernales. Calzadas romanas todavía en uso.
Fuentes que destilan vino. Feraces valles con inmensas extensiones de viñedos
que, con sus retorcidos troncos, parecen querer implorar la llegada de la
primavera en unas desgarradoras torsiones que semejan danzas de difícil
discernimiento. Bosquetes de encinas; ese árbol tan austero, recio, abnegado y
sacrificado como lo son los hombres de sus tierras o bien, en contrapunto, esos
oasis de verdor en medio de los ubérrimos prados gallegos o las inmensas
extensiones galas.
Lugares que sirvieron de primeros asentamientos humanos; allá por los
lejanos tiempos de un millón de años atrás...
Tras atravesar los adustos páramos de Burgos, Palencia y León,
entraremos en lugares ciertamente singulares con rústicas manifestaciones artísticas y poblaciones que
parecen puras decoraciones del Camino por tanto como se integran en él. El impar
mundo berciano nos sorprenderá, una vez más, con su singularidad que iremos
descubriendo por nosotros mismos a cada paso, en cada jornada, con el deleite
de saborear todo cuanto nos rodea, sin premuras, sin apremios, con
sosiego...
Que el Camino es pura sorpresa lo vamos descubriendo poco a poco y nos
vamos convenciendo de su autenticidad y del “rastro” que han ido dejando los
millones de peregrinos que a lo largo de tantos y tantos siglos han pasado por
estos mismos escenarios que hoy, con las mejoras que el tiempo ha proporcionado,
pisamos nosotros. Pero, sin más preámbulo, pasemos a recorrer, dividido por
etapas, los bosques y el monte bajo.
Primera etapa
Primera etapa
Primera etapa
Al igual que en nuestra subida hacia las numinosas y nimbadas cumbres del Lepoeder, también tendremos que salir –si comenzáramos en Saint-Jean Pied-dePort- atravesando el río Nive por su puente medieval para entrar directamente en la rue d’Espagne y recorrerla en toda su longitud, atravesar los restos de sus antiguas murallas y, ya desde este punto, dirigirnos a la derecha (siguiendo la señalización) por el tramo correspondiente a la D933 y cuyo camino se desarrolla junto al río Nive. A continuación –siempre junto al río- el Camino se interna en el angosto y escarpado valle de Valcarlos, para cruzar la frontera llegados a la bonita ciudad de Arnéguy. Ya desde este lugar, por la carretera N135, en un pequeño ascenso cómodo de llevar, alcanzaremos la población de Valcarlos en algo más de media hora, aproximadamente.
Pero detengámonos por un momento y miremos en derredor... la imagen es
grandiosa... casi diríamos que épica. Para nuestro asombro, alguien del lugar
nos informará que Luzaide significa “viento de angosturas”; viento de lugares
estrechos, sombríos, misteriosos... Si escuchamos atentamente, puede que aún
podamos sentir los ecos del ejército de Carlomagno luchando denodadamente por
salir de estos barrancos de mortal factura.
Valcarlos es un valle dominado por poderosos montes entre los que
destaca el altivo Astobizcar (1.497 metros de altitud) y en el que divisaremos numerosas regatas
jugueteando con las hayas, robles, castaños... y con fresnos, alisos, chopos...
mientras que en el sotobosque podremos ver, entre otras especies, el famoso
endrino con el que se elabora el no menos famoso pacharán (patxarán) y también
pacientes helechales que, en esta época, presentarán su característica
coloración pardusca en espera de una revitalizadora primavera. Zorros, liebres,
jabalíes e, incluso, tal vez tengamos la fortuna de ver algún gato montés.
Desde aquí, la senda jacobea discurre
por la margen izquierda del ahora río Luzaide alternando los tramos por
carretera y los tramos por camino de tierra para descanso de nuestros pies ya
que, aunque pudiera parecer lo contrario, caminar por el duro asfalto es más
fatigoso para nuestro medio de locomoción que recorrer “mullidos” senderos de
tierra. Pero volvamos a nuestro caminar... Tendremos que cruzar una pequeña
corriente de agua por un puente de madera, iniciando una dura subida en medio
de una frondosa arboleda compuesta por abedules, avellanos, castaños y otras
especies que nos dulcificarán el posible frío que pudiera darse. Observaremos
que seguimos junto a un tendido de alta tensión. Posteriormente, no mucho
después, por un agradable camino, coronaremos el Alto de Ibañeta que, con sus
1.067 metros de altitud, no debería presentar importantes problemas de nieve
(desde luego, siempre serán inferiores a los que nos podamos encontrar por el
collado de Lepoeder) No obstante, siempre es importante preguntar por las
características intrínsecas del recorrido que corresponda pues, sobre todo en
esta época del año, puede existir una gran variación en los datos conocidos:
albergues abiertos, posibles problemas de accesibilidad por algún tramo u otro,
comercio cerrado o que haya que preguntar por alguna persona en particular...
imponderables éstos –para el gozoso peregrino- que sí serán conocidos, a buen
seguro, por aquéllos que viven en el Camino o desempeñen funciones temporales
de hospitaleros.
Así, sin mayor dilación, desde este alto
comienza una corta y pronunciada bajada por carretera hasta nuestra meta de
este día: Orreaga (Roncesvalles)
Segunda
etapa
Estaremos todavía algo fatigados tras ésta nuestra primera jornada.
Tanto si hemos atravesado los Pirineos por Valcarlos como si lo hemos hecho por
la Ruta de Napoleón, el cansancio habrá conquistado nuestro cuerpo. Debemos
enfrentarnos a la segunda etapa con sosiego pues hay que dar oportunidad a
nuestro organismo para que se reponga y, al mismo tiempo, para que se vaya
acostumbrando a ese transitar diario que nos hemos gustosamente impuesto. Bien,
hecho este pequeño descanso, reemprendemos la marcha... El camino, en esta
ocasión, es mucho más llano que el de la jornada precedente; aunque, forzoso es
reconocerlo, haya algunos importantes repechos a lo largo de lo que nos
encontremos en esta etapa. Veremos alternados los bosquetes y bosques, con
grandes campos dedicados a la ganadería.
Casi nada más salir de Orreaga-Roncesvalles, caminaremos por una senda
paralela al arcén derecho de la carretera a través de un muy agradable bosque
de hayas y robles fundamentalmente. Por supuesto, no debemos perdernos la
llamada Cruz de los Peregrinos que, en el margen izquierdo de la carretera,
podemos admirar. En el transcurso de nuestra travesía boscosa, algún crucero
nos saldrá al encuentro.
Atravesaremos Burguete (Auritz) en primera instancia (aunque está bien
señalizado, estemos atentos al desvío que debemos tomar a la altura de una
oficina bancaria y que nos conducirá a una pasarela que salva un arroyo)
Después de atravesar varios cauces de agua por rudimentarios vados –es decir,
piedras más o menos bien puestas en las cuales podremos demostrar nuestras
habilidades de equilibristas- llegaremos a Espinal (Aurizberri) Sus tejados de
color rojo, el verde de los suelos y el blanco de los boscosos montes que, a
modo de telón de fondo, lo embellece, ponen una nota pintoresca en nuestra
llevadera subida al Alto de Mezkiritz en
donde tenemos que cruzar la carretera y en donde la Virgen de Roncesvalles nos
deseará un buen Camino desde su bonita lápida en la que, en varias lenguas
dice: “aquí se reza una salve”. A continuación descenderemos hasta Gerendiain
(Biskarreta) aunque es importante resaltar que debemos tener mucho cuidado para
no errar el sendero. En efecto, al atravesar la carretera en el Alto de
Mezkiritz, hay dos caminos; debemos seguir el indicado con la correspondiente
flecha pues el otro conduce a los Altos de Errebulu. Luego, en una media hora,
llegaremos a Lintzoain (Litzoáin), no sin antes habernos rozado con el
agradecido boj, con los pintorescos acebos -planta que precisamente presenta
sus frutos maduros en pleno invierno; alegrándonos la vista con sus rojos
vivarachos- con el tejo, arces, fresnos... y con secos helechos de parda
coloración. Nos encontramos en el hermoso valle de Erro; tierra de ciervos,
corzos, zorros, jabalíes, buitres... el águila real, el milano... y en el cual
disfrutaremos caminando por una alfombra de mullida hojarasca que presta una
nota de color, conjuntamente con las pudorosas hiedras, y alguna que otra nota
verde de un sotobosque que aguarda mejores tiempos. Caminaremos por frondosos
hayedos y robledales que nos protegerán en nuestro recorrido al alto de Erro
(“Erroko Gaina” en lengua vernácula) con unos duros repechos que propiciarán
una necesaria ralentización del paso para descender (incluso con algún tramo de
“escalones”) hasta la ciudad de Zubiri; no sin haber atravesado previamente el
río Arga y saber sobre el llamado Puente de la Rabia. Alguna que otra
señalización nos advertirá sobre la existencia de otros caminos que no debemos
tomar (“Sendero local – Herri bidea”)
Si la nieve hubiera hecho acto de presencia últimamente (lo cual es frecuente, aunque con no mucha abundancia) todos estos bosques que vamos atravesando tendrán un encanto especial al alternar y matizar los claroscuros de la luz que se filtra por sus desnudos y densos ramajes y al jugar la nieve con los contorsionados troncos de los ejemplares que veamos.
Sólo nos faltan unos cinco kilómetros para llegar a Larrasoaña en donde
también conoceremos sobre el Puente de los Bandidos pero -¡ay esos “peros”!-
antes tenemos que pasar al lado de un feísimo complejo industrial que, a poco
que preguntemos, nos aclararán que se trata de magnesitas lo que por allí se
trabaja. No podremos sustraernos a algún que otro escalofrío pues el gris lo
domina todo; un gris tan ceniciento que pareciera que, de pronto, la película
en color que veníamos disfrutando, se hubiera transformado en blanco y negro
aunque sin el halo de poesía que las cintas exentas de color poseen, ya que ni
siquiera un piadoso sepia lo suaviza. Es de desear que cuando pasemos por este
lugar haya caído alguna nevada –un poco es suficiente- que enmascare tan triste
perfil.
Aquí, en Larrasoaña, terminamos nuestra segunda etapa incursa, en su
totalidad, por los bosques y el monte bajo. Debemos tener un especial cuidado
cuando caminemos por la orilla del Arga ya que la senda se estrecha en algunos
lugares y un resbalón podría darnos algún pequeño susto. Afortunadamente, esta
zona es frecuentada por peregrinos y otras personas, por lo que es difícil que
no haya huellas que ya dejen marcado un surco de fácil tránsito. Por cierto,
ahora que hablamos del río Arga, cuando caminemos por su orilla nos
sorprenderá–si hemos madrugado- el aspecto algodonoso de la superficie del río
como consecuencia de las bajas temperaturas y la relativa tibieza del líquido
elemento. Por ello, se produce un vapor que difumina por completo las
juguetonas aguas.
Aunque el camino jacobeo no atraviesa la ciudad de Larrasoaña, nosotros
nos dirigiremos a ella para pernoctar ya que esta población es una de las
importantes en esta zona en cuanto a su vinculación al Camino se refiere (amén
de otros aspectos) Sus blasonados edificios nos hablan de un pasado próspero
ciertamente vinculado con el Camino de Santiago... pero de esto ya hablaremos
al llegar al capítulo de Ciudades, pueblos y aldeas. Aseémonos, cenemos,
durmamos y preparémonos con renovada esperanza para la siguiente jornada.
Tercera etapa
El puente de los bandidos será el que
nos diga adiós al salir de Larrasoaña. Comenzaremos un corto ascenso que nos
llevará directamente al pueblo de Azquerreta para, a unos tres cuartos de hora,
llegar al siguiente núcleo habitado: Zuriain. Según llegamos a esta población
debemos estar muy atentos pues la senda casi roza las aguas del Arga,
continuando muy próximos a su líquida superficie hasta llegar, como se ha
dicho, a la última localidad citada.
Debemos destacar los tramos con
fuerte descenso que hallaremos entre estas dos últimas poblaciones que, como
siempre en estos casos, recomendarán precaución en ellos y, ni que decir tiene,
si hubiera nieve debemos asegurar el paso en cada momento. Recordemos a este
respecto, que si hiciera frío o fueran las primeras horas de la mañana, en caso
de caminar por los tramos de carretera, es preferible hacerlo por el nevado
arcén antes que progresar por el asfalto el cual, frecuentemente, puede
presentar capas casi invisibles de hielo que propicien un resbalón que nos haga
sentar “cómodamente” en la propia carretera.
Bien; dicho lo anterior, sigamos con
nuestro Camino: tras Zuriain, alternando tramos de senda con los de carretera,
llegamos hasta Irotz. Dejaremos esta población atrás y tras un tramo, tomaremos
una cómoda pista que acompaña en todo momento el cauce del Arga el cual,
rumoroso, nos ofrece el suave sonido de fondo del cansino viento enredándose
entre las somnolientas ramas y remando en la relajante visión de sus aguas a
nuestra vera. Al rato, tendremos que atravesar la carretera por un pequeño
túnel para, a continuación, subir por un sendero que nos dirigirá a otro paso
subterráneo para salvar la carretera de circunvalación de Pamplona.
Antes de continuar, conviene hacer un preciso comentario: debemos extremar la precaución al entrar en los túneles ya que en ellos, al no brillar el sol, es frecuente que existan placas de hielo (incluso veremos con frecuencia carámbanos pendiendo del techo) Queremos decir que el sufrido y animoso peregrino, tal vez en el calor de una conversación o en las profundidades de sus pensamientos, puede entrar distraídamente en estos oscuros pasos y, sin darse cuenta y cuando menos lo espere, dé de bruces con una placa que le haga practicar algo parecido al “reggaetón” sin habérselo propuesto. Tengamos mucho cuidado y observemos bien el suelo. Siempre, el bordón nos habrá de ser de gran ayuda para “tantear” la superficie que se presenta ante nosotros.
Atravesaremos el puente sobre el río
Ulzama y nos encontraremos sin otro retraso en la calle Mayor de Villava
(Trinidad de Arre) -cuna de un famoso ciclista- Al salir de esta población
(siempre buscaremos “nuestras” flechas amarillas) atravesaremos la carretera y
tendremos que pasar varias rotondas hasta arribar a Burlada en la cual,
igualmente, caminaremos por su calle Mayor. Debemos ir atentos a la
señalización pues el Camino se desvía a la derecha para cruzar la carretera y,
tras un corto tramo en el cual las flechas nos dirigirán, desembocaremos en el
camino de Burlada que nos acompañará hasta la entrada en Pamplona por el famoso
puente de la Magdalena sobre el Arga; el cual, en los días en los que la niebla
se enseñorea de rasos y callejuelas, semeja, desdibujado, que se estuviera
todavía construyendo en medio de griteríos y bullicio de obreros, artesanos,
maestros constructores que a buen seguro podremos oír a poco que escuchemos.
Las nieblas, frecuentes en la época invernal, nos esconderán los paisajes...
pero no para ocultarlos sino para que, cuando menos lo esperemos, mostrarlos de
improviso como si de un telón que se descorriera se tratara. Entonces, en esos
momentos, quedaremos sorprendidos y admirados de toda la belleza que el
invierno es capaz de transmitirnos. Nos sentiremos absolutamente felices y
satisfechos por hacer el Camino en estos meses. La variación paisajística que
podremos disfrutar excede, con mucho, a la de otras épocas del año. Somos
espectadores privilegiados de un decorado fantasioso que enmarca nuestra propia
existencia.
Ya estamos en Pamplona. Ya estamos en
la primera de las capitales provinciales -y en este caso también autonómica-
que encontraremos a lo largo de nuestros pasos. Pamplona, por el portal de
Francia, calle del Carmen y de la Navarrería, calle de Curia y calle Compañía
nos llevará de la mano a las puertas del albergue que, desafortunadamente,
estará cerrado en estos días invernales. Es por eso, por esta razón, por lo que
el final de la etapa no se realiza en Iruña, sino en Zizur Txiquia (Cizur
Menor) en donde sí está abierto su albergue. En este sentido, debemos hacer
notar que Cizur Menor se encuentra a unos cinco kilómetros de Pamplona (una
hora de camino, más o menos) El peregrino deberá decidir en dónde desea
quedarse. Si lo hiciera en Pamplona, deberá buscar un hostal o una pensión (las
pensiones son lugares que en muchas ocasiones resultan sitios pintorescos y,
además, nos brindan la oportunidad de hablar con aquéllos que en ellos
pernocten) Dependiendo de las ganas de “autenticidad” del jacobípeta, decidirá
en un sentido u otro sobre su alojamiento. Desde luego, lo que no deberíamos
hacer nunca sería hospedarnos en el albergue de Cizur Menor y desplazarnos a la
capital en autobús para volver posteriormente en el mismo medio de transporte;
y ello porque coger cualquier medio de locomoción “rompe” por completo esa
sensación tan singular que supone hacer íntegramente todos los kilómetros del
Camino exclusivamente a pie.
El autor, en todos sus Caminos, jamás
cogió ningún medio de transporte pues, como él mismo decía, “si tengo que coger
algún medio de transporte, éste será una ambulancia para que me lleven al
hospital” Efectivamente, sólo debemos coger un transporte en caso de abandonar
el Camino por fuerza mayor; mientras tanto: a pie, siempre a pie (bueno, los
ciclistas y los que lo hacen sobre un noble bruto son la excepción)
Pamplona, estadísticamente, es una
ciudad que, aunque no está en una altitud elevada, suele presentar inviernos
bastante fríos y ello, sobre todo, porque las nieblas suelen ser relativamente
frecuentes en esta ciudad. Así, podemos ver en los anexos del final de este blog cómo en el invierno 2005-06, las temperaturas mínimas fueron, durante
tres días consecutivos, de cuatro grados bajo cero; pero lo curioso del caso,
es que durante el día no llegaba a subir la temperatura de los cero grados
centígrados, siendo así que, a eso de las tres de la tarde, ya estaban los
termómetros decididamente por debajo de los cero grados otra vez. Forzoso es
decir que fueron unos días anormalmente fríos, según comentarios de la prensa;
pero también es cierto que esas bajas temperaturas fueron propiciadas por una
“pertinaz” niebla o cielos cubiertos de forma permanente ya que normalmente no
se llegan a estas bajas temperaturas de manera tan continuada.
