DESCRIPCIÓN Y ETAPAS
Desde Rabé de las Calzadas hasta
Hospital de Órbigo, existe una zona singular en el Camino que lo caracteriza
fuertemente. En el occidente burgalés, las tierras palentinas y el oriente
leonés, nos aguarda una experiencia inolvidable que tan sólo tendrá parangón,
en su aspecto espiritual, con nuestra llegada a Compostela.
Estepa: “erial llano y muy extenso”.
Páramo: “terreno yermo, raso y desabrigado”. Así define la Real Academia de la
Lengua ambos términos en primera acepción.
Ello, nos comienza a introducir en
un mundo de desolación y soledad, en un mundo en el cual los vientos ululan sin
ningún obstáculo que se oponga a sus ansias de infinitud; un mundo en el cual
sólo existen tres protagonistas: el omnipresente cielo, la austera tierra y
nosotros. Nosotros en medio del vacío, en medio de nuestros pensamientos, en
medio de nuestra realidad y de nuestro ensueño. Tierra dura y esforzada, da lo
mejor de sí misma a quienes saben ver en ella toda la prolífica belleza que
dimana por doquier de su árida superficie; porque, en esta parte del Camino,
debemos acostumbrarnos a observar con otro tipo de mirada. Ya, los ojos sólo
nos van a guiar por el medio físico pues serán los del alma, será nuestra percepción
“extrasensorial”, la que verdaderamente nos guíe a partir de ahora. Serán
nuestros sentimientos y nuestros anhelos los que vaguen con entera libertad por
estas tierras de infinitos horizontes.
El cielo omnipresente, los austeros
campos y nuestras inquietudes, conforman una amalgama que, necesariamente, por
poca sensibilidad que se tenga, habrá de subvertir, poco a poco, muchos de los
conceptos básicos que hasta ahora teníamos por inamovibles en nuestro devenir
cotidiano. Sentiremos una soterrada necesidad de hacer un repaso a nuestra
vida. Sentiremos que, ahora sí, podemos meditar sobre todo aquello que,
normalmente, agitados por una actividad frenética, ni siquiera nos habíamos
parado a pensar. Nos asaltarán mil sutiles impresiones, nos asaltará una
vorágine de inquietudes, de presentimientos, de indefinibles temores y de
esperanzadoras añoranzas.
Son unos doscientos kilómetros por
senderos “sin artificios de paisaje” que suscitan nuestra interiorización más
sincera, más honda, más fecunda.
Es ahora, precisamente, en esta época
del año, cuando se magnifica su esencia. Es ahora, con los fríos y los vientos,
con el azul inmaculado o el gris ensoñador, con las insinuaciones de las
neblinas o las inquietudes de las tempranas noches, cuando verdaderamente
intuimos ansias de conocernos más profundamente.
Quienes, tal vez desorientados por
los consejos de algunos comentarios de alguna publicación que, francamente, no
dejan de sorprender, cojan el autobús en Burgos para acortar hasta León... para
escapar de esas presuntas “jornadas de tedio y cansancio”, habrán perdido una
auténtica joya del Camino (sin contar con el hecho de que, al coger cualquier
medio de transporte intermedio, rompen por completo el “contínuum” que el propio
Camino implica y que nunca deberíamos abandonar si queremos que,
verdaderamente, la senda jacobea deje una auténtica impronta en nosotros).
Puede que a algunos no les llame
mucho la atención pero, insistimos, si saben observar con los ojos del alma, si
saben aprovechar estos tramos para dejarse llevar por pensamientos que
proyecten sobre las infinitas planicies sus más íntimos anhelos o sus más caras
ilusiones, percibirán que algo “diferente” se ha introducido en su interior.
Tal vez no lo puedan objetivar en esos momentos pero, a buen seguro, no les
habrá dejado indiferentes. En cuanto a aquéllos que sepan sentir, soñar,
desplegar sus inquietudes, que posean ese maravilloso don de una sensibilidad
desarrollada, apreciarán, en toda su magnitud, la magnificencia de estos
parajes.
De nosotros depende que sepamos
aprovechar este auténtico tesoro que el Camino nos depara; pues no solamente,
con ser mucho, el entorno propiciará estos estados anímicos sino que también
las poblaciones, absolutamente integradas en esta filosofía, nos mostrarán su
rico patrimonio. Pocas veces, en nuestra vida, tendremos unas circunstancias
más propicias para la reflexión.
En la agradecida soledad de sus
albergues, podremos leer, especialmente en estas parameras, las reflexiones que
dejan los jacobitas en los “libros de actas”. En uno de los albergues de esta
zona –como en tantos otros a lo largo del Camino-, imbuido en este caso por
sentimientos indefinibles dimanantes de la propia adustez del entorno, el autor
escribió:
“Antaño, en el Medioevo, con los
caminos rebosantes de peligros, los peregrinos se enfrentaban a unas
vicisitudes de tal magnitud que su valentía o arrojo bien podríamos tildarla de
heroica. No en vano, muchos de ellos hacían testamento antes de emprender tan
largo e incierto viaje. Ya, antes de entrar en tierras hispanas, en los
francígenos territorios transpirenaicos, iban, poco a poco, agrupándose para,
así, poder defenderse mejor ante los terribles peligros que les aguardaban.
Ciertamente, peregrinos provenientes de París, Vézelay o Le Puy, se reunían en
la zona llamada Gibraltar –hoy destacada con una estela homónima- para,
llegando al cercano pueblo de Ostabat, formar grupos que pudieran intentar, con
alguna garantía de éxito, franquear el poderoso murallón de los Pirineos;
porque, no sólo se tenían que enfrentar a una naturaleza hostil, que podría
jugarles malas pasadas, sino que también tendrían que enfrentarse a alimañas,
bandoleros o, ‘simplemente’, a fatales extravíos. Con unos medios
rudimentarios, una higiene que distaba mucho de ser mínimamente aceptable, con
las enfermedades acechando continuamente, los jacobípetas debían sortear todo
un laberíntico cúmulo de adversidades y peligros.
Hoy en día, a Dios gracias, hacemos
el Camino de Santiago en unas condiciones infinitamente mejores; pero, tal vez
por ello mismo, no debemos dejar que las comodidades y la masificación festiva
den al traste con el espíritu que debe perseguir toda peregrinación: tiempo
para la meditación, para la soledad, para convivir con sentimientos adormecidos
que despertarán en surgentes emociones que, a buen seguro, nos sorprenderán.
Tiempo para darnos cuenta de que somos capaces de hacer mucho más de lo que
creíamos; tiempo para sentir el calor de una sonrisa, de una ayuda
desinteresada, de una acogida; tiempo, pues, para conocernos mejor, ya que
peregrinamos por un sendero que no es otro que el de nosotros mismos.
Acostumbrados a las comodidades de una vida moderna -con su egoísmo exacerbado
y su consumismo irracional- perdemos el sentido del verdadero valor de las
cosas. Lo más nimio tiene para nosotros una importancia vital mientras que las
cuestiones verdaderamente importantes, lo verdaderamente constitutivo de nuestros
valores, queda relegado al son de los embates del manejo de masas. No nos damos
cuenta de que nos estamos convirtiendo en una materia informe, con sentimientos
narcotizados en aras de un ‘progreso’ común. Civilización alienante que vacía y
despersonaliza nuestra individualidad.
Por ello, tras haber realizado dos
veces el Camino en invierno, creo que ésta es la mejor época para percibir,
siquiera someramente, algo de lo que aquellos esforzados peregrinos sentían.
Estaremos más cerca de ellos cuando nos veamos sorprendidos por una tormenta de
nieve –cada vez más escasas-, o cuando caminemos varios días en la más absoluta
soledad. Sentiremos muy especialmente el calor humano, frente al frío
climatológico. ¡Cuánto agradecimiento al recibir en Nochebuena la invitación de
un prior, para tomar en su compañía unos dulces o algún licor! ¡Cuánto
agradecimiento al acercarse al albergue el responsable del mismo y, en Año
viejo, recibir palabras de ánimo y felicitación! ¡Cuánto agradecimiento al
enterarnos, sorprendidos, que, en un albergue de La Rioja, los Reyes Magos se
han acordado de nosotros y nos han dejado, primorosamente envueltos en papel de
regalo, unos calcetines para combatir el frío! Cuánto agradecimiento al oír: ‘es
usted un valiente’, ‘¡buen Camino!’ –todavía las gentes se extrañan al ver un
peregrino en los días hibernales sin sospechar que sea ésta la mejor época, con
diferencia, para realizarlo-.
La extraordinaria variedad del
paisaje, con sus escarchas cincelando con su albo aspecto todo aquello que
engalanan. El arrobador misterio de las nieblas, siempre juguetonas, con su
halo de recogimiento e inmensa paz. Sentir, con una inmensa alegría, los tibios
rayos del sol al acariciarnos tras varios días de ausencia.
Dice Publilius Syrus: “bonarum rerum
consuetudo, pessima est”. Ello podríamos traducirlo como: “acostumbrarse a lo
bueno es muy mala costumbre”. Creo firmemente que el Camino de Santiago nos
despierta de ese adormecimiento mental y nos hace descubrir los verdaderos valores
de la vida; pero, con ser esto cierto, también considero que sólo en la
estación invernal podremos catalizar verdaderamente dichas sensaciones. Me
siento sumamente satisfecho de pertenecer a ese cuatro o cinco por ciento que
lo hacemos en el invierno.
José María –un peregrino de Madrid-”
Reflejar nuestros estados de ánimo,
nuestras confidencias, nuestras opiniones en esos maravillosos libros, ayudará,
sin duda, a otros jacobitas.
En este fructífero tramo será en donde encontremos la parte “menos contaminada” de la ruta jacobea. En su devenir, encontraremos, ciertamente, lugares y aspectos singulares: la inmensa e inconmensurable sensación de infinitud; los extensos secarrales que, paradógicamente, verdean en el invierno con sus sementeras ociosas y terrenos en barbecho engalanados por multitud de tonos; la inquietante convergencia de líneas que, indefectiblemente, se unen en un lejano horizonte y que precisa, en lugares idóneos, de mensajes animosos de otros peregrinos; las planicies mesetarias cubiertas por el níveo blancor y heridas por el desgarro de los valles con sus, a modo de venas o arterias, caminos que los recorren.
Tierras sobrias de pueblos ocultos
por las mesetas y de castillos enhiestos heridos por el paso del tiempo.
Decenas de pueblos adormecidos en los cuales sus pétreos muros nos hablarán de
pasadas glorias, de orgullo, de nostalgia... cobrando vida, por unos instantes,
en sus viejos monumentos. Ríos que espejean el azul impoluto de unos cielos inspiradores
o el gris plata de los celajes y nubarrones. Representaciones líticas que, en
medio de la inmensidad, adquieren unas connotaciones sugestivas y sugerentes.
Ocres sementeras ociosas dormitando venteadas por el indómito viento norteño.
Cauces secos que añoran tiempos mejores. Calmas nieblas que nos susurran
sutiles arcanos y acarician nuestro rostro dejando un blanco rastro en los
cabellos. Días que se suceden entre el recogimiento y la explosión de gozo...
Reino del adobe, del humilde ladrillo
y de las piedras areniscas; de buenas gentes, sencillas y sinceras que nos
brindarán su hospitalidad desinteresada. Reino de miradas henchidas de
esperanza. Reino sobrio de una profunda filosofía vital. Lugar propicio para
levantar la mirada y dejarnos llevar... para sentir... para soñar.
Tenemos que pensar y concienciarnos en
el hecho de que el Camino lo es de principio a fin y que no vale “hacer
trampas” cogiendo autobuses, taxis o trenes para saltar aquellas etapas que no
nos gusten... No, el Camino es mucho más que andar: es sentirlo, es llegar a
percibir que se ha metido dentro de nosotros, es emocionarnos con los pequeños
detalles de cada día y para ello tenemos que conocerlo en profundidad. Nadie
ama lo que no conoce. Para amar algo es necesario conocerlo en sus más íntimos
detalles. Cuantos más aspectos conozcamos de algo –o alguien- más estaremos en
disposición de llegar a amarlo. Nunca, absolutamente nunca, llegaremos a sacar
“provecho” de nuestro Camino de las Estrellas si no cumplimos a rajatabla con
sus obligaciones que, en definitiva, son las nuestras. Ya se ha abordado este
aspecto en otros lugares de este libro por lo que no será necesario abundar en
ello. Simplemente decir que las próximas etapas pueden parecer duras y
aburridas... Da igual, hagámoslas porque en algún momento antes de culminar
esos casi doscientos kilómetros que nos aguardan de “desolación”, descubriremos
en nosotros mismos que es en estos páramos, en estas estepas, en estas mesetas
áridas y polvorientas, donde hemos sido capaces de descubrir muchas facetas de
nosotros mismos... a base de no tener otra cosa que hacer que pensar. Pensar en
nuestra vida con sus vivencias buenas y malas, con sus alegrías y tristezas,
con su felicidad y desesperación... Tenemos mucho tiempo y el ritmo acompasado
de nuestro bordón nos acompañará para que la soledad no parezca tanta. Estas
etapas son, en opinión del autor, las que más huella dejan en el peregrino (y
no se refiere al aburrimiento y al cansancio precisamente) El noble ejercicio
de la reflexión, del recuerdo, del perdón o del sincero deseo de enmendar algún
aspecto de nuestra personalidad, nos entretendrá durante muchos kilómetros de
fructífero recorrido.
Bien, comencemos a desgranar los
kilómetros que nos aguardan desde Rabé de las Calzadas...
Décima
tercera etapa
(segunda
parte)
Saldremos de esta ciudad y nos
dirigiremos por pista de tierra hasta la población de Hornillos del Camino.