Cuarta etapa
Pero volvamos a nuestro quehacer
diario: si salimos de Iruña (Pamplona) seguiremos desde donde nos quedamos –la
calle Curia- hasta la Mercaderes y desde ahí saldremos a la plaza en la que se
encuentra el bello y famosísimo (por aquello de los Sanfermines) Ayuntamiento
de Pamplona. Seguiremos las indicaciones de las ya familiares flechas amarillas
y, tras pasar frente a la Universidad de Navarra, atravesaremos el río Sadar
para, una hora después aproximadamente, llegar a Cizur Menor.
Si hubiéramos pernoctado en Cizur
Menor, saldremos de esta población para, al poco, ir ascendiendo paulatinamente
en pos de la coronación, kilómetros más adelante, del Alto del Perdón... aunque
todavía nos queda algo para llegar... Sigamos: recorreremos verdes campos
sembrados de árboles diseminados en medio de los cuales, al lado del camino,
una laguna de modestas dimensiones nos refrescará la vista… al poco,
Zariquiegui nos recibe con el macizo conjunto de la iglesia de San Andrés y los
orgullosos blasones de recias casas. Nos
adentramos en un camino que va ganando poco a poco altura hasta llegar a la
fuente llamada de La Reniega en cuyo lugar el maligno ofreció agua a un pobre
peregrino que, sediento y casi moribundo, hasta aquí había llegado. Por
supuesto, el agua no era gratuita: debía renegar, renunciar previamente de
Dios, de la Virgen y de Santiago. Desde luego, nuestro buen peregrino, a pesar
de su evidente necesidad, rechazó tan “envenenado ofrecimiento” y rezando logró
que Satanás, vencido, no tuviera más remedio que marcharse; fue entonces cuando
apareció la fuente que vemos hoy en día, con lo cual fue saciada la sed del
buen hombre.
Nosotros continuaremos subiendo la
empinada cuesta por lo que nuestro horizonte se irá ampliando. Si volvemos
nuestra mirada hacia atrás, veremos en la lejanía la desdibujada figura de
Pamplona que nos dice adiós… Retomamos nuestro ascenso por la pedregosa subida
para llegar en poco tiempo (bueno, eso depende de la forma física de cada uno)
hasta el mencionado alto. Es un lugar singular en el que se ha situado una
bellísima composición en chapa que representa la evolución del Camino mediante
una caravana de esforzados peregrinos. En este alto podemos descansar del duro
repecho pasado y sería un buen lugar para escuchar el viento; ese viento que,
según reza la leyenda sita en este mismo lugar... “se cruza con el camino de
las estrellas”; un viento que nos hará cerrar los ojos y rememorar por unos
momentos los destellos dejados recientemente atrás... pero no es fácil
concentrarse ya que los molinos eólicos –monstruosos generadores eólicos- nos
aturden con su zumbido rítmico al pasar las enormes palas relativamente cerca
del lugar en el que nos encontramos. En este paraje, aunque no sea mucha su
altitud, es fácil que encontremos nieve. Cuando ésta se presenta y la niebla se
enseñorea a su capricho, la contemplación de la caravana metálica ya reseñada
adquiere un aspecto absolutamente irreal, pues enteramente parece que cobraran
vida y se movieran en dirección a la tumba del Apóstol... tal es su fuerza
visual.
A continuación se inicia una
pronunciada bajada en la que deberemos poner una especial atención por lo
pedregoso del camino. Las encinas, en su austeridad, nos acompañarán
sigilosamente. Uterga, a un paso, nos espera más abajo.
Dejaremos atrás la población de
Uterga y llegaremos al pueblo de Muruzábal que atravesaremos para, al cabo,
llegar a Obanos no sin antes haber subido una cuesta que no debería
presentarnos mayores dificultades. Aquí, a pesar de que en otras publicaciones
se indique que sea en Puente la Reina, es el lugar en el cual se une el camino
que llega desde el lejano Somport (Camino Aragonés) Desde Obanos bajaremos
progresivamente hasta llegar a la ya mencionada población de Puente la Reina
(Gares)
Antes de continuar, debemos hacer una
importante observación: desde Muruzábal merece la pena hacer una pequeña
desviación y acercarnos a la ermita de Eunate (está insuficientemente indicado,
por lo que conviene preguntar…yendo atentos, debemos torcer –estando en la
calle Esteban Pérez de Tafalla- a la izquierda por la calle Mayor o por la
calle Jardín) Esta desviación no supone mucho más trayecto –unos tres
kilómetros- y a cambio podremos admirar esta bellísima y, en muchos aspectos,
enigmática construcción. Cuando la nieve acaricia los desnudos campos que
rodean Eunate, el viejo amarronado de sus piedras destaca como una gema en su
engarce... Pero un comentario más detallado corresponde a otro capítulo...
esperemos a él. Por cierto... al salir de Muruzábal en dirección a Eunate,
veremos una pequeña pero pronunciada cuesta abajo: tengamos cuidado pues pueden
formarse placas de hielo o, en todo caso, con nieve también resulta muy
resbaladizo el paso por el asfalto de la calle. Pongamos mucha atención y
realicemos el descenso con seguridad.
Desde Eunate podemos continuar hasta
Puente la Reina por el Camino Aragonés (unos tres kilómetros) o bien volver
sobre nuestros pasos, regresar a Muruzábal y continuar hasta Puente la Reina
(unos cuatro kilómetros y medio) Bien, hecho este comentario que cada cual debe
acoger según su disposición y circunstancias, volvamos a Gares... Esta ciudad
guarda celosamente varios y preciados monumentos que no dejarán de provocar
nuestra atención según recorramos sus calles en nuestro avance hacia la
siguiente meta que, en esta etapa, no es otra que la población de Cirauqui.
Aunque ya no sea necesario,
quisiéramos incluír un breve comentario sobre la dificultad que entrañaba este
tramo; dificultad debida al "desvío provisional" que ya, en el jacobeo 2010, se
ha convertido –por lo que parece- en definitivo pues han “oficializado” la
nueva senda con sus correspondientes indicaciones y con un piso de arena prensada para que el peregrino pueda transitar
“cómodamente” por el nuevo itinerario. ¿Es de agradecer o es de recriminar? Por
supuesto, el calvario al que nos habían arrojado como consecuencia del desvío
para construír esto o lo otro, ha quedado solucionado… Pero ha sido a costa del
“Camino histórico”, como siempre. Así, desde que se produjo el desvío al que hacemos
mención, el peregrino se veía obligado a caminar por un trazo, como decimos,
alternativo y sumamente complicado ya que el desvío “amablemente propuesto por los gestores del
desaguisado” entrañaba una enorme dificultad que no lo era tanto por la posible
presencia de grandes espesores de nieve cuanto por el barro... Sí, por el barro
que, en enormes cantidades, se presentaba al rato de abandonar Puente la
Reina-Gares.
El caso es que desde hace ya unos cuantos años –el autor lo ha constatado desde el año 2003- el Camino estaba desviado “provisionalmente” de tal manera que se “obligaba” al peregrino a pasar por una zona sin posibilidad de vadearlo ya que por la izquierda hay una ladera muy empinada, con repoblación de pinar, que no permite el avance por ella y por la derecha, también con una fuerte pendiente, está la malla que nos separa de la A12 (autovía del Camino de Santiago). Pues ocurre que en caso de lluvia se embarra hasta extremos difícilmente imaginables; y si a esto unimos que pueda haber nevado recientemente, el “pastelón” que se forma es absolutamente “monumental”. Cierto es que ya habremos pasado caminos embarrados antes de llegar a estas tierras, pero lo que distingue este lugar con respecto a los demás es que el barro debe de ser de tipo arcilloso por lo que se adhiere a las botas y al bordón como si de pegamento se tratara. Al poco de caminar, aunque sería más apropiado decir al poco de resbalar continuamente y de levantar las botas con varios kilos de más -tal es el “pegote” que se forma- la desesperación hacía, indefectiblemente, mella en nosotros. Resulta cómico (si no fuera dramático) que se haya puesto, sobre soporte de madera clavado con una estaca, un cartel ¡con el logotipo del Camino de Santiago! en el cual podíamos leer –bajo una señal impresa de “dirección obligatoria para todos los vehículos automóviles” (?)- lo siguiente: “DESVIO PROVISIONAL”; debajo ponía: “PROVISIONAL DETOUR” y más abajo: “DETOUR TEMPORAIRE”... ¡y esto durante, al menos, siete años! Antes del arreglo actual teníamos forzosamente que enterarnos sobre si había nevado o llovido recientemente ya que si el lugar estuviera seco, la subida era perfectamente posible, aunque con un relativo cansancio; pero si hubiera llovido o nevado en los días inmediatamente anteriores, el problema en el que nos metíamos era de gran envergadura. Debemos “agradecer” a las personas que se les ocurrió “diseñar” este desvío en concreto, su “sensibilidad” para con el peregrino, sobre todo invernal. La experiencia de caminar con un enorme amasijo de barro en cada una de las botas y una enorme bola en el extremo del bordón y, por añadidura, resbalando continuamente, no se lo deseamos ni a nuestro peor enemigo… Pero los que hacen esos “sesudos” desvíos… ¿acaso piensan en ello? Es de todo punto lamentable.
El caso es que desde hace ya unos cuantos años –el autor lo ha constatado desde el año 2003- el Camino estaba desviado “provisionalmente” de tal manera que se “obligaba” al peregrino a pasar por una zona sin posibilidad de vadearlo ya que por la izquierda hay una ladera muy empinada, con repoblación de pinar, que no permite el avance por ella y por la derecha, también con una fuerte pendiente, está la malla que nos separa de la A12 (autovía del Camino de Santiago). Pues ocurre que en caso de lluvia se embarra hasta extremos difícilmente imaginables; y si a esto unimos que pueda haber nevado recientemente, el “pastelón” que se forma es absolutamente “monumental”. Cierto es que ya habremos pasado caminos embarrados antes de llegar a estas tierras, pero lo que distingue este lugar con respecto a los demás es que el barro debe de ser de tipo arcilloso por lo que se adhiere a las botas y al bordón como si de pegamento se tratara. Al poco de caminar, aunque sería más apropiado decir al poco de resbalar continuamente y de levantar las botas con varios kilos de más -tal es el “pegote” que se forma- la desesperación hacía, indefectiblemente, mella en nosotros. Resulta cómico (si no fuera dramático) que se haya puesto, sobre soporte de madera clavado con una estaca, un cartel ¡con el logotipo del Camino de Santiago! en el cual podíamos leer –bajo una señal impresa de “dirección obligatoria para todos los vehículos automóviles” (?)- lo siguiente: “DESVIO PROVISIONAL”; debajo ponía: “PROVISIONAL DETOUR” y más abajo: “DETOUR TEMPORAIRE”... ¡y esto durante, al menos, siete años! Antes del arreglo actual teníamos forzosamente que enterarnos sobre si había nevado o llovido recientemente ya que si el lugar estuviera seco, la subida era perfectamente posible, aunque con un relativo cansancio; pero si hubiera llovido o nevado en los días inmediatamente anteriores, el problema en el que nos metíamos era de gran envergadura. Debemos “agradecer” a las personas que se les ocurrió “diseñar” este desvío en concreto, su “sensibilidad” para con el peregrino, sobre todo invernal. La experiencia de caminar con un enorme amasijo de barro en cada una de las botas y una enorme bola en el extremo del bordón y, por añadidura, resbalando continuamente, no se lo deseamos ni a nuestro peor enemigo… Pero los que hacen esos “sesudos” desvíos… ¿acaso piensan en ello? Es de todo punto lamentable.
Bueno, en definitiva: al día de hoy ya no existe ese problema; siendo así que se ha elevado el sendero con respecto al terreno circundante de tal manera que el barro arcilloso no haga mella en nosotros.
A este respecto (ya resuelto, como decimos) se proponía (por parte
del autor de esta obra) un itinerario para esquivar esta “trampa” que discurría
por la carretera A111a –más o menos paralela a la A12- aunque, desde luego, tampoco era lo más idóneo ya que el arcén es pequeño y los coches
suelen circular a gran velocidad.
NOTA
IMPORTANTE: cuando tengamos que caminar por una carretera, nunca
entremos en las autopistas, pues nos jugamos la vida (además de estar
estrictamente prohibido) Sólo utilizaremos el desvío por las carreteras
convencionales cuyo tráfico habrá quedado muy disminuido por la proximidad de
alguna autovía en la mayoría de los casos. También debemos tener muy en cuenta que cuando caminemos por el
arcén de una carretera lo hagamos siempre por el lado izquierdo para poder ver
de frente a los vehículos que puedan venir.
Bien, hecha la observación anterior, continuaremos
nuestro ambular para llegar a la población de Mañeru (primero) y a uno de los
pueblos que vemos fotografiado en casi todos los reportajes que se hacen sobre
el fenómeno jacobeo: Cirauqui. En efecto, desde el camino que une ambas
poblaciones, sobre una colina en lontananza, el pueblo de Cirauqui reluce como
una gema engarzada en la colina que lo mima y sostiene. Este hermoso pueblo
marca el final de nuestra etapa de hoy.
Quinta
etapa
Si el fatigado pero animoso peregrino siente curiosidad por las
“piedras”, a buen seguro que procurará buscar lo esencial, al menos, de la
historia y el arte en cuestión de la mayoría de las poblaciones en las que
pernocte. En este caso, tal empeño será digno de encomio pues deberá “escalar”
medio pueblo para llegar a sus más íntimos lugares. Así, habrá podido, tras
ardua subida por sus muy empinadas callejas, acceder al centro de la población
y, en justa recompensa, recorrer sus siempre interesantes recovecos
históricos... o gastronómicos.
Pero levantémonos y tras nuestro cotidiano aseo y demás obligaciones
diarias, hagamos nuestra mochila, comprobemos que no quede nada en el albergue
y dispongámonos a comenzar una nueva jornada: nuestra quinta etapa.
Saldremos del pueblo con la emoción contenida de pisar una antigua
calzada romana -¡todas las calzadas romanas son antiguas!- y un puente que
también tiene sus añitos encima aunque, en este caso, haya sido restaurado allá
por el XVIII, aunque tengamos que reconocer que con más pena que gloria. Seguiremos con nuestros ya casi veteranos
pasos y alternaremos la pista de pisoteada tierra con algún tramo –breve- de
carretera. Un poco más hacia delante, en los aledaños de Lorca, llegamos al
puente medieval –ya citado en el Codex Calixtinus- que salva el río Salado
(que, como su nombre indica, es abundante en sales; aunque no llega a la
categoría que se le atribuía en el citado código, toda vez que no llega a ser
de aguas letales) A continuación, Lorca nos recibe sin mayores preámbulos. A
propósito de Lorca y en relación con su acceso, nos encontraremos con un
molesto repecho que deberemos salvar con el ánimo y la determinación que ya
deben caracterizarnos a estas alturas. Como siempre, nunca nos cansaremos de
decirlo, se deberá prestar una especial atención a estos lugares por la posible
presencia de hielo o nieve resbaladiza. Aunque no estemos a mucha altitud
–Lorca: 483m.- el frío nocturno o vespertino nos podrían causar algún
sobresalto innecesario.
Por pistas de las llamadas “de concentración”, andaremos un buen trecho
hasta atravesar la autovía por un paso inferior que nos desemboca en Villatuerta.
Recorreremos sus calles y no podremos dejar de admirar su extraordinaria
iglesia llamada de la Anunciación. Desde aquí, caminaremos prestando, como
siempre, mucha atención en los cruces de las vías asfaltadas. Seguimos por un
camino que nos conduce a un puente que salva el río Ega y al poco entraremos
sin mayor demora en la importante ciudad de Estella. En alguna de sus calles
nos ilustraremos leyendo: “Calle Camino de Santiago”, en castellano, y
“Donejakuebide kalea” -¡Uf, cuesta trabajo leerlo! (en vascuence o
euskera) Dado que su albergue sólo está
cerrado desde el 15 de diciembre hasta el 15 de enero, sí podremos alojarnos en
él en caso de que llegáramos fuera de estas fechas y así disfrutar de esta
magnífica ciudad, auténtico museo al aire libre que nos deleitará en cada
recodo, en cada calle, en cada plazuela. No obstante, si arribáramos a esta
urbe entre las mencionadas fechas, tendremos que continuar para alojarnos en el
albergue de Ayegui el cual se encuentra a sólo dos kilómetros de distancia (media
hora... ¿Qué es eso para un peregrino ya experimentado?) Si nos alojáramos en
Ayegui, perfectamente podríamos desplazarnos (...¡sí, andando siempre!) hasta
Lizarra (Estella).