Hornillos del Camino... tal vez, en pleno invierno, no parezca el nombre más
apropiado (se dirá el ascético peregrino) pero en verano seguro que es un nombre
muy adecuado para este lugar... Hornillos, horno, calor... Su calle Real es
soberbia pues sus casas, de piedra muy bien conservadas (más o menos en algún
caso) sorprende al sufrido peregrino pues pareciera que nos encontráramos en
plena Edad Media, tal es su aspecto.
Cuando salimos de Hornillos (perdón
por la abreviación) todavía nos quedan unas tres horas para entrar en Hontanas
en cuyo trayecto sólo encontraremos un albergue a la altura del arroyo de San
Bol. Este albergue lo pasaremos de largo pues hay que desviarse un poco para
llegar a él. No obstante, lo vemos perfectamente a unos cincuenta metros de
nuestra posición más cercana, llamándonos la atención su emplazamiento y su
“singularidad” perfectamente apreciable incluso sin haber entrado en su
interior (que podría ser calificado de “surrealista”) No obstante, en invierno
está cerrado y no es posible pernoctar en él o, sencillamente, visitarlo.
Continuaremos hasta Hontanas por
tierras yermas, en barbecho muchas de ellas, con incipientes sementera otras,
para descansar en su albergue municipal que, aunque algo frío (no tiene
calefacción) es acogedor y bastante bonito tras la reforma a que fue sometido
no hace mucho tiempo. Además del municipal también hay otros particulares... El
peregrino deberá decidir según sus gustos o su economía.
A este respecto, se debería destacar
que en el Camino de Santiago lo más auténtico son los albergues... ¿cómo
diríamos?... son los albergues “espartanos”; aquellos que sólo tienen lo
indispensable para pasar la noche (se considera conveniente que tengan agua
caliente y calefacción... lo demás es accesorio –aunque siempre se agradece una
pequeña cocina en la que podamos preparar algún frugal alimento) Desde luego,
no tenemos nada en contra de los que desean dormir de manera habitual en
alojamientos privados... pero el Camino no es cuestión de dinero... es cuestión
de vivirlo en su más pura esencia. Así, si pasamos algo de frío una noche, lo
recordaremos como una de las singularidades de la ruta jacobea (no obstante, se
insiste en la importancia de un buen saco de dormir). Igualmente, si en algún
albergue debemos cantar tres o cuatro arias por lo fría que esté el agua,
también lo recordaremos como otra de las singularidades “anecdóticas” del
Camino...
Puede ser que el amable y paciente
lector, tranquilamente sentado en su casa, con todas las comodidades a su
alcance, no comprenda demasiado bien lo que se quiere decir; pero, al comenzar
la ruta jacobea irá percibiendo que lo “auténtico” es conversar con los
peregrinos que nos acompañen esa noche; que lo “auténtico” es “aguantar” los
ronquidos de los demás –habría que escuchar los nuestros-; que lo “auténtico”
en definitiva, es estar preparado para hacer una senda en la cual aprendamos
que una mochila nada más es suficiente para que seamos capaces de ser felices y
de aprender aspectos desconocidos sobre nosotros mismos y sobre los demás. Si
conseguimos en alguna medida lo que se acaba de citar, podremos considerarnos
muy dichosos. Es muy difícil que si dormimos cómodamente en nuestra cama, de
nuestra habitación, de nuestro hotel de tres, cuatro o cinco estrellas (que
nada tienen que ver con las de la Vía Láctea) podamos aprender mucho sobre el
espíritu jacobeo. Sólo la interacción continua con los demás peregrinos y la
mentalización de que debemos estar “a las duras y a las maduras” dará sus
frutos. Seamos plenamente conscientes de ello. Sólo de esta forma seremos
capaces de apreciar lo que tenemos en la vida cotidiana; a lo cual,
frecuentemente, no concedemos ninguna importancia.
Descansemos en el albergue de
Hontanas y recuperemos fuerzas para enfrentarnos con la segunda jornada de
estas planicies esteparias.
Décima
cuarta etapa
La calle Real de Hontanas nos dirige a
una carretera que pisaremos brevemente ya que a continuación y por un desvío a
la derecha, caminaremos sobre pista de tierra para, no mucho más adelante,
volver a caminar por asfalto. La carretera no tiene arcén aunque unos frondosos
fresnos hacen guardia vigilantes. Su estilizada sombra (en invierno los rayos
del sol se elongan de manera notoria) nos acompañará en todo este tramo. Mas
allá, caminando por el asfalto, veremos las ruinas del convento de San Antón,
las cuales presentan la singularidad de que la carretera pasa exactamente por
debajo de uno de los arcos que el tiempo ha respetado. Nos encontramos bajo las
bóvedas del convento de San Antón que, a modo de esbozo pétreo, a modo de
templo abierto a los cielos, nos abraza en singular armonía. El fuego de San
Antón hacía estragos en la Edad Media en el resto de la naciente Europa. Los
peregrinos habían tenido noticias de que muy lejos, en la Hispania, en la
postrer tierra del continente, salvando la cadena de los Pirineos y caminando
muchas jornadas más, podrían llegar a un lugar en el cual curaban esa terrible
enfermedad. Un fuego que les abrasaba hizo que muchos recorrieran tan
considerable distancia para sanar de sus males. Eran sabedores de este milagro
y se disponían a recibirlo costara lo que costara... Y así salían desde los más
remotos lugares allende los Pirineos. Al término, al llegar a tierras
castellanas, al recibir asistencia en estos conventos como el que nos abraza
con sus recios fustes y sus nervaduras “exentas”, los enfermos curaban al cabo
de su dolencia. El milagro se había producido una vez más. La medicina -el pan
de trigo y la ausencia total del de centeno- sanaba a estas gentes pues el
fuego de San Antón se produce por el cornezuelo del centeno que era el pan que
se consumía en gran parte del resto de la incipiente Europa.
Seguiremos caminando hasta llegar a
la siguiente población: Castrojeriz (dicen que fundada por el mismísimo Julio
César) Dominada por un ruinoso castillo olvidado por el tiempo. Entraremos
pasando al lado de la iglesia dedicada a la Virgen del Manzano y más adelante,
en una disposición de típica ciudad del Camino, entramos en la calle Real de
Oriente con sus blasonadas casas de recia historia, con su iglesia gótica de
Santo Domingo que, sorpresa para nuestros ojos, tiene esculpidas en su fachada
dos calaveras con leyenda que nos recuerda la fragilidad de la vida.
Prácticamente enfrente de esta iglesia se encuentra el único albergue que suele
estar abierto en invierno. Albergue singular con el barniz de lo auténtico, de
lo sorprendente y, al mismo tiempo, contemporáneo.
Atravesando toda la ciudad (un
kilómetro y medio aproximadamente de longitud) y yendo por la misma calle –ahora
denominada Real de Poniente- venimos a dar a una visión que nos dejará
helados... Ante nosotros, con el camino serpenteando afanosamente, con trabajo
cansino, con desgana manifiesta, vemos una alta meseta que, para colmo de
males, suele estar recortada por densos girones neblinosos que lo elevan “unos
cientos de metros más”; tal es el impactante efecto visual que nos produce.