Sexta
etapa
Bien desde Lizarra (Estella) bien desde Ayegui, nos encontramos con la
sexta etapa. Esta etapa es muy interesante... ¿Por qué razón?... Hay una muy
importante: desde Saint-Jean Pied-de-Port, hemos recorrido la respetable
distancia de 118 kilómetros... Por experiencia y por el conocimiento de lo
referido por multitud de peregrinos, habremos observado que hasta estos
dominios nuestro cuerpo habrá ido acumulando cansancio y habrá manifestado su
particular queja protestando por el ejercicio al que está siendo sometido... Se
rebelará y las agujetas habrán aflorado para nuestra tortura... pero es pasados
los cien kilómetros cuando el cuerpo se da cuenta de que “o reacciona o
sucumbe” ante la inquebrantable voluntad a la que está siendo sometido. Por
ello, el organismo –que no es tonto- se da por enterado de que lo que más le
conviene es “espabilar” y acomodarse a las circunstancias. Así, a partir de la
sexta etapa, a partir de los cien kilómetros aproximadamente, notaremos cómo el
cuerpo reacciona y ya no vamos acumulando tanto cansancio... Es a partir de
aquí cuando nuestros maltrechos huesos, músculos... etc., irán recuperándose y
empezaremos a disfrutar, más todavía, de esta maravillosa experiencia vital.
¡Demos el más efusivo parabién a los cien kilómetros!
A veces, ocurre lo contrario y en ese caso, muy a nuestro pesar, es
probable que debamos dejar el Camino para mejor ocasión. Si acaso, podemos
probar algunas etapas más, pero si a partir de ésta no recuperamos, será una
mala señal. Estemos atentos ya que no todos tienen la misma preparación física.
Otra posibilidad sería ralentizar el paso y, en vez de hacer el Camino en su
totalidad, realizar el recorrido que podamos y continuarlo en una próxima
ocasión... No es lo ideal; pero también es cierto que supone lo “menos malo”...
Volvamos a nuestra etapa...
Saldremos y continuaremos caminando cómo es nuestra obligación de cada
día. Hoy nos espera una interesante jornada ya que veremos y hollaremos lugares
singulares que tal vez desconociéramos en profundidad. Al salir del conjunto
urbanístico de Ayegui, nos daremos “de bruces” con algo sumamente peculiar:
¡una fuente de vino! que, “en horas de oficina” deja caer –cuando abrimos el
correspondiente grifo- el rojo líquido. En este lugar también podemos observar
que hay una cámara que apunta directamente a la fuente; es una cámara conectada
con Internet y desde la cual cualquier persona nos puede ver. Es un momento
oportuno para llamar por el móvil y saludar a aquéllos que esperan nuestro
todavía lejano regreso.
ESTELLA - ÁZQUETA 08.02.11
A partir de aquí nos espera un paisaje boscoso, con una relativa
alternancia de subidas y bajadas, que nos acompañará por algunos kilómetros.
Veremos, tras nuestro refrigerio en la “Fuente del Vino”, una alta montaña que,
en caso de haber nevado, presentará un imponente aspecto como si de algún “ocho
mil” se tratara –bueno, exageramos un poco, pero algún comentario “relajado” de
vez en cuando tampoco viene mal- En las laderas se encuentra un antiguo
monasterio datado en fechas tan lejanas como el siglo VIII: Irache.
El monte en cuestión no es “importante” por su altitud (algo más de
1.000 metros) ni por ser de una belleza excepcional, no; este monte –que no es
otro que Montejurra- tiene la peculiaridad de haber sido el lugar de
peregrinación de los requetés; los cuales subían hasta su cima para celebrar
una misa y hermanarse en sus metas carlistas... Pero esto es otra historia que
no nos compete explicitar en esta obra.
ESTELLA - ÁZQUETA 07.02.11
En esta zona existen dos alternativas: una, por la izquierda, conduce, a
través de bosque cerrado, por las faldas del mencionado Montejurra y atraviesa
una población llamada Luquin; la otra, por la derecha, es la tradicional y,
aunque no tan boscosa, permite pasar por las poblaciones Azqueta y Villamayor
de Monjardín –ambas de recia tradición jacobea- para unirse con la variante
comentada en la proximidades de Los Arcos. El autor ha recorrido ambos
itinerarios, decantándose por el camino tradicional; aunque sólo sea por pasar
por las dos poblaciones anteriormente citadas.
Tendremos que atravesar la N111 y algo más adelante entraremos en un
pequeño túnel que nos da acceso a una zona dominada por los terrenos de labor
para, al poco, adentrarnos en agradables aglomeraciones de carrascas; esas
humildes encinas que aun de pequeño porte, resisten heroicamente en los
sencillos suelos en los que les ha tocado vivir. La carrasca, al decir de Fray
Luis de León, tiene una fortaleza que acabará con la paciencia de los
leñadores, tal es su determinación; una determinación semejante a la del
peregrino en muchos aspectos.
Cruzamos nuevamente la carretera y llegamos sin mayores tardanzas a
Azqueta. A continuación de esta localidad, caminaremos entre viñedos para
llegar a una singular construcción: un aljibe medieval que en el
correspondiente capítulo detallaremos con más tranquilidad. No obstante y como
siempre recomendamos, debemos tener mucho cuidado si bajamos los escalones del
aljibe, no sea que exista una fina pátina de hielo y descendamos más
rápidamente de lo deseado para darnos un refrescante y tonificador baño en sus
aguas... Ya vemos Villamayor de Monjardín a tiro de piedra. Aquí, en este
bonito pueblo, guardada celosamente en su iglesia de San Andrés, podremos
admirar una preciosa cruz procesional... Pero, otra vez, nos dejamos llevar por
el entusiasmo y queremos adelantar acontecimientos. En el capítulo “Arte y
espiritualidad” detallaremos éste y otros detalles de sumo interés.
A través de continuas pistas de concentración, con terrenos de labor,
frecuentemente en barbecho, con algunas viñas diseminadas, estaremos caminando
algo más de tres horas hasta que vayamos descubriendo paulatinamente la torre
de la iglesia de Santa María emergiendo progresivamente de la tierra, hasta
llegar a Los Arcos... Ah, Los Arcos... ¿Qué podemos decir?... Parece increíble
que una población como ésta, con la gran tradición jacobea que descansa sobre
sus espaldas, no tuviera ¡ningún albergue abierto en invierno hasta, al
parecer, este año jacobeo! Es difícil de creer, pero el autor lo ha sufrido en
sus propias carnes. En este sentido, si hubiéramos consultado las oportunas
páginas de la oportunas guías, podríamos haber comprobado que son tres los
albergues existentes... pero como si no... en el invierno “cerraditos todos”
(al menos, a primeros de enero que es la fecha en la cual se ha podido
constatar in situ) Desde luego, somos conscientes de que las fechas que median
entre, más o menos, el veinte de diciembre y el seis de enero son fecha
críticas; pero, habiendo tres albergues… se podrían turnar o algo así… En fin,
esperemos que esto sólo se produzca entre las fecha mencionadas… aunque siempre
tendremos la posibilidad de buscar un hostal o pensión; lo cual tampoco es mala
propuesta ya que en estos lugares, normalmente, dada la estación del año y dada
la condición de sufrido peregrino, es relativamente frecuente que nos cobren
menos de lo normal –el autor, incluso, ha dormido en hoteles que estaban
reformando por una simbólica cantidad y siendo el único alojado-. Siempre
agradeceremos estas deferencias para con el peregrino porque, además, los
inconvenientes y las “incomodidades” que tengamos que “soportar” serán
anécdotas que luego recordaremos con agrado y nunca como penosas molestias. La
aventura tiene que conllevar su grado de imprevistos y de reveses... si no, no
es aventura.
Hay una expresión en el Camino que debemos considerar y tener siempre en cuenta... “El peregrino agradece, el turista exige” No lo olvidemos nunca... lo que nos ofrezcan será de agradecer; nosotros somos, con letras mayúsculas, PEREGRINOS y nunca turistas. No obstante, somos conscientes de que se debería habilitar un albergue en estos emplazamientos importantes... Pero tiempo al tiempo... Muy posiblemente, si el lector de esta obra llegara a sentir la curiosidad de realizarlo, tal vez, cuando seamos más que ahora, empecemos a ver cómo abren algunos albergues de los que hoy carecemos. Tengamos también presente –como ya hemos apuntado- que la Navidad es una fecha muy especial y que es lógico que algunos cierren por unos días (pero siempre que "unos días" no sea “casi todo el invierno”)
Hay una expresión en el Camino que debemos considerar y tener siempre en cuenta... “El peregrino agradece, el turista exige” No lo olvidemos nunca... lo que nos ofrezcan será de agradecer; nosotros somos, con letras mayúsculas, PEREGRINOS y nunca turistas. No obstante, somos conscientes de que se debería habilitar un albergue en estos emplazamientos importantes... Pero tiempo al tiempo... Muy posiblemente, si el lector de esta obra llegara a sentir la curiosidad de realizarlo, tal vez, cuando seamos más que ahora, empecemos a ver cómo abren algunos albergues de los que hoy carecemos. Tengamos también presente –como ya hemos apuntado- que la Navidad es una fecha muy especial y que es lógico que algunos cierren por unos días (pero siempre que "unos días" no sea “casi todo el invierno”)
Dicho lo anterior, no debemos contentarnos con pasar esta población
(recordemos que estamos en Los Arcos) sin antes entrar y admirar en toda la
extensión de la palabra su preciosa iglesia de Santa María –el órgano deja con
la “boca abierta” al igual que lo están, en los mascarones laterales, las bocas
de los contras-
Ya sólo nos queda algo menos de una hora para llegar al final de nuestra
etapa de hoy: Torres del Río. Caminaremos, tras nuestro pequeño descanso en Los
Arcos, para atravesar el río Odrón y adentrarnos en una pista agrícola. Más
adelante nos desviaremos (está bien señalizado) y llegaremos a Sansol en donde,
si nos apartamos para subir hasta su iglesia, podremos disfrutar, desde un
magnífico mirador, de una hermosa vista de la ya cercana Torres del Río. Sea
una u otra la decisión del peregrino, un corto descenso nos conducirá hasta la
ya visible Torres del Río en donde, tras arduo caminar por sus callejuelas,
podremos visitar la enigmática iglesia octogonal del Santo Sepulcro.
Descansaremos en su albergue (que será descrito en el capítulo
“Albergues” dentro del apartado “Acogida y calor humanos”) y repondremos
fuerzas para acometer con la mejor de las disposiciones la etapa del día
siguiente.
Séptima etapa
Dejamos atrás Torres del Río y, caminando por pista, atravesamos varias
carreteras –siempre siguiendo atentamente las indicaciones jacobeas- para
llegar –tras dejar atrás la ermita de la Virgen del Poyo- al barranco de
Cornava el cual presenta un desnivel aproximado de 130 metros en el cual
debemos extremar la precaución. Hasta aquí habremos subido y bajado hasta
aburrirnos. Seguiremos alternando la pista con la carretera hasta llegar a
Viana: importantísima ciudad que bien merece un descanso. Sería imperdonable
continuar sin antes detenernos en la plaza de los Fueros y visitar la
impresionante iglesia de Santa María. Seguiremos caminando por pista y por
carretera hasta llegar a la ermita de la Virgen de las Cuevas en donde hay una
agradable zona con bancos y una fuente para saciar nuestra sed y llenar
nuestras cantimploras –ya, un par de kilos más a la espalda no debería
importarnos demasiado- Continuaremos por campos de cultivo y pasaremos al lado
de una señal que nos anuncia la presencia de un observatorio sobre unas
importantes lagunas. Tras adentrarnos en un pinar, y cruzar otra vez la
carretera, llegaremos al límite provincial para entrar, casi sin darnos cuenta,
en La Rioja. Navarra, nuestra primera Comunidad Autónoma, ya empieza a quedar
en el recuerdo. Vamos progresando y somos conscientes de ello. A partir de aquí
caminaremos por un cómodo andadero que nos dirigirá sin remisión hasta la
ciudad de Logroño, no sin antes atravesar el río Ebro por un hermoso puente de
piedra construido nada más y nada menos que por Santo Domingo de la Calzada y
San Juan de Ortega.
El Ebro, el río más caudaloso de España, está bajo nuestros pies. El
Ebro, el río que baña las tierras en las cuales la Virgen (del Pilar)
se apareció a Santiago Apóstol, nos recibe y pareciera incluso que nos
saludara. El Ebro marca –en estos kilómetros que ya llevamos encima- un antes y
un después. Vamos haciendo kilómetros y vamos aprendiendo a amar el Camino, a
comunicarnos con sus paisajes, a vivir y a integrarnos con sus gentes... Ya
vamos entendiendo lo que el Camino puede significar... Pero todavía nos faltan
unas cuantas jornadas para perfeccionar todas estas impresiones... ¡Vamos a por
ellas!
El albergue de Logroño es magnífico y en él podremos descansar, anotar
nuestras anécdotas o charlar con los demás peregrinos que encontremos. No obstante -cosas del invierno- en el último año nos encontramos cerrado el albergue municipal pero estaba abierto otro llamado "Puerta del Revellín" que, aunque no tan grande como el otro, sirve perfectamente a nuestros propósitos. Por supuesto –no hace falta
decirlo- es de “obligado cumplimiento” dar un paseo por la ciudad –andando- y
visitar, entre otros lugares, la impresionante iglesia de Santiago con su recio
grupo escultórico de Santiago Ecuestre y, desde luego, la concatedral de Santa
María la Redonda, además de deleitarnos con su magnífica calle Portales.
Octava etapa
Saldremos de la ciudad de Logroño (ya dejamos atrás la segunda gran
ciudad del Camino) siguiendo las indicaciones que con gran cuidado iremos
buscando en aceras, bordillos, asfalto, farolas, paredes carteles... cualquier
sitio es bueno para guiarnos. Seguiremos por calles como la del Marqués de
Urrieta para llegar a través de zonas ajardinadas a un túnel que salva la
carretera de circunvalación y nos conduce derechitos al parque de la Grajera.
El paseo por este parque es muy agradable contando con un “lago” que no es otro que el embalse homónimo.
Saldremos de este parque entre lomas con sus correspondientes vides. A
continuación, un repecho que alterará algo nuestra respiración nos lleva a
disfrutar de una bonita vista de Logroño, del embalse y de sus densas
arboledas. Al poco, comenzamos a descender hacia Navarrete no sin antes entretenernos
en dejar nuestra propia cruz de madera en la malla metálica que nos separa de
la carretera y que, dada la abundancia de maderas y astillas de todo tipo, hace
que se propicie una interesante manifestación artístico-religiosa. Cruzamos la
carretera y llegamos a los restos del hospital de peregrinos de San Juan de
Acre. A continuación, sobre un pequeño cerro, la ciudad de Navarrete, protegida
celosamente por ejércitos de valerosas viñas, nos da la bienvenida. Es
importante que nos acerquemos hasta la iglesia de la Asunción para admirar su
extraordinario interior (francamente, nos sorprenderá).
Antes de abandonar completamente Navarrete, nos detendremos en la
fachada del cementerio pues aquí podremos ver la portada y los ventanales de
San Juan de Acre. Es interesante observar las figuras labradas en piedra.
Después de seguir alternando carretera y pista, atravesaremos Ventosa en donde
podremos tomar algún refrigerio en este pueblo, descansar un poco y seguir
andando para, por una pedregosa subida, llegar al alto de San Antón que, en
realidad, no es tan alto como pudiera pensarse. Esta subida, con sus abundantes
piedras es aprovechada por los peregrinos para hacer pequeñas agrupaciones más
o menos cónicas que desafían en muchas ocasiones las leyes de la gravedad. La
subida es cómoda y sin problemas. Dado que estamos en tierra de vinos, podremos
observar un paisaje salpicado de vides y de monte bajo. Algo después llegaremos
al lugar llamado el Poyo de Roldán en donde tuvo lugar el choque entre el gigante
Farragut y el famoso, y ya conocido por nosotros, Roldán. Posteriormente, una
construcción circular con su correspondiente cartel explicativo nos ilustra
sobre su función y características fundamentales de este “guardaviñas” –tal es
su nombre-
Seguimos en pos de nuestro ya cercano
final de etapa por hoy: Nájera. Cruzamos el río Yalde por un rústico puente de
cemento y madera para atravesar nuevamente la carretera y continuar por caminos
flanqueados por diferentes construcciones y con un ambiente totalmente urbano.
Nos sorprenderá la presencia del impactante farallón que cierra el horizonte
frente a nosotros; pareciera un telón desgarrado por tiempos y batallas, con
ansias de ser digno y honorable marco a tan importante población jacobea.
El río Najerilla nos anuncia la proximidad del
albergue. En sus instalaciones descansaremos cumplidamente. Tomemos fuerzas
para la próxima jornada que, sin duda, nos deparará nuevas sorpresas.
No desperdiciemos la ocasión de admirar el soberbio espectáculo que
forman sus impresionantes acantilados cuando ha nevado recientemente. La nieve,
estratificada en las estrechas cornisas, siluetea, de una forma mágica, la
soberbia pared que desde siempre ha dado abrigo y protección a la ciudad. Los
huecos de las ventanas –series de habitaciones escalonadas en cinco niveles-
excavadas en sus estratos de areniscas rojas y arcillas, semejan lentos
bostezos en ojos somnolientos. El efecto
óptico es, cuando menos, inusual.
Novena etapa
En esta ocasión no hace falta volver a atravesar la ciudad de un extremo
a otro o, como en tantas ocasiones, recorrer calles y calles hasta salir de la
urbe; no, en Nájera saldremos pasando al lado del monasterio de Santa María la
Real, de una monumentalidad innegable por múltiples razones, para dirigirnos a
una discreta cuesta –arriba- y caminar por una amplia pista de tierra. Después
de cruzar un pequeño arroyo, volveremos a una carretera que nos conducirá hasta
Azofra, de reconocida hospitalidad, en donde ya en el siglo XII existía un
hospital y un cementerio (antes no era como ahora) para los peregrinos que
fallecieran en el Camino.
Dejamos atrás Azofra para, tras un tramo no demasiado largo por la
carretera, volver a tomar una pista que se abre paso entre campos de cereales
cada vez más frecuentes, en detrimento de las vides... Ya empezamos a intuir la
presencia no lejana de Castilla. Andaremos todavía un rato (algo más de dos
horas desde Azofra) hasta llegar a nuestra siguiente población: Cirueña. Lamentablemente,
el paisaje jacobeo que es Patrimonio de la Humanidad, que debe preservar unos
valores estéticos para preservar los históricos, se encuentra en este lugar con
la increíble presencia de un campo de golf y un complejo residencial... Sin
comentarios. Que cada cual saque sus propias conclusiones. De hecho, ante las
continuas agresiones que está sufriendo el Camino, ya hay advertencias, por
parte de los organismos europeos correspondientes, en el sentido de revocar la
declaración de Patrimonio de la Humanidad y de Itinerario Cultural Europeo.
Tanto es el deterioro y las agresiones de todo tipo que está sufriendo el
Camino en su conjunto.
Pero
volvamos a nuestro caminar… Tras un corto tramo por carretera, volvemos a salir
a una pista que nos conducirá, tras algunos kilómetros, a Santo Domingo de la
Calzada; ciudad en la que “cantó la gallina después de asada”. No deberemos
perdernos la visita a su catedral en la cual, sorprendentemente, hay un
gallinero con dos gallinas permanentemente. Su torre, barroca, se distingue con
facilidad desde lejos y nos servirá de guía en airoso aspecto. Cuando accedamos
a la calle Mayor encontraremos el magnífico albergue que, al menos para
nosotros en la distribución de esta obra, no será nuestro lugar de descanso por
hoy pues nos proponemos llegar a un lugar singular y con una fuerte energía en
su interior: Grañón.
No obstante lo anterior, las etapas que se proponen en este libro están
basadas en la disponibilidad de albergues en invierno y en el reparto
kilométrico más equitativo posible para hacer posible completar todo el Camino
en 31 días hasta Compostela o en 35 hasta “Fisterra” y “Muxía” o Muxía y
Fisterra (cada cual... a su gusto) Por supuesto, si el esforzado peregrino
tuviera más tiempo o si hubiera decidido hacer cada año un tramo concreto,
perfectamente puede dormir en aquellos albergues que mejor se acomoden a su
preferencia y disposición. Para ello se dan todo tipo de informaciones al final
de estas páginas para que se pueda disponer de este mágico recorrido a la mejor
conveniencia.
Pero volvamos nuevamente al Camino y veamos pausadamente lo que nos
falta para llegar al pueblo anteriormente citado como final de etapa.
El camino continúa con la misma dinámica de toda esta jornada: un andar
cómodo sin apenas altibajos dignos de mención en medio de un paisaje parco en
arboledas. Es curioso el efecto que la nieve produce en los humildes, discretos
y agazapados campos en barbecho... porque pareciera que fueran inmensos
glaciares avanzando incontenibles hacia nosotros... ¡tal es la magia que el
invierno tiene en todo lo que toca!
Seguimos caminando y, tras atravesar Santo Domingo de la Calzada,
llegaremos a una cuidada ermita justo antes de un largo puente que nos aleja
definitivamente de la ciudad. Tras una hora y media aproximadamente llegaremos
a Grañón habiendo dejado atrás una sencilla cruz metálica con la inscripción en
una lápida que reza: “la cruz de los valientes” y, más adelante, un panel
cerámico de los “Amigos del Camino de Santiago en La Rioja” en donde aparecen
reseñadas las localidades más importantes de esta Comunidad en el Camino
aparecen: Logroño, Navarrete, Nájera, Azofra, Santo Domingo de la Calzada y,
por último, nuestra meta de hoy… Grañón. Al poco ya llegamos a dicha población
–último pueblo riojano- en donde pernoctaremos en un albergue absolutamente
“con encanto”, dicho con el mayor de los respetos y queriendo hacer paralelismo
con esa denominación que quiere significar aquellos lugares que se salen de lo
normal y que atesoran valores muy especiales por uno u otro motivo. El albergue
situado en la iglesia de San Juan Bautista se adapta perfectamente a esta
definición. Descansemos y sepamos captar toda la fuerza que dimana de sus muros
y de su ambiente.
En este sentido de “singularidad” y como uno de tantos ejemplos que se
podrían citar, podemos reseñar un viejo, amarillento y carcomido
“papel-pergamino” que el autor tuvo la inmensa suerte de poder ver poco antes
de que se lo llevaran para restaurar la puerta de un confesionario (con el
posible y casi seguro deterioro del documento en cuestión) en la cual, por su
cara interior, estaba adherido. El documento (era manuscrito) contenía unos
“Casos reservados al Ilmo. Sr. Obispo” en la confesión y, entre otras
anotaciones, decía, en su punto 3º: “Pacto expreso o tácito con el demonio”; o,
en su punto 9º: “Incesto hasta el 2º grado inclusive”; y, para terminar este
ejemplo, en su punto 10º se decía: “Falseadores de moneda del Rey” Todo ello en
una letra y sobre un soporte que denotaban su más que evidente antigüedad.
GRAÑÓN 12.01.07
¿Cuánto tiempo llevaría este auténtico tesoro documental en la sacristía
de la iglesia? El autor pudo verlo en el exterior, apoyado en un muro, y le
pareció sencillamente fascinante por su valor histórico, por lo que es reseñado
con el mayor de los respetos y consideración.
Aspectos documentales o artísticos que están vedados al común de las
gentes, podrán ser “descubiertos” por el curioso y siempre “preguntón”
peregrino.
Décima etapa
Hoy, la etapa nos va a llevar por bastantes pequeñas poblaciones en
comparación con otras jornadas. Salimos de Grañón y, por pista de tierra en
medio de campos de cereal que paradógicamente con la estación invernal nos
puedan ofrecer un aspecto verdoso por la reciente sementera, aunque alternen
con surcos amarronados silueteados por un remolón sol que, perezoso, apenas se
eleva sobre un horizonte cada vez más lejano. Un carcomido cartelón de madera,
en el suelo, a la vera, nos transmite un mensaje: “Iré donde sea siempre que
sea hacia delante”.
Llegamos,
en algo más de media hora, a un gran mojón que indica la entrada en la
Comunidad de Castilla y León para dejar atrás la de la Rioja. Sólo algunos
chopos, que confidencialmente nos susurren los serenos trayectos de arroyos y
ríos, romperán la monotonía de un paisaje que conllevará –lo sabremos después
de algunos kilómetros- una ocasión perfecta para hablar con el fondo de nuestro
corazón.
Entramos, pues, en la provincia de Burgos y,
sin apenas darnos cuenta, nos encontramos en las calles de Redecilla del
Camino; en las calles del primer pueblo castellano.
Saldremos de Redecilla del Camino no sin antes haber intentado ver y
admirar su preciosa pila bautismal. Si tenemos suerte, incluso nos explicarán
qué significa cada uno de los relieves allí representados. A continuación, en
poco más de media hora, llegaremos a Castildelgado y, también en algo más de
media hora, nos encontraremos en la población de Viloria de Rioja en la que
nació (aunque no esté probado) ese buen hombre, ermitaño de estas tierras, que,
al decir de Pérez de Urbel, era enfermero, médico, cocinero, albañil y
arquitecto: Santo Domingo de la Calzada. Nuevamente salimos de esta otra
población para hacer –tramo por carretera, tramo por pista- unos tres
kilómetros de terreno con ralos arbustos y escasos árboles. Llegados a nuestro
siguiente caserío para descubrir con agrado que en la entrada del pueblo hay
una zona apropiada para descansar, invitándonos a sentarnos... por no mucho
tiempo, ya que si el cuerpo “se enfría” luego nos costará demasiado trabajo
ponerlo en funcionamiento.
Ya desde Villamayor, tomamos otra vez la pista y en casi hora y media estaremos en Belorado; pueblo que destaca por sus tiendas y factorías de pieles. No debemos pasar de largo sin antes visitar la iglesia de San Pedro (siglo XVII) Por cierto, tengamos cuidado al atravesar la N120 pues el cruce se hace cerca de una curva siendo, por lo tanto, de un peligro cierto a no ser que extrememos las precauciones.
Ya desde Villamayor, tomamos otra vez la pista y en casi hora y media estaremos en Belorado; pueblo que destaca por sus tiendas y factorías de pieles. No debemos pasar de largo sin antes visitar la iglesia de San Pedro (siglo XVII) Por cierto, tengamos cuidado al atravesar la N120 pues el cruce se hace cerca de una curva siendo, por lo tanto, de un peligro cierto a no ser que extrememos las precauciones.
Todavía nos faltan cuatro poblaciones para terminar nuestra etapa de
hoy: Tosantos, Villambistia, Espinosa del Camino y, al fin, Villafranca Montes
de Oca... Pues bien, el arrojado peregrino deberá atravesar el río Tirón por un
puente de madera, paralelo al de piedra -reservado al tráfico- que nos
preservará de los peligros de toda calzada para, de esta manera, caminando por
una senda paralela a la N120, llegar a la población de Tosantos. Nos llamará la
atención una lejana ermita dedicada a Nuestra Señora de la Peña que, en
estratificada pared de un montano corte rocoso, asoma y protege al pueblo
componiendo una bella estampa. Si tuviéramos ganas y tiempo, no estaría de más
subir – es fácil- y verlo de cerca.
Seguimos... en una media hora llegamos a Villambistia en donde el único
bar –creemos recordar que era el único en esos tiempos- regentado por un tal
Iñaki, nos podrá servir algún refresco o café para deleite de nuestros sentidos.
Ya desde este lugar, a unos dos kilómetros, nos encontramos con la siguiente
población: Espinosa del Camino. Desde aquí, seguiremos por senderos en medio de
campos de escasa vegetación en los cuales suelen ser frecuentes las nieblas.
Estos campos, cuando quedan desdibujados y engalanados con escarchas y nieves,
adquieren un aire absolutamente irreal. Por estos paisajes pisaremos al lado de
una humilde y herrumbrosa construcción que no es otra cosa que las ruinas del
monasterio mozárabe de San Félix de Oca (¡quién los diría!) en donde se dice
que reposan los restos mortales de D. Diego Rodríguez Porcelos que, nada más y
nada menos, fue el fundador de la ciudad de Burgos... El camino siempre nos
sorprende. En seguida llegamos a Villafranca Montes de Oca en donde, si
visitamos su iglesia del XVIII, nos sorprenderá ver una inmensa concha (la
mayor de todo el Camino) utilizada como pila de agua bendita y que, a poco que
preguntemos, nos aclararán que fue traída desde las lejanas islas Filipinas.
Nuestra etapa de hoy ha terminado. Nos queda ducharnos, quitarnos las botas y
enfundarnos las sandalias, dejar todo ordenado en nuestra cama (o desordenado,
según cada cual) y visitar tranquilamente el pueblo para tomar notas, meditar,
descansar o platicar con otros peregrinos o gentes del lugar... Cada uno a su
estilo.
Undécima etapa
Hoy nos aguarda una apasionante etapa; una de esas etapas que
atesoraremos en el interior de nuestro acervo jacobeo por haber dejado honda
huella en nosotros. Hoy atravesaremos un bosque que, en sus tres horas largas
de soledad, nos impresionará fuertemente. Es posible que haya nevado no hace
mucho o que las nieblas se enseñoreen de tan arcano lugar... esto ayudará a
potenciar esa sensación que sentiremos de soledad, de inquietud, de paz, de
silencio, de algún sobresalto que otro al, estando solos, oír un chasquido de
ramas o el apresurado corretear de algún invisible animal al que nosotros no
podremos ver pero por el que sí habremos sido vistos. A veces, deteniéndose
para observarnos, algún corzo hace acto de presencia en medio del cortafuegos
por el que caminamos o del camino forestal en el que nos encontremos.
Totalmente inmóvil, observará cómo nos vamos acercando para, de improviso,
emprender una veloz huida.
Ciertamente, no existen dudas al respecto, la etapa de hoy es una de las
que podríamos llamar “singulares”.
Según salimos de Villafranca Montes de Oca tendremos que enfrentarnos
con una empinada subida que deberemos afrontar con paciencia. La subida se
mantiene hasta un magnífico mirador para dejar paso ahora a un leve ascenso.
Pasaremos al lado de un monumento a los caídos durante la Guerra Civil para
luego ir descendiendo hasta el cauce de un río que, por cierto, nos ofrece una
hermosa vista según bajamos. Dicho río deberemos atravesarlo por un vetusto
puente de madera –ojo con los resbalones pues el puente presenta sus “ligeras”
deficiencias- para padecer a continuación una dura subida, aunque no larga.
Poco a poco vamos adentrándonos en zonas más boscosas para desembocar en un
lugar impresionantemente solitario. Los árboles nos observan y mueven sus copas
de vez en cuando como diciendo... ¡”Estos peeeregrinoos!” Tal vez los árboles
no se hayan dado cuenta de que los tiempos han cambiado y de que ya no se
esconden, entre sus gruesos troncos, los despiadados bandoleros que, antaño,
hacían la vida imposible a todo aquél que se aventuraba por estas casi
“ignotas” tierras.
Sólo estando aquí, realizando el Camino, se puede sentir toda la “magia”
que tiene este tramo. Llega un momento en el cual creemos estar en plena Edad
Media e, incluso, en épocas pretéritas, a solas con los peligros y sin nadie
que nos pueda ayudar... aunque, en el fondo, sepamos que no sea así.
También en este tramo proponemos un camino alternativo en caso de que la
abundancia de nieve nos niegue el paso; aunque, dada la belleza del recorrido,
debemos hacer todo lo posible por atravesar el bosque en lugar de caminar por
la carretera que nos conduce al Alto de la Pedraja. El autor, en sus tres
inviernos, nunca tuvo problemas para cruzarlo.
Nada más salir del laberinto boscoso, llegaremos a San Juan de Ortega.
Su albergue lleva cerrado varios años para el peregrino del invierno. Es una
lástima porque el monasterio de San Juan de Ortega es un digno marco para poder
pernoctar en él, aunque esperemos que próximamente sí pueda estar abierto (hay
noticias positivas en este sentido) para beneficio de todos aquéllos que se
animan a transitar por los blancos derroteros del Camino de Santiago; los
cuales, desconocidos para el común de los mortales, tiempo llegará en que sean
descubiertos.
Continuaremos, tras descansar y tomar alguna frugalidad (que el andar
está reñido con la abundante pitanza) en el bar que está a su lado,
prosiguiendo la marcha en pos de Agés a través de terrenos otra vez abiertos,
con escasez de arboledas. En este pequeño pero bonito pueblo, con magníficos
ejemplos de la arquitectura tradicional, hay varios albergues y una casa de
acogida que es de una autenticidad fuera de toda prueba. El autor siempre que
ha podido ha pernoctado en él; aunque es consciente de las limitaciones que
tiene. No obstante, el calor humano suple con creces cualquier otra carencia
que pudiéramos notar en invierno. Las “incomodidades” son un aliciente más en
este tiempo... hacen que el Camino sea más real, más auténtico, más parecido al
Camino que conocieron nuestros antepasados. La comodidad queda reservada para
otros momentos menos importantes... Ahora lo que deseamos es transformar lo
cotidiano en algo fabuloso que nos transporte a otros parámetros y a otra
realidad. Estos lugares ayudarán a que así sea.
Continuaremos y, al poco, entraremos en Atapuerca (famosa por sus
yacimientos arqueológicos) en donde, precisamente en el año 2007, fue
desenterrado el cráneo del europeo más antiguo que se conoce ya que se estima
que tenga la nada despreciable antigüedad de más de un millón doscientos mil
años... Al salir de la población tomaremos una pista pedregosa que parte del
lado izquierdo de la carretera (ojo: fijarse bien en las indicaciones) e iremos
subiendo por un terreno de monte bajo, frecuentemente abrazado por nieblas y
neblinas que se comportan como si quisieran preservar sus más íntimos secretos.
En todo momento, la alambrada de un terreno militar (al menos eso indica en
algún que otro cartel) nos acompañará. Al llegar a lo alto del cerro, veremos
una enorme cruz de madera y diferentes manifestaciones artísticas de los
peregrinos, como las recurrentes espirales en donde cada uno pone una piedra al
lado de las demás. En algunos casos, estas espirales llegan a tener un tamaño
más que considerable. Desde aquí, a más de mil metros de altitud (sin llegar a
los 1.100) comenzaremos a descender por terreno abierto teniendo ante nuestra
vista la silueta de la primera capital castellano-leonesa: Burgos.
Seguiremos y llegaremos, por pista bordeada de piedras calizas de bella
factura, a las proximidades de Villaval con la visión de su iglesia derrumbada
hace pocos años sin que, afortunadamente, se registraran desgracias personales.
Media hora después, terminaremos la jornada
en Cardeñuela de Riopico; población ésta en donde retumban todavía los
rezos de los monjes del antiguo monasterio de San Pedro Cárdena que, aunque
situado en Castrillo del Val -a unos seis kilómetros de distancia- estuvieron
bajo su influencia (donación) durante bastantes siglos. Situada en pleno valle
del Pico, nos anuncia que... ¡Burgos está a un paso!
Duodécima
etapa
Desde Cardeñuela hasta Burgos nos queda un camino bastante tedioso y
siempre por terreno asfaltado (carretera o calles en zonas industriales) No se
puede decir que nos sintamos emocionados y motivados por los paisajes que vamos
a atravesar. No, más bien tendremos que resignarnos con la ilusión puesta en
llegar a la ciudad de Burgos y darnos un baño de historia en sus milenarias
piedras.