Ante nosotros se alza la meseta de Mostelares a la cual tenemos que subir...
por las buenas o por las malas. Tal vez nos den ganas de volver momentáneamente
sobre nuestros pasos para “desayunar” otra vez y aumentar nuestras fuerzas ante
el brutal reto al que vamos a ser sometidos (bueno, no se asuste mucho el
inquieto lector pues se está exagerando un poco, la verdad sea dicha) En este
sentido, podemos ver en esta misma obra una bonita fotografía en la cual se
aprecia el alto de Mostelares emergiendo entre nubes rasas a primeras horas de
la mañana en diáfano día. A sus pies, dos peregrinos van a internarse en la
espesa niebla con la esperanza de ser capaces de subir a tan altas cotas...
atravesando antes un río del Hades –perdón, hemos querido decir el río llamado
Odrilla- por un puente de madera en lugar de tener que buscar, afortunadamente,
al barquero.
Pero dejémonos de bromas –que vienen
bien de vez en cuando- y retomemos un poco la seriedad. Ya advertíamos que
estas yermas tierras se prestan a la ensoñación y al recogimiento; que estas
áridas tierras son propicias a la fantasía y a la proyección de nuestros más
íntimos sueños; que estas desoladas tierras, con sus mares ondulantes de cereal
incipiente, nos transportan a una dimensión desconocida por nosotros dando por
válidas cualesquiera manifestaciones de portentoso cariz.
Jadeantes, llegaremos al soberbio mirador
natural que es el alto de Mostelares. Castrojeriz, con su agónico castillo se
muestra ya alejado. Si hubiera nevado –no es raro que ocurra- ya no podríamos
pedir más ante tan magnífico espectáculo... hacia Castrojeriz; porque, al
continuar y llegar al otro extremo de la mencionada meseta, volvemos a quedar
helados por la sorpresa. ¡Dios mío!, exclamaremos. Seguramente busquemos una
piedra o algo que nos sirva de asiento para combatir el desánimo que sentiremos
por unos instantes... Ante nosotros, extendiéndose hasta el infinito, con un
horizonte tal alejado que parece no tener fin, con un camino que se va
estrechando poco a poco en un reflejo áureo por el implacable sol... Ante
nosotros está, para nuestro momentáneo abatimiento, la Tierra de Campos. Es una
visión que nos dejará aterrados, atónitos, anonadados. La inmensa e inacabable Tierra
de Campos en la más pura expresión de la meseta castellana. Todo es árido, todo
es ocre, todo parece desolación desde esta altura. Buscaremos las masas
boscosas que hasta no hace mucho habíamos venido disfrutando... pero no veremos
nada; no veremos ningún árbol; sólo el cielo... el cielo protector... y a
nuestros pies... el ocre... un ocre omnipresente que nos resulta desalentador e
inquietante. No podremos dejar de tener la sensación de que esa línea tan
lejana que vemos junto a las nubes del horizonte sea la del fin del mundo...
porque estando en esta atalaya no vemos que aquello continúe... vamos a una
tierra que nos parece ignota, inexplorada, deshabitada... aunque luego
comprendamos que eso es lo que vemos con los ojos del cuerpo; pero, en verdad,
es una tierra muy rica en emociones, en pálpitos, en humanidad, en arte, en
agricultura, en ganadería... Pero eso lo iremos descubriendo poco a poco, día a
día, etapa tras etapa.
Algo más tranquilos tras reposar un
poco, nos levantaremos y procederemos a descender una corta pendiente para
tomar la inquebrantable horizontalidad que desde aquí apreciamos. Durante una
hora y media caminaremos pausadamente hasta llegar a una sencilla construcción
a la izquierda del camino: es el albergue de San Nicolás que está cerrado en
estas fechas y que, en verano, está regentado por voluntarios de la
confraternidad italiana de San Giacomo. En este albergue se tiene la costumbre
de lavar los pies a los dos primeros peregrinos que lleguen cada día... Pero
eso es historia del estío... Continuemos con nuestra etapa de hoy.
Atravesamos el río Pisuerga por
puente con semáforo y en seguida, por camino rural, llegamos al nuevo albergue
de Itero de la Vega (primera población palentina) que está abierto en invierno
así como algún otro en esta población. Podremos visitar la iglesia de San Pedro
y descubrir en alguna de sus plazuelas un rollo jurisdiccional.
Descansemos y repongamos fuerzas para
mañana. A partir de ahora la fuerza física no será lo más importante, sino la
fuerza de voluntad; nuestra fuerza interior será la que nos lleve de etapa en
etapa. Mentalicémonos ante esta incuestionable e ineludible realidad.
En invierno no es raro
encontrar helado parte del río Pisuerga. Aquí, en la meseta, a una altitud que
oscila entre los 750 y los 800 metros, más o menos, sin nada que frene los
ímpetus del viento, el frío se hace especialmente presente. Las lagunillas, los
riachuelos, las fuentes, suelen presentarse helados ante la vista del esforzado
peregrino. Descansemos, cenemos tranquilamente y repasemos con interés los
avatares que nos aguardan en la próxima jornada.
Décima
quinta etapa
Con la compañía de los primeros
palomares, iniciamos nuestra etapa de hoy. Salimos de Itero de la Vega y
siempre por pista, llegaremos a Boadilla del Camino tras unas dos horas de
marcha. En esta población no podemos dejar de ver su bellísimo rollo
jurisdiccional de factura gótica, bellísimamente ornamentado. Cualquier persona
del pueblo estará orgullosa de contarnos un poco su historia y significación.
Siempre que podamos y se presten a ello, es muy interesante conocer la opinión
de las personas que conviven en el Camino que, además, en esta época del año,
con los rigores que se suponen a todo invierno “como Dios manda” estarán
encantados de conversar con “esos pobres locos”... o sea: nosotros.
Dejamos atrás Boadilla del Camino por
su calle Mayor y en poco menos de hora y media llegaremos a Frómista. Unos
kilómetros antes de llegar a esta población habremos de estar en compañía del
Canal de Castilla, magna obra que pretendió crear una vía de comunicación entre
Castilla y el Cantábrico para transportar el cereal en barcazas cuyo medio de
propulsión fueran animales de tiro. Para ello, se habilitó en una de sus
orillas un camino –sirga- a tal efecto (de hecho, podremos ver alguna señal de
tráfico de “circulación prohibida a todos los vehículos automóviles… excepto
CHD –Confederación Hidrográfica del Duero- y PEREGRINOS –puesto así: con
mayúsculas-) La presencia del ferrocarril hizo obsoleto el uso del canal. En la
actualidad se utiliza para el riego y para abastecer a las poblaciones
aledañas. Últimamente se ha acondicionado un tramo para uso turístico mediante
adecuadas barcas. Al llegar a Frómista, el camino atraviesa el Canal y no
debemos continuar sin antes habernos detenido y observar el curioso sistema de
esclusas utilizado para salvar los desniveles. Lamentablemente, han sido
desmontadas muchas de las compuertas que posibilitaban el funcionamiento de la
esclusa. No obstante, sigue siendo sorprendente su contemplación.