Seguiremos por la carretera hasta Orbaneja y continuaremos por el mismo
piso para llegar, antes de alcanzar Villafría, a una encrucijada... Es cierto
que eso del “camino histórico” es un tanto relativo; pero también es cierto que
si siempre nos apartamos de aquí o allí para seguir la senda más cómoda o
atractiva, acabaremos caminando por lugares que nada tuvieron que ver con el
Camino en su más pura esencia. Por ello, al llegar a esta encrucijada y por
diferentes motivos históricos que así lo aconsejan, deberemos escoger la opción
que nos conduce hasta Villafría aunque eso sea a costa de sacrificar algo de
pista de tierra... Aunque, si observamos uno u otro itinerario, vendríamos en
ver que el que se desvía por la izquierda, lo hace a través de antiguas
escombreras hasta llegar a la valla del aeropuerto que nos dirigirá,
indefectiblemente, hasta la población de Castañares... Pero claro, desde aquí
tenemos otra disyuntiva: seguir por el andadero de la N120 (menos “atractivo”)
o dirigirnos hacia la ribera del río Arlanzón que nos conducirá hasta el
corazón de Burgos.
Que cada cual escoja lo que mejor cuadre con su forma de ser; sin
embargo, el autor siempre ha preferido caminar por los terrenos considerados
documentalmente (más o menos) “históricos” por lo que siempre ha entrado en la
histórica capital de la ya lejana Castilla la Vieja por Villafría ya que era
ésta la población a la que llegaban los peregrinos provenientes del País Vasco
que venían y vienen a través de Miranda de Ebro. En realidad, este recorrido
fue importante en los primeros siglos ya que el camino costero era inseguro por
los asaltos normandos y el camino que discurría más al sur estaba plenamente
dominado por los árabes; por lo que la seguridad era más bien poca. Por eso,
los peregrinos preferían caminar por Bayona y sentirse más seguros en su
peregrinación.
Bien, dicho lo anterior, seguiremos por la carretera hasta Villafría y
desde aquí, por un paisaje totalmente industrial y urbano, llegaremos a Burgos.
Su descripción será objeto de detenido detalle en el capítulo “Ciudades,
pueblos y aldeas”.
Décima
tercera etapa
(primera parte)
Hoy es un día especial: comenzaremos a
caminar por la faceta más ascética de Castilla... por sus páramos que
atravesaremos hasta llegar al límite con León
en donde seguiremos en paisaje mesetario hasta llegar a Puente y
Hospital de Órbigo. Serán unos doscientos kilómetros en los que tendremos que
aprender a convivir con nosotros mismos pues la pródiga naturaleza que nos ha
acompañado hasta ahora (aunque ya antesala del páramo y las estepas) deviene en
puro escenario que posibilita el diálogo entre el peregrino y el cielo. Solos,
no hay absolutamente nada que distraiga. Tenemos el cielo, la tierra y en medio
nosotros como protagonistas de la obra a la que estamos asistiendo y, al mismo
tiempo, representando. El escenario es duro, carente de superficialidades.
Tendremos que adaptarnos al medio y aprender a convivir con él.
Pero dejémonos de adelantar acontecimientos y pasemos a detallar la
salida de Burgos, de la ciudad que llegó a tener más de quince hospitales
(léase albergues en sentido amplio) de la ciudad que posee una de las
catedrales góticas más bellas del mundo, de la ciudad que fue, es y será un
hito en el Camino de Santiago pues nació por y para el Camino...
Burgos queda atrás cuando pasamos por la puerta de San Martín, calle
Emperador, calle Villalón... hasta cruzar el Arlanzón, ese largo río que nace
en la lejana sierra de Arandio, también conocida en la actualidad como de la
Demanda, a más de 2.000 metros de altitud... Atravesamos autovías y carreteras
para, tras rebasar Villalbilla, al cabo alcanzar Tardajos. Esta ciudad es una
localidad histórica cuyos orígenes se remontan a los celtas que habitaban esta
población con el nombre de “Deobrígula” –ya citada por Ptolomeo- que quiere
decir “Ciudad de los Dioses” y en donde, a poco que preguntemos o nos comenten,
habremos de saber que, aun a pesar de ser pleno invierno, el pueblo está “en la
gloria” ya que la mayoría de las casas tienen este sistema de calefacción que
data de la época de los romanos pues no en balde tan ingenioso sistema procede
de los antiguos hipocaustos. Siempre el detalle curioso en cada esquina...
Desde aquí, en una media hora, llegaremos a Rabé de las Calzadas; población
ésta que el autor ha considerado como la puerta de los territorios en los
cuales la estepa y los páramos son omnipresentes, para gloria de unos e
infierno de otros.
Detenemos aquí el detalle del recorrido correspondiente al “bosque y
monte bajo” para dar un salto de aproximadamente 200 kilómetros ya que en esta
etapa –entre Burgos y Hontanas- el 63% corresponde a las “Llanuras esteparias”.
Por ello, nos situaremos en las puertas mismas de los Montes de León para
entroncar con el siguiente tramo de “bosques y monte bajo”.
Efectivamente, volveremos a los
bucólicos y arbolados paisajes una vez que hayamos llegado a las poblaciones de
Puente y Hospital de Órbigo, las cuales solamente están separadas por el río
homónimo. Por ello pasamos, sin mayor demora, a la...
Vigésima
primera etapa
Saldremos de Hospital de Órbigo y
aquí se presentan dos opciones: una –la traza histórica- discurre todo
el tiempo paralela a la N120... con el ruido de los vehículos y el asfalto
siempre a nuestro lado; la otra opción discurre por bucólicos caminos
salpicados de pequeños bosquetes y en cuyo recorrido nos toparemos con las
poblaciones de Villares de Órbigo y Santibáñez de Valdeiglesias. El autor ha
pisado ambas alternativas; sin embargo, a pesar de que siempre propugnamos ir
por la senda histórica, en este caso -¡qué Santiago perdone!- consideramos que
las sensaciones que debió sentir el peregrino allá en los albores del primer
milenio, no debían de ser las de andar al lado de una obra muchos cientos de
años por delante de él, ni tampoco respirar la contaminación de los vehículos o
el ruido machacón de los motores. Sí... ya sabemos que el Camino estaba otrora
compartido por los de a pie, los de a caballo y también por carretas y
caballerías que transportaran mercancías para su venta o trueque. Sí, esto es
cierto; pero no es menos cierto que el caminante jacobeo se sentía parte de ese
mundo que era, en definitiva, su mundo. Nosotros, ahora, lo que queremos es
vivir una experiencia diferente a la cotidianeidad; una experiencia que nos
transporte –en la medida de lo posible- a épocas ya pasadas y que de alguna
manera, tal vez ahora o bien después, nos haga comprender una dimensión
diferente de nuestra existencia. Esto nos respalda la idea de que debemos
seguir la traza histórica –por supuesto- pero también que debemos intentar abstraernos
en un mundo interior que proyecte nuestros descubrimientos hacia los demás... y
eso no se consigue caminando al lado de los camiones (con perdón de los
camioneros) ni al lado de los demás vehículos (con perdón de sus conductores)
Es también cierto que por la carretera recibiremos el cariñoso apoyo de los que
pasen en esos “modernos carromatos” con el consiguiente sonido de las bocinas
deseándonos un buen andar, un buen día, un buen Camino. Es de agradecer... pero
no es lo mismo.
Seguiremos andando tranquilamente y en algo menos de una hora llegaremos
a Santibáñez de Valdeiglesias en donde existe, incluso, un albergue (en este
caso, parroquial) que suele estar abierto o, al menos, disponible en el
invierno lo cual, no nos cansaremos de decirlo, es muy de agradecer. Aquéllos
que piensan en los peregrinos del invierno demuestran tener un auténtico
espíritu jacobeo pues no son esclavos
del rendimiento económico (que también es importante, claro está) sino
que para esas personas lo fundamental es ayudar a los peregrinos en esos meses
que aparentemente son “tan poco propicios” para hacer el camino de Santiago...
“Tan poco propicios”... creemos que los que mantienen abiertos sus albergues en
pleno invierno para poder dar asistencia a algunos arrojados jacobípetas lo
hacen porque aman el Camino y lo viven en toda su profundidad y, por supuesto,
entienden que es la “más verdadera” de todas las estaciones. Nuevamente,
debemos agradecer el esfuerzo que hacen. Si este blog ayuda a aumentar el paso
de peregrinos por sus albergues, nos sentiremos plenamente satisfechos.
Pero dejémonos de circunloquios, aunque entendemos que útiles, y
volvamos a la senda... Saldremos de Santibáñez por pista de tierra y, entre
salpicaduras de vid, llegaremos a un lugar en el cual nos sorprenderemos al
descubrir toda una serie de figuras producto de la imaginación y casi diríamos
que de la fantasía. Son figuras relativas al Camino pero sin la solemnidad a la
que estamos acostumbrados; son figuras que denotan lo polifacético que el
Camino puede llegar a ser. Son figuras iconoclastas que nos harán pensar,
sonreír y meditar. Pausemos un poco nuestro ambular y disfrutemos de su
singular esencia.
Bajaremos, subiremos, pasaremos junto a una laguna, volveremos a bajar y
volveremos a subir repetidamente para, al cabo, arribar a una altiplanicie que
nos conducirá en línea recta hasta el
crucero de Santo Toribio desde el cual tendremos una magnífica vista
sobre San Justo de la Vega y en cuyo lugar podremos descansar en unos bancos y
mesas a tal efecto. Al fondo ya divisamos Astorga y reluciendo como una gema,
de un blanco impoluto, el monte sagrado de los astures, la mayor elevación de
los Montes de León: el Teleno que, con sus 2.188 metros nos habrá de acompañar
y vigilar durante las próximas etapas. Antes, habremos atravesado bosquetes de
encinas con elegantes líquenes adornando sus troncos y ramas.
Descendemos por una pronunciada pendiente para llegar a la población que
momentos antes veíamos a nuestros pies. Cruzaremos la ciudad y salvando el río
Tuerto por su correspondiente pasarela en paralelo con otro puente de piedra,
volveremos a encontrarnos al poco con una pista terrosa para, al cabo de no
mucho, volver al terreno asfaltado y por las sempiternas urbanizaciones,
alcanzar nuestra meta de hoy: la “Astúrica Augusta” romana –Astorga-; bellísima
ciudad en donde no nos cansaremos de descubrir toda una amplia variedad de
joyas arquitectónicas o lugares de una personalidad incuestionable... Catedral
de Santa María, Ayuntamiento, murallas, Palacio Episcopal, museos...
Tras recorrer sus múltiples maravillas –mantecados incluidos- volveremos
al albergue para descansar plácidamente. Mañana nos espera una nueva jornada
con nuevas experiencias y aventuras...
Vigésima segunda etapa
(primera parte)
Nos despedimos de Astorga que tan bien nos ha acogido para adentramos en
La Maragatería, tierra de los misteriosos Amacos y del Mars Tileno romano,
descubriendo todo un mundo que parece, en algunos aspectos, anclado en el pasado.
Recias y contundentes casas de piedra con sus bellos portalones de doble hoja y
dintel abovedado nos mirarán de reojo cuando pasemos por sus calles.
Saldremos satisfechos de comenzar una nueva jornada, una jornada que
altera la esencia de nuestro ambular en los últimos doscientos kilómetros. Ya
quedan atrás los páramos castellano-leoneses, sus soledades, su ausencia de
arbolado, su cielo omnipresente, su diáfana claridad, para irnos adentrando,
poco a poco en una nuevo paisaje de “alta montaña” ya que, emociona pensar en
ello, comenzamos la subida hacia la mayor de las altitudes del Camino Francés:
la zona de la “Cruz de Ferro”.
El primer pueblo que nos encontramos, tras atravesar por su
correspondiente puente el río Jerga, es Murias de Rechivaldo. Nos detendremos
para observar, sobre el dintel de la puerta de su iglesia, una talla de la
Virgen del Pilar así como una representación de San Roque Peregrino (aunque lo
fuera de Roma y no de Compostela) La Virgen del Pilar, no lo olvidemos, se
entronca con la tradición jacobea al haberse aparecido a Santiago Apóstol en
las lejanas tierras del Ebro, allá por la Caesaraugusta (lejanas desde Murias
de Rechivaldo, claro) para darle ánimos pues no tenía mucho éxito que digamos
en su labor apostólica.
Tras Murias de Rechivaldo, por pista y vigilados por la omnipresente
figura del poderoso Teleno (acompañándonos tozudamente en la lejanía, siempre a
nuestra izquierda) caminaremos por una longa recta que nos acercará a otro de
los preciosos lugares maragatos: Santa Catalina de Somoza; población de pétreas
casas en amistosa connivencia con la madera, en cuyas calles parece haberse
detenido el tiempo, y en cuya iglesia parroquial se conserva celosamente una
reliquia de San Blas, patrono de este pueblo.
Debemos destacar que en todo este tramo, con una relativamente escasa
presencia de arbolado en ciertas zonas (al menos de gran porte) durante los
días en los cuales el viento decide hacer un poco de ejercicio para entrar en
calor, los peregrinos, para avanzar e ir minimizando el azote que supone en sus
rostros las frescas ráfagas de una sensación térmica muy inferior a la real,
suelen ir (al igual que hacen los ciclistas en las carreras) en “fila india”
para que los de detrás queden protegidos por los de delante. Normalmente, a lo
largo del recorrido, los que van en cabeza del “pelotón” (símil ciclista) se
alternan cada cierto tiempo. En el camino ya habremos aprendido, sobradamente,
a ayudarnos unos a otros.
Una cómoda hora nos separa de El Ganso, a donde llegaremos y veremos las
famosas “casas teitadas” que presentan una techumbre formada por pajas de
centeno. Ya vamos encontrándonos con indicios del pasado celta de la región por
la que vamos avanzando.
Desde El Ganso a Rabanal del Camino pasaremos por frondosos pinares
(aunque nosotros no entraremos de manera significativa pues el sendero discurre
al lado de la carretera) Subiremos por un rebollar encontrándonos nuevamente
con una malla metálica que sirve de lienzo para que todos dejemos ahí una
pequeña –o no tanto- cruz de madera en una espontánea manifestación religiosa o
artística.
Junto a la carretera, poco antes de llegar a Rabanal, avistaremos y
alcanzaremos un inmenso roble llamado “el roble del peregrino”. Descansaremos
en su generosa sombra protectora y reanudaremos la marcha hasta la cercana
Rabanal del Camino la cual nos abrirá las puertas de un nuevo tramo
montañoso... ¡El techo del Camino Francés!
Se hace notar al amable lector que la descripción de los siguientes
kilómetros pertenecen a lo que hemos dado en llamar “etapas de altura o de
montaña” por lo que la última parte de la presente jornada y la primera parte
de la jornada que sigue, se pueden consultar en el citado apartado de “zonas
montañosas”
Vigésima
tercera etapa
(segunda parte)
Contentos por haber salvado satisfactoriamente el techo del Camino
Francés, bajaremos por pendiente pronunciada hasta El Acebo; bajaremos para
entrar en una nueva comarca: El Bierzo, que nos recibirá con toda la
generosidad que lo caracteriza presentándonos y acompañándonos entre una
vegetación compuesta fundamentalmente por piornos y pastos. El Acebo, primer
pueblo del Camino en la hoya berciana, nos acoge y da la bienvenida. Podemos
tomar un bien merecido bocadillo o una frugal comida para, a continuación,
seguir descendiendo hasta llegar a nuestra meta de hoy: Ponferrada.
Nos fijaremos en el cambio que la arquitectura presenta con respecto a
lo que nos hemos venido encontrando hasta ahora... Ya, los tejados de pizarra,
la piedra y la madera son protagonistas absolutos. Su larga calle principal
resulta espectacular.
Según salimos de El Acebo, veremos una artística composición que
lamentablemente es por la memoria de un peregrino alemán que falleció
realizando la experiencia jacobea. La carretera nos acompañará durante algún
tiempo más para, acto seguido, seguir por senda paralela hasta llegar a Riego
de Ambrós; población que, en consonancia con la que acabamos de dejar atrás,
presenta unas características constructivas de bella imagen.
El cobijo y abrazo de los castaños nos acompañará algún tiempo para
devenir al rato en un pronunciado descenso que nos aproximará al río Meruelo en
donde un puente de bella estampa nos dirigirá al centro de Molinaseca. Es de
destacar el santuario que encontraremos a la entrada de la ciudad el cual,
totalmente unido a las paredes del monte que se encuentra a su espalda, tiene
protegidas sus puertas con planchas de férreo metal ya que los peregrinos, en
“piadosa costumbre” gustaban de llevarse la puerta a trozos al arrancar
astillas de la misma y llevarlas con ellos en recuerdo de su paso por esta
bonita población.
Al salir de esta pequeña urbe procuraremos no despistarnos pues en
alguna ocasión podremos comprobar que la señalización no está todo lo visible
que sería de desear. Continuaremos andando y tras algo más de una hora (o algo
menos, depende de nuestro paso) llegaremos al pueblo aledaño de Campo con su
encina milenaria de más de cinco metros de perímetro en su tronco y unos
catorce metros de altura... Y desde esta población comenzaremos a caminar entre
edificaciones hasta que lleguemos al término de nuestra etapa... Entraremos en
Ponferrada y seguiremos las indicaciones que nos guíen hasta nuestro lugar de
descanso y tertulia por esta jornada.
Ciertamente, ya hemos terminado nuestra andadura de hoy; ya los
kilómetros se van desgranando y nos acercamos –dentro de poco- a la postrer
Comunidad que debemos pisar: Galicia; pero, de momento, nos instalaremos en el
acogedor y bien acondicionado albergue de Ponferrada que cuenta con una ermita
propia que nos sorprenderá y con un inmenso tótem –obra de unos peregrinos- que
ahora, en el invierno, encontraremos envuelto y protegido ante las inclemencias
propias de la estación en la que nos encontramos.
Disfrutemos de la estancia.
Vigésima
cuarta etapa
Pasaremos por delante de la imponente figura del castillo de esta ciudad
–muy bien conservado aunque sea a base de restauraciones- y nos dirigiremos
hacia la plaza de la Virgen de la Encina. Ni que decir tiene que ya habremos
visitado este templo así como el magnífico marco de calles en el que está
enclavado, como la llamada del reloj, con su Antigua Real Cárcel, o la calle
Jardines... y tantas otras. Cruzaremos el río Sil y seguiremos fielmente las
queridas e inolvidables flechas amarillas.
La primera población a la que llegaremos será Columbrianos, de recio
abolengo pues se tiene noticias de su existencia nada menos que desde los
lejanos tiempos del siglo X; siendo anterior a la misma Ponferrada... Sus casas
solariegas nos hablan de un pasado esplendoroso. Dejaremos estas calles para, a
unos tres cuartos de hora, llegar a Fuentes Nuevas y encontrarnos con uno de
tantos cruceros que iremos viendo según vayamos consumiendo kilómetros. Los
cruceros, esas cruces de piedra que jalonan las encrucijadas o cualesquiera
otros lugares apropiados; los cruceros esas manifestaciones de carácter
simbólico-sagrado relacionadas con un sentido protector. La base, la vara y la
cruz son los elementos constituyentes de una manifestación que tiene más de
diez mil ejemplos en toda Galicia. Cuando lleguemos a Melide, podremos admirar
el que se considera el más antiguo de toda la Comunidad Gallega. Oraciones
hechas piedra, su presencia nos infundirá fuerza y ánimo.
Una vez dejado atrás lo que llamaremos en la región gallega “cruceiros”,
sólo tenemos que andar un poco para salir de esta población y dirigirnos sin
mayor demora hasta Camponaraya que, como veremos “in situ”, nos podremos
proveer de alguna que otra vianda o tomar un pequeño descanso en algún bar o
cafetería. Al ir a salir de esta ciudad, si pasáramos cerca de la Casa
Consistorial, es posible que nos fijemos en la bandera de esta localidad... Nos
llamará la atención que, formada por tres franjas longitudinales (primera y
tercera, azules) la franja central –separada por dos líneas blancas- tenga,
sobre fondo rojo, dibujadas cinco vieiras... ¡No cabe mayor vinculación con el
Camino!
Cruzar Camponaraya supone unos veinte minutos dada la longitud del
recorrido urbano a realizar. Los viñedos, ahora desnudos, acompañarán nuestra
vista “extramuros”. A continuación, en una hora y media aproximadamente –con
algún arduo repecho- podremos entrar en Cacabelos en donde observaremos que
“Prada a tope” está muy frecuentemente significado. Debemos saber que si nos
acercamos a la tienda central de estos productos (sólo hay que preguntar) se
invita al peregrino, con la mera presentación de la credencial, a un vaso de
vino y a un trozo de empanada. El autor, dada su condición de abstemio, sólo
pudo disfrutar de la empanada; pero a fe que estaba muy sabrosa. En esta población
había, hasta hace pocos años, un albergue o, mejor dicho, unas habitaciones que
el Ayuntamiento habilitaba para que los peregrinos de invierno pudieran
pernoctar. Dicho albergue invernal era, ciertamente, espartano; pero, como se
insiste continuamente, el peregrino sólo debe agradecer lo que le ofrezcan (de
corazón y siempre convencido) Los ligeros “inconvenientes” que podamos
encontrar son parte misma de la apasionante aventura invernal. Sin ellos,
perdería su “sal”, su verdadero y genuino sabor. Veamos siempre el lado
positivo de todo... que, verdaderamente, lo tiene.
Es de lamentar que derruyeran las casas pues, la verdad sea dicha,
hacían su avío (no obstante, hay noticias de que próximamente se abrirá un
alojamiento alternativo para el invierno. Esperemos que así sea.
Continuaremos hasta la importante población de Villafranca del Bierzo no
sin antes subir y bajar en alguna que otra ocasión y, así, ir “haciendo
piernas” contra las subidas que nos aguardan para entrar en la ya no lejana
Galicia. Al entrar en Villafranca del Bierzo encontraremos un templo románico
de singular significación en el Camino... pero eso lo veremos en el apartado
“De las ermitas a las catedrales”. Seguiremos nuestro trayecto y en una hora
más llegaremos a nuestro fin de etapa de hoy: Pereje. Para ello, nada más dejar
Villafranca (perdón por abreviar) nos encontramos con un río que habrá de
acompañarnos en las próximas etapas: el río Valcarce. Lo acompañaremos por el
arcén de la antigua N-VI que nos encajona muy en consonancia con el propio
nombre del río y con la estrecha angostura (aunque sea redundante, es cierto)
del valle que iremos recorriendo. Magníficos ejemplares de castaños nos
brindarán su generosa sombra hasta que lleguemos en un abrir y cerrar de ojos a
Pereje. Precisamente, según nos vamos aproximando a esta aldea, debemos saber
que estamos entrando en la zona de influencia de dos grandes y bellas sierras:
los Ancares y la del Caurel. En su
albergue pernoctaremos para enfrentarnos al día siguiente a un formidable
desafío: el ascenso a la puerta de Galicia: “O Cebreiro”.
Descansemos hoy en esta pequeña localidad y repongamos fuerzas... las
necesitaremos mañana.
Vigésima
quinta etapa
(primera
parte)
Saldremos de Pereje y retornaremos al andadero anexo a la antigua N-VI
ya que la moderna autovía A-6 discurre por encima de nosotros en muchas
ocasiones, mediante espectaculares viaductos. Bien, seguiremos caminando, como
decíamos, hasta llegar, acompañados por los ya familiares castaños, a
Trabadelo. Acabamos de subir 36 metros.
Por un rato nos apartan del andadero y nos encaminamos posteriormente
otra vez a él hasta llegar a La Portela de Valcarce. En este caso, casi podemos
decir que hemos estado llaneando; ya que hemos subido sólo 2 metros en la
última hora recorrida.
Ya va quedando atrás La Portela (perdón por abreviar) para coger el
desvío que nos dirige a la población de Ambasmestas en la confluencia de los
ríos Valcarce y Balboa. Curiosamente, tal vez alguien nos diga que, desde aquí,
el Camino suele denominarse “Camino del Perdón”... Ya estaremos 25 metros más
arriba que hace un kilómetro aproximadamente.
Una vez en Ambasmestas, nos dirigiremos a Vega de Valcarce para, a
continuación, llegar a Ruitelán (hasta aquí, 68 metros más altos en los cuatro
kilómetros recorridos) Ya empezamos a notar la pendiente, aunque ésta no es
todavía de consideración. Vayamos atentos porque un poco más arriba
encontraremos la desviación que nos hace bajar algo hacia Las Herrerías; ciudad
que, ahora sí, marca el comienzo verdadero de la subida. Hemos ascendido otros
18 metros y eso significa que nos encontramos a unos 682 metros de altitud.
Atravesaremos este pueblo y, al salir de él, es cuando comenzaremos a
comprobar cómo la pendiente (ascendente) nos “amenaza”. Tenemos las montañas
ante nosotros... desafiantes, orgullosas, casi inaccesibles (eso nos podría
parecer) Tragaremos saliva y decidiremos qué hacer... Porque aquí, en Ruitelán,
debemos tomar una importante decisión: montaña arriba, “a las bravas” o seguir
por la carretera hasta Piedrafita... ¿Qué hacer?... Todo dependerá del estado
de la muy posible nieve, de nuestras fuerzas, preparación y de las previsiones
meteorológicas del día. Tengamos muy presente todas estas variables. Si
estuviéramos muy cansados o nuestra experiencia en la alta montaña no fuera
adecuada, o supiéramos (por las informaciones de los habitantes del lugar) que
hay más nieve “de lo normal” o si las previsiones meteorológicas indicaran que
se esperan nieblas o tormentas de nieve, no debemos dudar en cuál sea el camino
a seguir: la carretera hasta Piedrafita para, desde allí, encaminarnos hasta El
Cebrero (“O Cebreiro” en gallego y forma en la cual lo referenciaremos) sin
mayores complicaciones.
Sin embargo, si el invernal peregrino, en medio de su arrojo y
determinación, estuviera con un cansancio “llevadero”, si el día tuviera una
visibilidad suficiente, si no hubiera amenaza de nevadas y, el espesor de la
nieve fuera moderado o escaso y si las previsiones meteorológicas fueran
favorables, podremos intentar la subida –como decíamos anteriormente- “a las
bravas”.
No obstante lo anterior, en caso de que las condiciones no fueran
favorables, el peregrino deberá basar su prudente decisión en su experiencia.
Sólo si se tuvieran sólidos conocimientos de la alta montaña y sólo si
poseyéramos amplio historial en el agreste mundo de las alturas, podremos
aventurarnos pues seremos conscientes de no encontrar nada peor a lo que ya nos
hayamos enfrentado con anterioridad en incursiones por deíficas cumbres.
Seamos, pues, ante todo, muy prudentes. Nadie desea que esta jornada se
convierta en un suplicio de imprevisibles consecuencias... O monte arriba hasta
“el” Cebreiro o por la carretera hasta el mismo lugar, pero pasando por
Piedrafita.
En los mapas que el amable lector (y esperamos que futuro peregrino de
invierno) encontrará al final de esta obra, pueden consultarse con detalle
ambas alternativas.
Bien, supongamos que hay poca nieve, que
tenemos un día de un azul profundo, que estamos algo cansados pero que nuestras
fuerzas son todavía suficientes y hemos visto, al desayunar en la cafetería,
que el tiempo es estable y no se esperan cambios en las próximas horas... pues
tenemos todos los ingredientes para disfrutar de unos paisajes maravillosos y
de una experiencia emocionante al encontrarnos con el mojón que marca el linde
entre las comunidades de Castilla y León y de Galicia; además de haber sido capaces
de enfrentarnos con todo un reto.
Si esta fuera nuestra alternativa, saldremos de Las Herrerías y... ¡hala,
ya empezamos!... la subida comienza a hacerse cada vez más dura. Tendremos que
atemperar nuestro paso si queremos llegar “enteros” hasta el final. Nuevamente
debemos extremar nuestra atención pues hay que tomar una desviación a la
izquierda que nos conducirá directamente hasta el pueblo de La Faba. En este
tramo de cuatro kilómetros, ya estaremos 239 metros más arriba. Los robles y
los castaños nos habrán acompañado hasta
aquí.
Atravesaremos el pequeño pueblo de La Faba y en seguida saldremos a
monte abierto con profusión de impresionantes paisajes. Caminaremos por terreno
cubierto de nieve (aunque algunos años casi no hay) y, siempre subiendo,
llegaremos al último pueblo de Castilla y León: La Laguna de Castilla. La
salida de esta pequeña población nos sitúa por encima de los 1.200 metros
–habiendo subido en dos kilómetros nada más y nada menos que 119 metros por lo
que estamos a 1.040 metros de altitud- Por ello, porque al cabo de rebasar este
último pueblo alcanzamos los 1.200 metros como decimos, es por lo que su
descripción corresponde al capítulo de “zonas montañosas”. No obstante lo
anterior, hay observaciones complementarias para el tramo comprendido entre La
Faba y La Laguna de Castilla en el citado capítulo.
¡Ánimo, valientes!... Ya casi hemos llegado a lo alto.
Si hubiéramos continuado por la carretera en sensata decisión, desde
algo más arriba de Ruitelán en donde está la desviación hacia Las Herrerías,
que no debemos tomar, seguiremos por la antigua N-VI -señalizada como N006A- y
desde allí continuaremos por el mismo asfalto para, veinte minutos después,
llegar a la población de Las Lamas en cuyo lugar acabaremos de rebasar los
1.000 metros de altitud. Desde aquí, la carretera nos conducirá directamente,
cuatro kilómetros más arriba, hasta El Castro en donde podremos descansar,
aunque sea al abrigo de sus casas.
Una vez descansados (o menos cansados) seguiremos subiendo en ascenso llevadero, hasta encontrarnos, unos cuatro kilómetros más allá, con la linde gallega... Celebraremos tan singular acontecimiento con el lógico gozo de haber sido capaces de alcanzar el borde que nos da acceso a la Gallaecia romana y antes celta... ¡Ya tenemos a Santiago de Compostela muy cerca! En seguida llegamos a “Piedrafita do Cebreiro” (Piedrafita del Cebreiro –según el topónimo gallego-) en donde podremos hacer una parada casi diríamos que “obligada”. Los 1.200 metros de altitud los alcanzaremos en el tramo comprendido entre Piedrafita y el final de nuestra etapa de hoy.
Una vez descansados (o menos cansados) seguiremos subiendo en ascenso llevadero, hasta encontrarnos, unos cuatro kilómetros más allá, con la linde gallega... Celebraremos tan singular acontecimiento con el lógico gozo de haber sido capaces de alcanzar el borde que nos da acceso a la Gallaecia romana y antes celta... ¡Ya tenemos a Santiago de Compostela muy cerca! En seguida llegamos a “Piedrafita do Cebreiro” (Piedrafita del Cebreiro –según el topónimo gallego-) en donde podremos hacer una parada casi diríamos que “obligada”. Los 1.200 metros de altitud los alcanzaremos en el tramo comprendido entre Piedrafita y el final de nuestra etapa de hoy.
Algo menos de cinco kilómetros después, entraremos en el mítico Cebreiro
a la respetable altitud de casi 1.300 metros. Ya hemos terminado las grandes
subidas. Disfrutemos en esta aldea que, con la nieve recién caída o la de hace
varios días, adquiere un aspecto absolutamente irreal. Ahora sí que nos
parecerá estar en “otro mundo” o, al menos, en otra época; en una época de hace
cientos y cientos de años atrás.
Vigésima
sexta etapa
(segunda parte)
La primera parte de esta etapa corresponde al capítulo de “zonas
montañosas” por desarrollarse en
altitudes superiores a los 1.200 metros. No será hasta Viduedo (Lamas do Biduedo)
que nos encontremos por debajo de esa cota. Por cierto, viniendo de Fonfría, al
llegar a la desviación que conduce a “O Biduedo” (Viduedo) deberemos decidir si
caminamos por el “desvío” de la derecha o si, por el contrario seguimos de
frente. El Camino como tal, sigue por la derecha; pero debemos tener muy en
cuenta que, una vez pasado O Biduedo tenemos un largo tramo “campo a través”
–por los correspondientes caminos, claro- por lo que si hubiera nevado en gran
cantidad, debemos hacernos las mismas reflexiones que al subir al Cebreiro.
Cierto es que ahora ya no estamos en las “altas alturas” (perdón por la
construcción) pero tampoco es menos cierto que nos enfrentamos a un recorrido
de casi siete kilómetros con, eso sí, las preciosas vistas de los montes
Caldeirón y Oribio (Ouribio) pero en terreno descubierto sin poblaciones
importantes intermedias (sólo alguna que otra pequeña aldea como Filloval,
Pasantes y Ramil –en donde nos sorprenderá un centenario castaño de fantasiosas
formas-) y teniendo un descenso de unos 525 metros. La dificultad no es la
misma que al subir al Cebreiro) pero sigue existiendo un claro y evidente
riesgo. Decidamos en consecuencia.
Triacastela, la “Triacastellus” del “Codex Calixtinus”, es una población
con todos los servicios en la cual podremos descansar cumplidamente.
En el mismo Triacastela, inmediatamente antes de salir, podemos ver dos
indicaciones: una dirige por Samos y la otra lo hace por “San Xil” (San Gil) En
esta obra se manifiestan algunas consideraciones al respecto, por lo que no
seremos reiterativos. Se ha escogido la opción de Samos por las razones que se
explican en el capítulo “Da las ermitas a las catedrales”... pues podríamos
decir que perder la visita a Samos es mucho perder...
Una vez decididos, nos internaremos por los frondosos bosques que
abundan en este valle. Hasta algo más allá de Liñares iremos por el arcén de la
carretera (algo menos de una hora) y en sus cortados, con formaciones vegetales
que se agarran desesperadamente en su verticalidad, podremos contemplar
múltiples chorreras que forman cortinas y estrechas corrientes de agua casi en
cascada. Por otro lado, hasta que lleguemos a Sarria no volveremos a ver los
mojones que, cada 500 metros, nos van marcando la distancia a la que se
encuentra todavía Compostela. Sin embargo, nuestra queridas flechas amarillas
(las echaremos de menos cuando volvamos a nuestros lugares de origen) sí
estarán presentes en todo el recorrido. Aquí existe un pequeño “lío” con el nombre
del río, ya que unos lo llaman río Sarria y otros río Oribio (Ouribio) por
nacer en las faldas del monte así llamado; aunque, al parecer, y según podemos
deducir de nuestras conversaciones con unos y con otros, el río en cuestión se
llama Ouribio desde su nacimiento hasta algún lugar entre Samos y Sarria; y a
partir de aquí, ya se llama río Sarria... aunque no todos coinciden en esta
apreciación.
Sea el nombre que fuere, seguiremos el curso de este río unas veces más lejos, otras más cerca- y nos deleitaremos con sus abundantes aguas que incluso llegan a formar un espectacular salto de agua que nos sorprenderá por la violencia de sus aguas mientras, en la orilla frente a la nuestra, otra pequeña cascada vierte sus aguas a la corriente principal… porque, ciertamente, las aguas se enseñorean de este lugar creando espacios naturales de gran belleza; por lo que podremos ver cómo se remansa el río formando espejos de una transparencia envidiable en donde las plantas subacuáticas son perfectamente visibles como si de un jardín se tratara. En esos pequeños pueblos o, más bien, aldeas, las casas encaladas o de piedra, pero con su tejado de pizarra, serán protagonistas absolutas. Seguiremos caminando entre desnudos árboles de retorcidos troncos que forman figuras de tal factura que parecieran bosquejos para alguna película de ciencia-ficción o de pura fantasía. Por supuesto, como no podría ser de otra manera en estos parajes, las vacas –las famosas rubias gallegas- nos saldrán al paso en más de una ocasión o girarán su cabeza para, curiosas, observar nuestro caminar. También, si tenemos suerte y estuviera en esos momentos funcionando, podremos visitar un auténtico molino con sus enormes piedras para moler el cereal; pues al menos hay uno que está a pie de camino y que funciona todavía a estas alturas.