Entraremos en Frómista y no
deberíamos abandonar esta población sin, al menos, haber visitado la iglesia de San Martín
–soberbio ejemplo románico en perfecto estado de conservación- Sus más de
cuarenta capiteles salpicarán nuestra curiosidad así como sus canecillos
exteriores, incluyendo multitud de detalles que no escaparán a nuestra curiosidad. Cuando salgamos de Frómista, recorreremos un corto trecho por
carretera para, al cabo, volver a tomar una pista de tierra (aunque paralela y
al lado de la carretera) que nos conducirá hasta Población de Campos, Revenga
de Campos, Villarmentero de Campos y Villalcázar de Sirga antes de culminar
nuestra etapa en Carrión de los Condes. Es evidente, por los topónimos, que
estamos en plena Tierra de Campos. Los palomares, las espadañas abarrotadas de
cigüeñas, las tierras en barbecho o las sementeras en incipiente germinación
son nuestras compañeras. También es tierra de palomares que, con un poco de
suerte, podremos visitar su interior acompañados por su dueño; el cual, amablemente,
nos habrá invitado a descubrirlo.
Nos sorprenderá la visión de la
iglesia templaria de Villasirga (antiguo nombre de Villalcázar de Sirga) Esta
iglesia no está en el mismo camino, pero conviene que nos acerquemos pues son
pocos metros los que nos separan de ella. La portada –con alguna que otra
grieta que ha sido necesario afianzar con algún tirante- es espectacular y ya
en su interior, Santa María la Blanca –cantada por Alfonso X el Sabio- espera
nuestra visita.
En algo más de una hora llegaremos a
Carrión de los Condes con la misma horizontalidad que nos ha acompañado durante
todo este trayecto. En estos últimos kilómetros hallaremos alguna pequeña
vaguada que no significa nada en cuanto a dificultad. La llanura (de “llano”)
es omnipresente. En esta ciudad, en medio de la inmensa llanura, es frecuente
ver ifotogénicos carámbanos de hielo en sus fuentes.
Carrión de los Condes, lugar del
emplazamiento histórico de la familia Beni Gómez – relacionada con el Cid
Campeador-, con su iglesia de Santiago en cuyo friso están labrados los doce
apóstoles con un Pantocrátor intermedio que impresiona de sólo mirarlo. Carrión
de los Condes, con su iglesia de Santa María de sobrio estilo románico... y
tantas maravillas que nos están reservadas en la espera de nuestra llegada.
Sepamos aprovechar la ocasión.
Décima
sexta etapa
Podríamos decir que hoy es “la etapa
reina”; que hoy se va a poner a prueba esa fuerza interior, esa fuerza de
voluntad que ya debemos tener plenamente desarrollada. Hoy, de los dieciocho
kilómetros totales que consta la etapa, unos catorce lo son por terreno
totalmente carente de todo...de todo. Arbustos de ralo aspecto, planicie de
dilatadas vistas, cielo que parece aplastarnos, arboleda prácticamente
inexistente, terreno pedregoso y yermo... Esto nos espera hoy: simplemente...
la nada. La nada en su más auténtica acepción. La nada en derredor... la
ausencia de todo adorno, de toda distracción. Sólo el viento, al ver al sufrido
y empequeñecido peregrino en medio de la inmensidad que le rodea, se apiada de
él y acude presuroso para susurrar en sus oídos frases de historias perdidas,
de tiempos pretéritos, de batallas desconocidas.
Salimos de Carrión por el monasterio
benedictino de San Zoilo y después de caminar por carretera durante una hora,
abandonamos ésta y nos enfrentamos con un rectilíneo tramo de catorce
kilómetros... Demoledor. El suelo no es simplemente de tierra... No; el suelo
presenta una inmensa cantidad de cantos rodados puestos seguramente para
mortificación del cuerpo en beneficio de la purificación del alma (ya sabemos que
las penitencias elevan los espíritus) No conocemos a ciencia cierta si ésta es
la razón; pero suponemos que alguna debe de existir pues el martirio (y nunca
mejor dicho) al que estaremos sometidos durante esos catorce kilómetros no
tiene perdón. Cuando lleguemos a Calzadilla de la Cueza sentiremos un
“hormigueo” en nuestros pies, tobillos, piernas que ya no podremos casi
aguantarlo. Al llegar al albergue que está en la entrada del pueblo y que
presenta en su fachada un bello dibujo alegórico al jacobípeta, nos
desplomaremos en una silla e iremos derechitos a la litera para reponer algo
nuestros maltrechos pies. Ni botas ni nada es capaz de amortiguar la dura
prueba a que nos someten; siendo casi despiadado, fiero, implacable, sádico...
¡Pero es una hermosa etapa!
Es una etapa, en opinión del autor,
de las más auténticas del Camino. Esperemos que nunca pongan nada en esos
catorce kilómetros. En verano, con la afluencia masiva, suele habilitarse un
bar en la mitad del recorrido, aproximadamente, para que sacien su sed y su
hambre los maltrechos y ya extenuados peregrinos. Además, un vehículo de
protección civil recorre todo este tramo en viaje repetido de ida y vuelta, con
su carga de agua para saciar la necesidad del líquido elemento de los que por
allí se arrastran (es un decir) Sin embargo (el autor diría que
afortunadamente) en invierno no hay ni bar provisional ni vehículos de
protección civil. Nada, como decíamos líneas atrás. Nada.
No obstante lo anterior, hemos de decir que en nuestra peregrinación del año 2011 pudimos comprobar -con una cierta decepción a nivel personal- que, dado que 2010 fue Año Santo, habían echado una capa de tierra para mitigar el sufrimiento de los pies en todo este tramo. ¿Es de agradecer? Bueno, suponemos que sí -aunque lo dudamos-, pero el Camino debería preservarse en su más íntima esencia y no acondicionarlo pensando en "el turismo". El Camino es para los peregrinos y para que éstos se sientan transportados a otras épocas. No olvidemos que un verdadero peregrino nunca será un turista.
No obstante lo anterior, hemos de decir que en nuestra peregrinación del año 2011 pudimos comprobar -con una cierta decepción a nivel personal- que, dado que 2010 fue Año Santo, habían echado una capa de tierra para mitigar el sufrimiento de los pies en todo este tramo. ¿Es de agradecer? Bueno, suponemos que sí -aunque lo dudamos-, pero el Camino debería preservarse en su más íntima esencia y no acondicionarlo pensando en "el turismo". El Camino es para los peregrinos y para que éstos se sientan transportados a otras épocas. No olvidemos que un verdadero peregrino nunca será un turista.