Sea el nombre que fuere, seguiremos el curso de este río unas veces más lejos, otras más cerca- y nos deleitaremos con sus abundantes aguas que incluso llegan a formar un espectacular salto de agua que nos sorprenderá por la violencia de sus aguas mientras, en la orilla frente a la nuestra, otra pequeña cascada vierte sus aguas a la corriente principal… porque, ciertamente, las aguas se enseñorean de este lugar creando espacios naturales de gran belleza; por lo que podremos ver cómo se remansa el río formando espejos de una transparencia envidiable en donde las plantas subacuáticas son perfectamente visibles como si de un jardín se tratara. En esos pequeños pueblos o, más bien, aldeas, las casas encaladas o de piedra, pero con su tejado de pizarra, serán protagonistas absolutas. Seguiremos caminando entre desnudos árboles de retorcidos troncos que forman figuras de tal factura que parecieran bosquejos para alguna película de ciencia-ficción o de pura fantasía. Por supuesto, como no podría ser de otra manera en estos parajes, las vacas –las famosas rubias gallegas- nos saldrán al paso en más de una ocasión o girarán su cabeza para, curiosas, observar nuestro caminar. También, si tenemos suerte y estuviera en esos momentos funcionando, podremos visitar un auténtico molino con sus enormes piedras para moler el cereal; pues al menos hay uno que está a pie de camino y que funciona todavía a estas alturas.
Caminando, caminando, llegaremos a “San Cristovo do Real” (San Cristóbal
del Real) cuya parroquia ya aparece en documentos del siglo XII. Desde aquí,
proseguiremos hasta Renche para seguir
por un camino ondulante que nos llevará hasta el siguiente pueblo: “San Martiño
do Real” (San Martín del Real) Al dejar atrás este pueblo, el camino se dirige
ya decididamente hasta Samos; hasta el monasterio más antiguo de Galicia y uno
de los más antiguos de toda España pues no en balde, sus orígenes se remontan a
algo así como el siglo VI, nada más y nada menos. Cuando vamos caminando por el
sendero “de las flechas amarillas” desembocamos, de repente, en un lugar desde
el cual, como si en globo aerostático estuviéramos, aparece abajo, casi a
nuestros pies, la visión de las cubiertas del monasterio. Esta vista “aérea” es
totalmente impactante.
En Samos encontraremos todo tipo de servicios y podremos descansar de un
trayecto que nos habrá llenado el alma con sus arrebatadores bosques ladeados
por robles, castaños y algunos pinos en medio de los cuales, como sacados de la
nada, no nos extrañaría ver todo tipo de legendarios seres en inverosímiles
contorsiones; con las cascadas y los rápidos de sus ríos y arroyos que ponen
una nota musical al ritmo casi melódico de sus aguas jugueteando con las
frondas de los helechos que, curiosos, asoman a sus cristalinas superficies por
verse mejor; con las nieves caídas que, al no constituir espesores de
consideración (ya estamos relativamente bajos –a 600 metros de altitud media-)
siluetean y dan fugaces contornos a lo cotidiano que deviene en su estado más
puro; con sus silencios que escucharemos atentamente para empaparnos de esa
ausencia de sonidos estridentes en medio de una fantasía musical formada por el
viento, las aves y el ritmo acompasado de nuestro bordón marcando los tiempos
en el pentagrama de nuestras pisadas... El valle del río Ouribio es pródigo en
bondades. Sepamos empaparnos de ellas y no desperdiciar ni un segundo entre
Triacastela y el monasterio benedictino.
Momentos como éstos se dan muy pocas veces en la vida.
Su amplio albergue y el contacto con sus monjes nos depararán el mejor
de los descansos. Su hospitalidad nos hará sentir que hemos elegido el trayecto
más sincero y próximo a nuestras inquietudes.
Vigésima
séptima etapa
Hoy se va a producir otro de esos hechos que van marcando nuestro
cotidiano avance... Hoy, terminando ya la etapa, cuando estemos casi a las
puertas de Ferreiros, veremos y nos detendremos, con gran emoción y alegría...
además de nerviosismo, por qué no decirlo, junto a uno de los mojones más
“exclusivos” del Camino: el que marca el kilómetro 100. Casi no nos lo podremos
creer... ¡Sólo 100 kilómetros!... ¡Pero si ya estamos llegando!... Algunos
habrán empezado en Sarria pues para obtener la “Compostela” es suficiente
recorrer dicha distancia a pie. Sin embargo, en esta distancia no se llega a
empapar, a embeber de la singularidad de esta peregrinación tan extraordinaria;
en esa distancia habremos obtenido una “postal”, una imagen casi turística de
lo que es el Camino; una aproximación que seguramente sembrará la semilla para
que el deseo de recorrerlo desde la nación gala germine y sea tan intenso que, sin dudarlo, lo hagamos
en la más propicia y próxima oportunidad...
Las interioridades casi místicas que habremos venido disfrutando hasta
aquí ya se van terminando... Ya veremos grandes autocares llenos de peregrinos
que desembarcan en Sarria para hacer “sus cien kilómetros”. Ya veremos grupos
gremiales numerosos que alborotan y lo llenan todo, allá por donde pasen, con
gran algarabía y jolgorio. Ya veremos, en fin, un bullicio al que ya no
estábamos acostumbrados cuando, tras atravesar páramos en soledades animadas,
salvar níveas cadenas montañosas con gran esfuerzo y mayor ilusión, pernoctar
en albergues al calor de una agradecida chimenea viviendo alumbrados recuerdos
o sincerándonos con otros que, con motivos similares, recorren la senda en pos de
sí mismos, nos íbamos formando otro camino paralelo: un camino interior que,
poco a poco, se fue gestando sin apenas notarlo; un camino al unísono de
nuestros pensamientos. La vida es un largo camino y nosotros lo estamos
recorriendo en búsqueda de un ideal.
Si; ya nos encontramos –sobre todo cuando coincida con el fin de semana-
con una especie de bofetada, con un mundo que no es el nuestro aunque sigamos
caminando por la misma senda en la que llevamos tantos y tantos kilómetros
estampados artísticamente en nuestra credencial, la cual, en definitiva, no es
otra cosa que una manifestación desplegada de nuestro corazón, de nuestra
fuerza de voluntad... de los deseos de conocernos a nosotros mismos.
Pero es hora de asearnos, recoger el saco, vestirnos, terminar de hacer
la mochila, calzarnos adecuadamente y salir para comenzar una nueva etapa...
¡El kilómetro 100 nos espera!
Saldremos de Samos por la
carretera, la cual abandonaremos al rato para continuar por camino rural con el
sonido del río (crecido en estas fechas) acompañándonos y transmitiendo
mensajes de ánimo en un lenguaje que ya sólo nosotros podremos oír y entender.
Alternaremos los caminos y pistas de tierra con tramos asfaltados. Los
helechos, los musgos, las enredaderas forman un envoltorio de lujo para esta
estación. Por doquier seguiremos viendo las torrenteras y algún que otro molino
con sus puertas y ventanas de madera, sus muros de bella piedra y sus tejados
de esa pizarra que casi ya es inseparable de este paisaje. Alguna ermita, con
su sencilla decoración interior normalmente visible a través de un ventanuco,
nos dará excusa para hacer algún pequeño alto o alguna que otra
fotografía. Una serie de minúsculas
aldeas nos van saliendo al paso para agradecer nuestra presencia hasta que
lleguemos, por citar alguna un poco mayor, a Sivil que, además, es la última
población del concejo de Samos. A continuación entraremos dentro del área de
influencia de Sarria a través de la aldea
de Perros. Aguiada, a muy poca distancia de Perros, es el lugar donde se junta
con el camino que venía a través de San Xil (San Gil) Desde aquí hasta la
entrada en Sarria nos queda algo más de una hora y cuarto. Mientras, las
ubérrimas praderas herbosas ponen una alfombra aterciopelada a un paisaje de
colinas ondulantes que se superponen unas a otras.
Sarria (ojo: no pronunciar Sarriá) es una ciudad que nos brinda todo
tipo de servicios. Aquí podremos descansar un poco y continuar ya que apenas si
hemos pasado la mitad del total de la etapa de hoy. Por cierto, que todo hay
que decirlo, el Camino pasa por una calle que es totalmente en forma de gran
escalera de gruesos peldaños pétreos… Al ver semejante subida nos da un vuelco
al corazón; pero, en fin, hay que echarle valor y subir a nuestro ritmo… ¡no
nos queda otra!
Saldremos de Sarria, esa ciudad en la que nacieron Gregorio Fernández y
Fray Luis de Granada (además de fallecer en ella Alfonso IX yendo de
peregrinación a Compostela), por delante de la muy curiosa “Prisión Preventiva”
para llegar a un mirador sobre la ciudad. Poco después caminaremos ante las
históricas piedras del Convento de la Magdalena para, a continuación, emprender
una cuesta abajo hasta el llamado río Pequeño –que puede aparecer también como
río Celeiro- (el río Ouribio o Sarria ya quedó atrás) Una nueva pasarela de
madera nos ayudará a atravesar un arroyo sin mayores dificultades. Como es
lógico pensar, los ríos discurren por las partes bajas de los terrenos (lo cual
es una obviedad) por lo que, si antes hemos tenido que bajar, ahora tendremos
que subir una cuesta que, nuevamente, nos obligará a “pausar nuestros andares”.
La exuberante vegetación nos arropará y amortiguará los fríos si los
hubiere.
Al seguir nuestro desgranar kilómetros, nos iremos encontrando, antes o
después, con aldeas perdidas en medio de la vegetación que, francamente,
parecen ser parte integrante del propio paisaje, tan mimetizados están con él.
Seguiremos atravesando por un paisaje lleno de hojarasca y normalmente con profusión
de castañas en el suelo... y así, al rato, saldremos a una carretera que, por
su arcén –de la izquierda, no lo olvidemos- nos llevará hasta Barbadelo en cuyo
lugar podremos admirar una iglesia de estilo románico dedicada a Santiago.
Prácticamente al lado, nos encontraremos con la aldea de Rente. Ya a partir de
aquí y hasta Ferreiros, caminaremos mayoritariamente por pista de tierra. En seguida
llegaremos a un lugar en el que hay una fuente con la simpática figura de
“Pelegrín” que fue la mascota del Jacobeo de 1993 y la del 2004. En el 2010,
por aquello de “renovarse o morir”, han creado otra mascota (llamada
“Xubi”) que, al decir de las gentes, no
convence a casi nadie. Para mayor confusión, unos empresarios gallegos han
lanzado otra mascota (¡un pingüino!) que, tal vez por el frío de su hábitat,
viniera bien para el peregrino de invierno... Pero el peregrino de invierno
está muy por encima de esas pequeñeces que, en definitiva, son intereses
comerciales que nada tienen que ver con el verdadero sentido jacobeo.
En nuestra jornada de hoy seguiremos encontrando bastantes aldeas hasta
llegar a Brea. Debemos prepararnos ya que, justo a continuación, descubriremos
un mojón absolutamente lleno de pintadas (aunque a veces lo limpian) y con gran
cantidad de piedrecitas encima... Sí; ése es... ¡El mojón de los 100
kilómetros!
Para los más, la foto de rigor... otros llevarán las imágenes en su
alma, en su corazón, dentro de su ser y nunca sobre un soporte informático o de
papel. El alma, el corazón guardará con mucha mayor fidelidad los detalles que
allí se presenten pues en las fotografías veremos fundamentalmente la imagen
física de lo allí existente; pero la imagen que guardemos dentro de nosotros
mismos llevará, sí, la representación del aspecto físico, pero también llevarán
impresas las emociones y los sentimientos que esas imágenes produjeron en
nosotros. Muchas veces, las fotografías acaban diluyendo lo esencial en favor
de lo accesorio; en nuestros sentimientos, su indeleble impresión conllevará un
protagonismo cada vez mayor de lo esencial en detrimento de lo accesorio pues,
qué duda cabe, con el tiempo nuestros recuerdos tienden a sublimar cuanto vimos
y, por ende, queda cuanto sentimos.
Ya estamos, en exuberante bosque, junto a las puertas de Ferreiros en
donde finalizamos la etapa de hoy. Su albergue, pintado en azul como la mayoría
–más o menos- de los albergues municipales de Galicia, es acogedor y nos dará
una grata bienvenida. Muchos de estos albergues fueron inaugurados por el que
fuera presidente de la Junta de Galicia D. Manuel Fraga Iribarne por lo que el
autor conoció a un peregrino que siempre que salía de cada uno de ellos, decía:
“¡Gracias, don Manuel!” al mismo tiempo que hacía una leve reverencia en señal de
respeto... ¡Cosas del Camino!
Vigésima
octava etapa
Nos levantaremos temprano y realizaremos por enésima vez todo el ritual
que nos acompaña desde hace veintiocho jornadas... A continuación, tras un
reparador desayuno, nos pondremos nuestra querida mochila e iniciaremos un
nuevo recorrido en pos de nuestra ya muy cercana “meta”... Salimos de Ferreiros
bajando hasta un par de aldeas antes de llegar a Rozas. Desde aquí, entre
aldeas, robles, castaños, madroños, algunos alcornoques y pinares, con amplios
espacios abiertos en nuestro horizonte, seguiremos tras las queridas flechas
amarillas para continuar alternando entre los tramos de senderos y el asfalto
en algunas ocasiones; así continuaremos, de aldea en aldea hasta llegar a
Vilachá desde donde tendremos que descender hasta el puente que atraviesa el
embalse de Belesar. Este puente, bastante largo, nos enlaza con Portomarín;
ciudad ésta, a orillas del río Miño –el más caudaloso de Galicia- que presenta
algunas singularidades monumentales muy curiosas, tal y como conoceremos en el
capítulo “Ciudades, pueblos y aldeas”.
Dicen que no debemos pasar de largo sin probar su famosísima tarta
almendrada; la cual, delicias culinarias, está riquísima.
Desde Portomarín, bajando hasta una pasarela que salva uno de los brazos
del embalse, ascenderemos y seguiremos por un cómodo camino entre los ya
habituales bosques. Algo de carretera y andadero paralelo nos esperan. Debemos
ir observando pues encontraremos de vez en cuando, algunos hórreos de bella
construcción. Tras caminar unas dos horas desde Portomarín, llegamos a la
población de Gonzar. Volvemos a subir a la salida y nos encontramos en seguida
con Castromaior en donde descubriremos una preciosa iglesia románica ¡de
finales del XII!
A atemperar el paso toca... Según salimos de Castromaior nos salen al
paso con otra subida de las que ponen a prueba nuestras ya veteranas piernas. Hospital de la Cruz, otra aldea,
marca el final de la etapa de hoy. Su albergue nos espera impaciente y
agradecido pues son los peregrinos los que le dan sentido y continuidad.
Vigésima
novena etapa
Hoy vamos a completar nuestra andadura por tierras lucenses para entrar
ya en la provincia de La Coruña (A Coruña, en gallego) última que recorreremos
en nuestra singular, sin par y hasta podríamos decir que aventurada experiencia
vital.
Desde Hospital de la Cruz, y durante unas dos horas, más o menos,
caminaremos por un arcén de carretera acondicionado. Ventas de Narón está a tiro de piedra (tan sólo un kilómetro)
para, a continuación atravesar la sierra de Ligonde -divisoria entre las
cuencas de los ríos Miño y Ulla-. Con el fin de compensar algo las
circunstancias, descendemos durante un dilatado tramo para seguirlo haciendo,
poco a poco, imperceptiblemente a veces, con alguna subida que otra para
“despistar”, hasta los 258 metros de Santiago de Compostela.
Llegaremos al cabo a la aldea de
Lameiros en cuyo lugar, unos doscientos metros más adelante, entre
exuberantes robles, “tropezamos” con el famoso “cruceiro” de Lameiros. Además
de tener la imagen de Cristo, como suele ser habitual, por la otra cara aparece
una sorprendente Virgen de los Dolores. En la base una calavera que si no fuera
por su significación, casi diríamos que resulta “simpática” –con perdón y con
todo respeto- y una corona de espinas tienen su representación pétrea además
de, en otro de sus lados, unas tenazas, un martillo y una escalera
representando los elementos utilizados para el descenso de la Cruz. A unos diez
minutos de aquí llegaremos a la llamada “fuente del peregrino” que, en un pilón
vertical con grifo, podrá saciar nuestra sed.
En seguida llegamos a Ligonde pasado el cual atravesaremos el río Irixe
ascendiendo inmediatamente hasta Airexe; nuestra próxima población. A partir de
aquí continuaremos por arcén e iremos viendo pasar, una tras otra, toda una
serie de aldeas a cual más pintoresca y “auténtica” –como sería de decir hoy en
día- Nuevamente retomamos un camino de tierra y después de algo más de dos
horas llegaremos a Palas de Rey (en gallego – “galego”, Palas de Rei) no sin
antes haber pasado ante la vista del Monte Sacro, donde se produjo, bajo la
intervención de los discípulos del Apóstol, la mansedumbre de los toros bravos
que habrían de llevar a feliz término la traslación del cuerpo de Santiago.
Casi inmediatamente llegamos a Palas de Rei. Aquí podemos hacer un pequeño
descanso, reponer fuerzas con algún suculento bocadillo y continuar con nuevos
bríos hacia el final de nuestra etapa al igual que hicieran los peregrinos de
antaño, pues en esta ciudad, como en otros lugares significativos de la ruta
jacobea, también procuraban agruparse para culminar con éxito su llegada a
Compostela.