Con el paisaje cubierto por fina capa
de nieve, todo se transforma como tocado por una varita mágica. Un mar blanco
nos rodea. Si la planicie nos parecía antes carente de relieve, ahora, con la
nieve cubriéndolo todo, la sensación ya es total. Plano y liso. Sepamos
aprovechar estos momentos pues pocas veces en nuestra vida tendremos una
oportunidad más propicia para meditar y sopesar nuestras decisiones, nuestros
aciertos y nuestros fracasos, nuestra vida en pareja o con los demás. Casi
cuatro horas de caminar en estas condiciones tan duras dan para mucho. Elevemos
nuestro espíritu y volemos en pos de metas a realizar... La etapa se hará más
corta y llevadera.
¡Adelante, peregrinos! Ánimo y ¡buen
camino!
Décima
séptima etapa
Todavía algo maltrechos por el
“palizón” de ayer, dejamos atrás Calzadilla de la Cueza para cruzar el río
Cueza por la carretera que transitamos y proseguir por andadero al lado de la
misma. Hasta Lédigos, en pleno reino del adobe, nos separa una suave subida y
posterior fácil bajada sin apenas inclinación. La presencia, inseparable de
estos paisajes, de los palomares nos acompañará sin remisión. Atravesamos este
pequeño núcleo de casas para seguir por el inseparable andadero hasta
Terradillos de los Templarios que, como su propio nombre indica, tuvo mucho que
ver con los caballeros de la Orden del Temple cuya presencia se mantuvo por
algún tiempo en estos parajes.
Aunque seguimos en tierras yermas y
esteparias, aunque nuestro frente sigue siendo dilatado sin perdón, ya empiezan
a ser visibles a nuestra derecha, allá, muy lejos pero claramente visible en
tiempo despejado, los nevados picachos de la Cordillera Cantábrica. Esto, con
ser poco, pone una nota de peculiaridad en nuestro árido caminar de las
jornadas precedentes… En realidad, no nos faltan muchos kilómetros para salir
de la provincia de Palencia y entrar en la de León.
Pero salgamos de Terradillos de los
Templarios, para caminar hasta Moratinos con sus típicas casas de adobe y
multitud de bodegas excavadas en los pequeños promontorios que salpican el
paisaje circundante. Tras algo más de media hora, llegamos a San Nicolás del
Real Camino, último pueblo de Palencia, que dará paso a la siguiente provincia:
León. Con la vista puesta en el lejano caserío de Sahagún, llegaremos al límite
provincial desviándonos por el camino para pasar por un puente sobre un ramal
del río Valderaduey –que suele estar completamente seco por haber sido
reconducido- y así poder llegar hasta la ermita de la Virgen... (¡Eso mismo!)
la Virgen del Puente; de un estilo románico en el que ya se muestran elementos
mudéjares. Estamos en Sahagún, ciudad mudéjar allá donde las haya.
Entramos, pues, en Sahagún y
atravesamos al poco las vías del tren para dirigirnos al albergue municipal.
Antiguo templo hoy dedicado a albergue y a oficina de turismo, nos sorprenderá
su peculiar ambiente. El autor es conocedor de algunos peregrinos que, al estar
solos en tan majestuoso lugar, con altos techos, nerviaciones inacabadas,
inmensos telones de rojo púrpura... no han sido capaces de dormir
tranquilamente como si alguna aparición medieval se les fuera a presentar de la
forma más natural del mundo. Miedo escénico que no son capaces de superar.
Varios han sido los que, ante estas sensaciones tan inquietantes, han
pernoctado en el hostal de enfrente.
Con esto no queremos decir –ni mucho
menos- que el albergue no sea acogedor, que lo es; sino que el ambiente es tan
grandioso y espectacular que no todos lo pueden asimilar.
Bajo ningún concepto (bueno, cada cual que haga lo que considere)
deberíamos perdernos la casi obligada visita a las iglesias mozárabes de San
Lorenzo y San Tirso, además de ver el arco barroco de San Benito.
Décima
octava etapa
Salimos de Sahagún por un paseo
arbolado que discurre al lado de la N120 y algo más adelante se nos advierte de
la existencia de una bifurcación, nosotros podremos seguiremos de frente,
camino de Bercianos o bien continuar por el camino que nos conducirá hasta
Calzadilla de los Hermanillos. El autor ha ido siempre por la senda que
discurre atravesando El Burgo Ranero; pero también ha hollado el “otro” camino.
Este “otro” camino es el llamado Vía Trajana; camino primigenio según nos
cuentan, que nos hará atravesar la población de Calzada del Coto la cual se encuentra a
algo más de una hora después, aproximadamente, de haber atravesado el Cea. A
continuación, en terreno claramente abierto, veremos bosquetes de encinas y
robles en un camino prácticamente rectilíneo que, en esta época del año,
presenta numerosas lagunillas con su correspondiente vegetación asociada. Las
indicaciones jacobeas ya nos presentan a un simpático leoncito vestido de
peregrino con su bordón, calabaza, vieira y zurrón.
Después de andar un buen rato por
camino forestal de tierra y a una media hora antes de llegar a Calzadilla de
los Hermanillos, nos sorprenderá gratamente encontrar la llamada “Fuente del
Peregrino” que, en medio de una agradable chopera, sale a recibirnos para
nuestro bien ganado descanso.
Puede que mientras nos deleitemos con
sus frescas aguas, pensemos en lo sesgadas que pueden llegar a ser ciertas
informaciones que recibimos en el Camino (afortunadamente no son todas, sólo
una pequeña parte… ¿O no tan pequeña?) Bien, queremos decir que cuando el autor
eligió esta “variante” (que, para colmo, es el camino más antiguo), después de
haberlo hecho siempre por el Burgo Ranero, tuvo que “soportar” que a un amigo
suyo que estaba en dicha población, fuera advertido del peligro que corría todo
aquél que se aventurara por tan inhóspitas y solitarias tierras, reino de los
lobos y de los más despiadados salteadores. Alguna persona llegó, incluso, a
sugerir que llamaran al autor de este libro y, al parecer, inconsciente y temerario
peregrino, para advertirle de los “terribles peligros” que le acechaban y convencerle
de que retornara “a la buena senda”. Todo esto es asombroso y casi increíble.
Por supuesto, qué duda cabe, el autor no tuvo ningún problema en recorrer esta
mal llamada variante. Pero sigamos con nuestro camino… Tras atravesar
Calzadilla de los Hermanillos, nos vemos inmersos en la misma rectilínea senda
que nos ha venido conduciendo hasta aquí. Apenas si divisamos algún que otro
árbol en la lejanía. Todo es llano; todo es árido; todo es herbazal en
derredor. Una caseta de moderna factura nos brinda un poco de sombra que
sabremos agradecer… Y otra vez la nada salpicada por alguna que otra lagunilla.
Más adelante, la vía del tren nos acompaña por momentos y es fácil que algún
rápido vagón repleto de curiosos pasajeros nos indique su presencia con su rítmico
y veloz sonido. Seguiremos caminando por este mar de desolación comprobando,
para nuestro espanto, que el suelo va convirtiéndose en un pedregal a la manera
en que se encontraba hace algunos años el tramo que seguía a Carrión de los
Condes. Aquí, otra vez, los cantos rodados propiciaran una interiorización no
exenta de cansancio pues, precisamente por el cansancio, esa interiorización
que se propicia es más profunda y verdadera. Lo molesto se convierte en
positivo.
Más adelante observaremos unos extraños
espacios vallados que, a poco que preguntemos en la siguiente población, nos
dirán que se trata de los emplazamientos en los cuales parece ser que existen
restos arqueológicos que todavía están por aflorar. Por esa razón, para preservarlos
de cualquier posible actuación nefasta, están vallados (curioso, sin duda). Al
poco, un enorme canal a la vera del Esla nos da paso a nuestra meta de hoy:
Mansilla de las Mulas.
Por el “otro camino” –el que atraviesa
El Burgo Ranero- veremos cómo desaparece la exigua arboleda durante un tramo
para luego reaparecer en un andadero. Así, poco a poco, vamos desgranando
kilómetros hasta llegar a Bercianos del Real Camino en donde caminaremos por su
calle Mayor que, dejada atrás, nos permitirá caminar otras dos horas por un
paisaje que cambia algo su fisonomía al toparnos con pequeñas lagunillas que a
buen seguro estarán heladas total o parcialmente. De hecho, el siguiente pueblo
que atravesaremos, debe su nombre a la existencia de dichas lagunas ya que en
ellas hay muchas ranas y, por lo tanto, no debe extrañarnos que esta población
reciba el nombre de El Burgo Ranero.
Precisamente en este pueblo ha
ejercido el autor de hospitalero, viviendo una muy grata experiencia que nunca
olvidará.
Después de atravesar El Burgo Ranero,
con sus casas de adobe y su iglesia dedicada a San Pedro, retomamos un largo y
rectilíneo andadero, flanqueado por rasos campos, que nos hará llegar (13
kilómetros después) a Reliegos de las Matas; fin de nuestra etapa de hoy. Algo
antes de llegar a esta población, nos sorprenderá una curva (ya casi creíamos
que no existieran semejantes “geometrías”) que nos facilitará, mediante un
túnel, el paso de las vías del tren.
Como ocurre con otros pueblos del
Camino, no percibiremos la presencia de Reliegos de las Matas hasta que no
estemos prácticamente encima. Unas bodegas (ya sabemos: una puerta en el
cortado de pequeños cerros con su correspondiente chimenea-respiradero) nos
reciben. Su albergue será digno marco para nuestro descanso... aunque carezca
de algunas prestaciones... pero ya sabemos que eso es parte del encanto del
Camino...
Debemos tomar en consideración que
estamos a más de ochocientos metros de altitud y que por ello es frecuente que
nieve en las fechas invernales. Debemos extremar la precaución y ser
conscientes de esta circunstancia. Siempre contaremos con la colaboración del
hospitalero para decidir si fuera conveniente aguardar un poco para que el sol,
al estar más alto, caliente algo más y nos permita salir con mayor comodidad;
e, incluso, si estuviera nevando, con ventisca y frío considerable, debemos
consultar si podemos quedarnos una noche más. El hospitalero siempre será
quien, en vista de las circunstancias concurrentes, decida lo que mejor convenga
en esos momentos.
El invierno es una estación que
escapa a los parámetros del verano, otoño y primavera. El invierno es
diferente. El invierno es un reto, una incógnita, una prueba que debemos
superar. Debemos tener muy en cuenta que, de los dos primeros inviernos en los
que se basa este libro, el primero fue estadísticamente el más frío y el
segundo (ironías del destino) fue el más caluroso desde que se tienen
registros... Por lo tanto, no podemos fiarnos demasiado del tan manido “cambio
climático”, del machacón “calentamiento global”; pues lo mismo nos viene calor
que vemos colgar, durante semanas enteras, carámbanos de hielo en todos los
tejados. No, no podemos “hacer previsiones”. ¿Nos damos cuenta de que eso es
precisamente lo que hace del invierno la estación “más auténtica” del Camino?
¿Nos damos cuenta de que lo comenzaremos con incógnitas al igual que ocurría en
la Edad Media? ¿Nos damos cuenta de lo extraordinario que resulta no saber qué
nos vamos a encontrar... cuando estamos acostumbrados a tenerlo todo
controlado? Es eso precisamente lo que el invierno aporta al Camino y es eso
precisamente en lo que debemos pensar cuando iniciemos nuestra aventura,
nuestro caminar en pos de la tumba del Apóstol que, en definitiva supone
caminar en pos de un sueño, de una ilusión, de una inquietud interior.
El autor ha hablado con muchos
peregrinos “invernales” y puede asegurar que muchos lo hacen en las fiestas de
Navidad y Año Nuevo porque quieren huir de los recuerdos, del artificioso jolgorio
que no se corresponde con manifestaciones de alegría, sino con desesperados
intentos de aturdir una alienante realidad. Otros lo hacen por sentir la
emoción de lo desconocido y convivir con esos peregrinos que tienen inquietudes
parecidas a las suyas; pues, sean cuales fueren éstas, todos tienen un
denominador común: escapar de la banalidad cotidiana, de la falsedad y de los
problemas que les angustian... pero no lo hacen por “cobardía”, no; lo hacen
por estar a solas consigo mismos y por poner en orden sus ideas en un marco de
soledad, reflexión y convivencia con otros que, en muchas ocasiones, ponen de
relieve unos problemas mucho más importantes que los nuestros lo cual conlleva
una reflexión sobre muchos aspectos.
Descansemos y disfrutemos del
invierno a nuestra manera. Mañana nos espera un nuevo día con nuevas sorpresas
y experiencias... Hasta mañana y... ¡buen camino!
Décima
novena etapa
Hoy también es un día importante. Hoy
vamos a llegar a la cuarta gran ciudad del Camino: León. Atrás hemos dejado
Pamplona, Logroño y Burgos... Ahora, en la provincia de más largo recorrido
jacobeo, llegaremos a la ciudad de “La Pulchra Leonina”, a la ciudad que fuera
asentamiento de la “Legio VI Victrix y de la VII Gemina, a la ciudad del león
rampante. Para ello –ya lo sabemos- deberemos pagar el peaje de los polígonos
industriales, las carreteras de circunvalación, las urbanizaciones... Pero el
andarín peregrino ya está acostumbrado a enfrentarse con estas situaciones. Él
sabe muy bien que la mejor manera de transitar por tan poco motivador escenario
es abstraerse y entrar en su mundo que, en definitiva, ya a estas alturas, es
totalmente diferente al de los demás.