Bien, supongamos que ya hemos hecho acopio de fuerzas “físicas” -ya que,
a buen seguro, los ánimos seguirán incólumes e, incluso, fuertemente
acrecentados- para seguir por un camino que cruza varias aldeas en subida y
bajada. A continuación entramos en un
sendero que gracias a unas grandes piedras aplanadas a modo de acera, nos salva
de mancharnos de barro y nos pasea con toda comodidad por encima de charcos y
molestos lodos pues, como podremos apreciar, se trata de una zona pantanosa que
normalmente anega el Camino. Seguimos, por frondosos y espectaculares bosques,
atravesando, una vez más, una aldea tras otra hasta llegar a Casanova y
posteriormente entrar en nuestra última provincia: La Coruña (A Coruña) Hasta
aquí habremos visto bastantes hórreos de madera y caminado por senderos
inmersos en una exuberante vegetación que harán muy agradable nuestro avance.
Al atravesar Leboreiro, con sus recias casas de piedra, veremos un
inmenso canasto llamado por estas tierras cabazos o, en gallego, “cabaceiros”
que servía o sirve principalmente para conservar el maíz. Saldremos de
Leboreiro, por caminos totalmente boscosos, en dirección a Furelos en cuya
entrada nos encontraremos con uno de esos polígonos industriales “que tanto
gustan al peregrino”. Afortunadamente no es demasiado largo dicho trayecto y
atravesando el río Furelos el paisaje es más motivador para nuestros fines y
miras.
En estos momentos, tras haber recorrido nuestros veintiocho kilómetros
de hoy, satisfechos y contentos por nuestra proximidad a “la ciudad donde el
arte se hace piedra”, obtendremos un merecido descanso en el albergue de
Melide. Debemos saber que hasta esta ciudad llega parte de los peregrinos que
han recorrido el camino Primitivo (el resto termina en Palas de Rei) y que a
otra de las ciudades que hoy visitaremos –Arzúa- llegan los que provienen del
Camino del Norte, por lo que la afluencia será, incluso, mayor. Pero volviendo
a Melide, forzoso es que sepamos que aquí es famoso el pulpo, preparado con
exquisito gusto para deleite del paladar; así como también debemos saber que es
“de obligado cumplimiento” –entre comillas, que cada cual es muy libre- ver su
famoso cruceiro del siglo XIV... Descansemos, acumulemos fuerzas, recreémonos
en esta acogedora ciudad y mañana será otro día.
Trigésima
etapa
Salimos de Melide por carretera pero al poco tomamos un camino sin
asfaltar y empezamos a encontrarnos con los controvertidos eucaliptos que tan
extensos bosques forman hoy en día en Galicia... Boente, Castañeda, Ribadiso de
Abajo, calle, Salceda, Santa Irene y Rúa nos separan de nuestro final de hoy:
Pedrouzo. Ya nos habrán advertido en el albergue o, tal vez, nos hayan
comentado en animada charla en algún bar, que los próximos kilómetros “van a
ser duros” pues los varios ríos y arroyos que vadearemos propician un subir y
bajar cuestas que nos darán una clara medida de hasta qué extremos nos hemos
acostumbrado a caminar y hasta qué extremos “estas pequeñeces” ya casi no nos
hacen mella.
Los bosques, que antes producían en nosotros un lógico asombro ante su
belleza, ahora nos entusiasmarán pues nos adentraremos en lugares en donde
parece haberse “retraído” el tiempo y, como lógica proyección del impresionante
tamaño de los eucaliptos (no estamos acostumbrados a ver árboles tan altos) nos
sentiremos empequeñecidos y nos dará la sensación de estar en alguna selva
tropical, tal es su impresionante aspecto. Además, por si lo anterior fuera
poco, su aroma... el penetrante y saludable aroma de los eucaliptos hará que
respiremos mejor –eso nos parecerá- a pesar de la humedad que ya se empezará a
notar de forma considerable por la inminencia de un océano en ciernes. No en
balde, el eucalipto combate de forma eficaz las típicas enfermedades invernales
-¡algo se nos “pegará”!- Pero sigamos
caminando...
Nos
encontramos con otra buena colección de aldeas y atravesamos el río Boente;
mientras, algunos prados salpican el bosque. Llegamos a Castañeda, lugar en el
cual estaban los hornos de cal donde los peregrinos entregaban las pequeñas
piedras (se supone que no podrían ser muy grandes) para ayudar en la
construcción de la Catedral. Estas piedras eran traídas desde Triacastela
(¡casi –por poco- cien kilómetros con las piedras encima!) en piadoso
recorrido.
En poco más de tres cuartos de hora llegamos a Ribadiso de Baixo
(Ribadiso de Abajo) para arribar, tras otros tres cuartos de hora, a la ciudad
de Arzúa; una ciudad en donde se hace una feria del queso y que tiene otros
encantos que desvelaremos cumplidamente en los correspondientes capítulos.
Dos horas por exuberantes, oníricos e impactantes bosques salpicados de
praderías ganaderas nos separan de la
siguiente población: Calle, en donde el Camino discurre pasando necesariamente
por debajo de un hórreo. Es una curiosa estampa que no nos dejará indiferentes
y que marca la diferencia entre éste y otros lugares. De seguida, nos
sumergimos otra vez en la más pura naturaleza en la cual, en algunos tramos,
los caminos no son precisamente lo más adecuado para caminar ya que el agua, en
lugar de buscar los ríos, que para eso están, se dedica a pasearse por el lugar
por el cual debemos necesariamente pasa; esto conlleva que tengamos que ir con
mucho cuidado buscando continuamente los mejores vados para sortear –sin mojarnos
demasiado- el tramo en cuestión. Atravesaremos, tras casi una hora (que, con
los caminos embarrados hasta la saciedad, será algo más) el núcleo de Salceda
que nos dará paso –hora y media después- a Santa Irene, encontrándonos con un
albergue público en donde, si las fuerzas nos fallaran, podríamos pernoctar.
Cierto es que este albergue está un tanto aislado y no encontraremos casi nada
alrededor, por lo que sería bueno continuar la marcha una hora más hasta
Pedrouzo. Por otro lado, también es verdad que el peregrino está más interesado
en llegar a Santiago que en otras cuestiones mundanas por lo que, tal vez,
fuera buena opción quedar aquí, relajadamente, descansando en cuerpo y mente y
preparándonos para el ya inminente desenlace de nuestro ambular. La diferencia
entre una y otra opción es de tres kilómetros. Cada cual deberá decidir en
función de sus querencias en esos momentos.
Si optamos por continuar hasta Pedrouzo, a un kilómetro bajo eucaliptos,
prados y arboleda varia, pasaremos por Rúa y media hora más allá, culminamos
nuestro emocionado día: ya estamos en la citada población de Pedrouzo en donde
encontramos todos los servicios que nos sean necesarios. Mañana... ¡Ah,
mañana!... Por una parte estamos emocionados porque ya llegamos a la meta que
nos habíamos marcado... Ya culminamos un reto que, a buen seguro, en más de una
ocasión dudamos que fuéramos capaces de llevar a feliz término... Ya somos
conocedores de que nuestra voluntad es mucho más fuerte de lo que creíamos y
que la Vida (con mayúscula) es mucho más que la vida (con minúscula) que
creíamos conocer. Sí, estamos emocionados y contentos porque mañana llegamos a
Santiago... Sin embargo –siempre hay un “sin embargo”- comenzamos a notar
(todavía hoy es una sutil sensación) que quisiéramos seguir caminando y que no
terminara esta maravillosa experiencia vital... Pero esto es algo que mañana
comprenderemos mucho mejor. Durmamos, descansemos, soñemos con nuestra llegada
a la plaza del Obradoiro; soñemos con nuestra entrada en la Catedral... Soñemos
con el abrazo al Apóstol...
Trigésima
primera etapa
Veinte kilómetros nos separan de nuestro destino (y, tal vez, al
utilizar esta palabra, queramos significar su doble acepción de meta, punto de
llegada e incluso la de encadenamiento de los sucesos considerados como
necesarios y fatal, en su acepción positiva de inevitable) Veinte kilómetros en
los que volvemos a sumergirnos en espesos bosques que no quieren abandonarnos
pues nos han tomado cariño y desean seguir con nosotros... Enormes, orgullosos y perfumados eucaliptos o
humildes carballos constituyentes de trilogías celtas, de donde cosechaban la
sagrada planta del muérdago que utilizaban, entre otros menesteres, para
hacerse invisibles...
Bajamos al cauce de alguna corriente de agua y subimos por algún repecho
que nos obliga a acompasar nuestra respiración... De pronto, como salido de una
película del mismísimo Steven Allan Spielberg, vemos entre los eucaliptos cómo
se eleva un gran pájaro de metálicos reflejos. Su grito es potente y retumba
redoblando su inquietante eco a mucha distancia. Su respiración, jadeante, es
aterradora... Nos detenemos sobrecogidos y casi nos dan ganas de escondernos
tras el grueso tronco de alguno de los árboles más cercanos. Las alas de la
enorme ave se extienden poderosas para poder volar mejor. Afortunadamente no da
la impresión de que nos haya visto y prosigue su cada vez más alto vuelo.
Cuando se nos pase el susto, caeremos en la cuenta de que no era ningún
gigantesco pterodactylus ni ningún otro pterosaurio -lagarto volador- sino que
era ¡un avión! Respiramos tranquilos y sonreímos ante lo pueril de nuestro
temor, comprendiendo que estamos justamente al lado de la pista de despegue del
aeropuerto internacional de Lavacolla.
En realidad, aunque hayamos enfatizado la
aparición de un avión despegando, no estamos muy lejos de la impresión que
acabamos de describir. Debemos tener en cuenta que llevamos muchos kilómetros
andando en otra dimensión y, esto es cierto, nuestra mente tiende a aceptar
como normales los hechos más insólitos en detrimento de aquella cotidianidad en
la que estábamos inmersos y casi ahogados. Después de caminar por bosques,
siendo parte integrante del paisaje que nos rodea (lo que no ocurre nunca yendo
en automóvil) Después de haber practicado un estilo de vida que no se
corresponde con el actual, llega un momento en el cual “ya no somos de este
mundo” y nos sorprende todo lo que antes considerábamos como nuestro entorno
lógico. A poco que meditemos lo que antecede, nos daremos cuenta de que
perfectamente puede ocurrir la situación y la confusión descritas... y de
hecho, ocurre.
Por cierto, también debemos anunciar (o denunciar) que el camino seguido
por el autor –y debidamente señalizado- en los años anteriores, ha vuelto a ser
cambiado en esta zona (aunque ya estemos acostumbrados a los desvíos
“provisionales” y a los desvíos sin indicaciones de provisionalidad, no deja de
“cabrearnos” –perdón por la expresión- todo este baile de sendas) Ahora ya no
se sale directamente a la pista de despegue (o aterrizaje) del aeropuerto, sino
que se bordea por su derecha (en nuestro orden de marcha)
Seguimos por el sendero que nos lleva hasta la pista de despegue del
aeropuerto comentado y al final del bosque tendremos que girar a la derecha
para pasar bajo las inmensas balizas (o cómo se llamen en la terminología
aérea) que marcan el inicio de la pista de aterrizaje –al menos esa es la
impresión que tenemos-
Tras atravesar la población que da nombre al aeropuerto, salvando el
arroyo homónimo, al poco terminamos nuestro sendero yendo a parar a una pista
asfaltada que ya no nos abandonará hasta Santiago. En una hora, más o menos,
llegamos a la población de San Marcos que está “a un paso” del Monte del Gozo
(“Monte do Gozo” en gallego) Estamos nerviosos y casi se nos escapan las
piernas tal es el deseo que tenemos de llegar... ¡Ahí está!, ¡Ya lo vemos! ¡Ya
estamos llegando!
Queremos decir algo antes de continuar: es cierto que en el Monte del
Gozo hay un inmenso albergue en el cual podríamos habernos alojado sin ningún
problema pues está siempre abierto en invierno; sin embargo, no es (en opinión
del autor, por supuesto –respaldada por muchas otras personas del Camino-) en
absoluto conveniente hacerlo... ¿Por qué?... Imaginémonos una enorme serie de
“barracones” (dicho sin ánimo peyorativo, sino tan sólo atendiendo a su
apariencia lejana) que tienen tiendas para comprar todo tipo de recuerdos
“turísticos”, megafonía con música de la más variada procedencia (no música
“jacobea”) que es un hervidero de gentes (no sólo peregrinos) que pernoctan ahí
por diferentes motivos... Un albergue con capacidad para más de 700 personas en
Año Santo... Francamente es demoledor para el peregrino protagonista de esta
historia; para el peregrino que siente dentro de sí los valores inmortales del
Camino; para el peregrino que sabe de la soledad, del soliloquio, de la
conversación íntima, de los lugares singulares, de un mundo pretérito del cual
ya forma parte... No. Creemos que no es lugar para él. El Monte del Gozo (su nombre lo dice todo) ha
sido masacrado.
Cuando lleguemos, podremos buscar la oficina en la que sellan y desde un
“mirador” nos dirán que podemos ver las torres de la Catedral. Una inmensa
emoción nos embargará y otearemos el horizonte en busca de las anheladas
torres. Después de escudriñar detenidamente en la dirección que nos indican,
veremos, entre bloques construidos y un pequeño “tajo” en los lejanos
eucaliptos, desdibujadas por la lejanía, las torres de la Catedral... ¡Sí,
mira, ahí están!... ¿Pero no las ves?... ¡Sí, sí, ahí mismo están!... Desde
luego, no es el lugar más indicado para verlo. Si queremos disfrutar de esta
primera visión de la catedral de Santiago debemos fijarnos en una gran
composición escultórica en bronce que hay en un pequeño cerro a la izquierda
según miramos hacia la Catedral. Nos dirigiremos a ese lugar y, acompañados por
las broncíneas figuras de dos peregrinos gozosos que, bordón en mano, saludan
tan alentadora visión, veremos perfectamente las torres de la Catedral y su
entorno. ¡Ya, por fin!...
Descenderemos de este pequeño cerro para salir del perímetro de la
gigantesca área de descanso y, descendiendo, llegamos a las primeras casas de
Santiago de Compostela... rúa de San Lázaro, rúa do Valiño, rúa das Fontiñas,
rúa dos concheiros, rúa de San Pedro, rúa das Casas Reais, praza de Cervantes,
rúa da Acibechería, praza da Inmaculada... ¡praza do Obradoiro! (todo en
gallego) para reír nerviosamente, llorar de emoción, abrazarnos unos a otros,
dar vueltas sin saber qué hacer, mirar en derredor, alejarnos en la amplia
explanada y volver a acercarnos a las escaleras que dan acceso al Pórtico de la
Gloria... ¡Estamos tan confundidos, tan azorados, tan embargados por una
emoción que no podemos dominar!...
... Seguiremos profundizando en estos aspectos
en los correspondientes capítulos. El medio físico nos ha permitido llegar
hasta aquí; lo demás son facetas inherentes que tienen su cabida en otros
apartados que, por supuesto, ya se ha expresado, están interconectados e
imbricados con el presente de manera inseparable.
El
Camino como peregrinación ha llegado a su fin. Hemos visitado la tumba del
Apóstol más querido por Jesús (junto a Pedro y Juan) y nos hemos solazado con
el increíble ambiente de la capital de la Comunidad Gallega (Comunidad Galega)
para relajarnos y disfrutar de unos momentos que no olvidaremos durante el
resto de nuestra vida, tal es la impronta que la senda jacobea deja en el esforzado y
ascético peregrino. Ya hemos terminado... ¿Seguro?... No: no estamos tan
seguros, ya que sentimos la necesidad de seguir descubriendo nuevas y
fantásticas vivencias que jamás hubiéramos imaginado poder disfrutar... y
padecer en un sentido lúdico y positivo. Pensamos en todos los buenos momentos
pasados y en los malos... Bueno, en realidad, ahora que nos damos cuenta... no,
no hemos tenido momentos malos... Todos fueron positivos y nos enseñaron tantas
y tantas cosas... Pero, nos repetimos, no podemos haber terminado... No es
posible... Hay que seguir... Antes teníamos la ilusión de llegar a Santiago y
ello hacía que fuera nuestra meta; pero alcanzada ésta, nos damos perfecta
cuenta de que no puede ser el final... Hay que continuar de alguna manera.
Unos comienzan aquí su verdadero viaje
interior. Ellos se percatan de que el Camino físico ha dado paso a una
transformación interior que ahora deberán desarrollar “al paso” como se suele
decir en tierras latinoamericanas. Otros, con algo de tiempo todavía en su
mochila, decidirán hacer otras tres o cuatro jornadas para satisfacer esa
necesidad que sienten de seguir caminando. El autor sintió esa necesidad y
aunque no tenía previsto hacerlo, fue tan fuerte el impulso que decidió
continuar hasta el antiguo “Finis Terrae”; hacia la costa que marcaba el fin de
todo el orbe conocido antes del descubrimiento de América. Así, sin pensarlo
mucho más, se alzó la mochila y dejó atrás Santiago para sumergirse en un mundo
de leyenda y de ancestrales costumbres paganas.
La peregrinación ha terminado como tal. Hemos disfrutado varios días en
las relucientes calles de pétreo charol de Santiago. Hemos celebrado con otros
peregrinos, que ya son auténticos amigos nuestros, el reciente recuerdo de los
aproximadamente ochocientos kilómetros desarrollados y felizmente alcanzados...
Pero ahora entramos en unas connotaciones diferentes al necesitar mentalizarnos
ante el inminente regreso a la sociedad materialista y hedonista en la que
estamos inmersos... aunque ya seamos conscientes de que nunca volveremos a ser
los mismos... El Camino –empezamos a percibirlo- nos ha transformado.
GALERÍA DE IMÁGENES
No hay comentarios:
Publicar un comentario