Caminando por la calle Real,
saldremos de Reliegos (ya sabemos: de las matas) Si hemos tenido suerte,
podremos haber desayunado algo en algún lugar abierto; o, en caso contrario, si
hemos sido previsores, tomaremos algo de las vituallas que tengamos atesoradas
para comenzar, pletóricos de ilusión o con la curiosidad propia de las
circunstancias o, tal vez, con la mente puesta en nuestras reflexiones de hoy,
una nueva etapa: Reliegos-León.
Decíamos que saldremos por la calle
Real para sumergirnos nuevamente en un paisaje cerealista que ya empezamos a
considerar eterno. Caminando nos aproximaremos y alcanzaremos Mansilla de las
Mulas; ciudad ésta que nos sorprenderá por sus murallas en plena restauración.
Entraremos por la llamada “puerta del
Castillo” que veremos construida con cal y canto rodado -es decir, con
argamasa- y atravesaremos esta antigua ciudad de lado a lado para desembocar en
el río Esla y seguir caminando por un andadero paralelo a la N601 que, en
realidad, viene a ser la N120, renombrada en esta zona. Así llegaremos hasta
Villamoros de Mansilla en donde se termina el andadero y ahora hay que caminar
directamente por el arcén. Volvemos nuevamente al andadero y nuevamente a la
carretera en Puente de Villarente en donde atravesamos el río Porma por un
largo puente medieval de una peligrosidad más que evidente. Apenas si existe
espacio suficiente para los dos sentidos de circulación y los peregrinos. Hay
que extremar la precaución pues los camiones no tienen más remedio que pegarse
al pretil con el consiguiente riesgo de que nos afeiten sin nosotros haberlo
solicitado. Al parecer, está prevista la construcción de una pasarela metálica
paralela al puente, que evite una desgracia... Por cierto, siempre debemos
sospechar la presencia de alguna fina capa de hielo. Estemos atentos pues las
pasarelas metálicas son sumamente resbaladizas en estas circunstancias.
Como estaremos transitando por la
acera de la izquierda, debemos prestar atención y cruzar la carretera (por paso
de peatones) a la altura de las instalaciones de Caja España, para continuar por
la derecha y, siguiendo nuestras familiares flechas amarillas, llegar al rato a
Arcahueja desde cuyo lugar estaremos a nueve kilómetros de la ciudad de León.
Varias subidas y bajadas nos acercan. El inevitable polígono nos acecha.
Afortunadamente han construido una pasarela, también metálica que nos
posibilita el paso sobre una calzada de alta densidad de tráfico y que, hasta
hace poco, era un lugar en donde había que mirar a la izquierda, a la derecha,
santiguarse, cerrar los ojos y atravesar corriendo (bueno, el lector intuirá
que es un poco exagerada esta descripción y, por supuesto, en clave de humor)
No obstante, la peligrosidad del lugar era extrema –sin exagerar- . Es muy
importante que se vayan eliminando estos “puntos negros” aunque no se haya producido,
milagrosamente, ningún atropello. No hay que esperar a que se produzcan.
Ya estamos en León. Ya entramos en
una ciudad que nos reservar una inmensa cantidad de obras de arte y de vida.
Vigésima
etapa
Después de haber disfrutado de la
ciudad de León, de sus monumentos, de su ambiente nocturno, de su vida en
general, subiremos la mochila a nuestra espalda y comenzaremos una nueva
jornada dispuestos a alcanzar nuestra próxima meta que no es otra que la
población de Hospital de Órbigo; la cual, además, marca el fin de nuestras
llanuras esteparias con la inclusión del páramo leonés. Ya vamos terminando los
páramos y la ausencia casi total de arbolado; ya terminamos los inmensos campos
de cereales y las tierras rasas y nos adentramos, nuevamente, en las zonas de
bosque y monte bajo.
Nos dirigiremos al paseo de
Papalaguinda para, después de algún callejeo guiados por nuestras inseparables
flechas amarillas, acceder al Hostal de San Marcos. Su fachada plateresca no
nos dejará indiferentes. Cruzando el río Bernesga y, tras algo menos de una
hora, siempre por zonas urbanas, llegamos a Trobajo del Camino para,
continuando por zonas urbanizadas –unas veces por calles y otras por travesías,
alcanzamos en unos tres cuartos de hora la población de La Virgen del Camino.
Según caminamos, nos sorprenderemos con la modernidad de un santuario que
encontraremos a la derecha. Los apóstoles son de factura tan moderna que apenas
si son reconocidos por un peregrino que está acostumbrado al románico,
gótico... Tras buscar afanosamente, cae en la cuenta de la figura de Santiago
la cual siempre es objeto de búsqueda por evidentes motivos.
Tenemos que cruzar la travesía para
seguir las indicaciones que nos conducirán a Valverde de la Virgen; siendo así
que al poco debemos prestar atención pues aquí, como en otras partes del
Camino, hay pintadas para que el peregrino se desvíe hacia un lado u otro en
función de... En fin, lo que queremos decir es que veremos indicaciones para
que vayamos hacia otras poblaciones que, en definitiva, son variantes del
camino principal o Camino Francés.
Bien, siguiendo con nuestra ruta
atravesaremos Valverde de la Virgen, San Miguel del Camino, Villadangos del
Páramo y San Martín del Camino para llegar a Puente y Hospital de Órbigo.
Tanto Valverde de la Virgen como San
Miguel del Camino son dos pequeñas localidades que atravesaremos sin mayores
dificultades, prosiguiendo la marcha hasta Villadangos del Páramo que aunque no
sea nuestro final de etapa, sí debemos saber que cuenta con un albergue
espacioso en el cual, en tiempo frío, nos proporcionarán gruesos troncos para
poder encender la chimenea y calentarnos ya que no tiene calefacción y tampoco
agua caliente. No obstante, el autor ha pernoctado siempre en él por la
sensación acogedora que brinda. Además, el pueblo cuenta con la interesante
iglesia parroquial de Santiago en la cual podremos descubrir unas sorprendentes
puertas en las que se representan (casi en estilo naïf –salvando las distancias-)
dos bajorrelieves policromados con la victoria del rey leonés Ramiro I sobre
Abderramán II en la batalla de Clavijo con la decisiva ayuda del apóstol
Santiago –uno- (llamado desde entonces Santiago Matamoros y hoy en día, por
aquello de las sensibilidades entre culturas, ya se le conoce como Santiago
Ecuestre por aparecer siempre en brioso caballo blanco) y, en la otra puerta el
otro, con el tributo de las cien doncellas.
En una hora alcanzaremos San Martín
del Camino que atravesaremos para acceder, en dos horas de pista, a nuestro
final por hoy: la ya mencionada población de Hospital de Órbigo que, además, nos marca el final de uno de los tramos más fascinantes de toda la peregrinación: las inigualables llanuras esteparias. Siempre recordaremos su desolación y al mismo tiempo siempre recordaremos que fue precisamente en este tramo cuando llegamos a comprender muchos aspectos de nosotros mismos y de nuestra relación con los demás.
GALERÍA DE IMÁGENES
No hay comentarios:
Publicar un comentario