PROTAGONISTAS E HISTORIA
Cuando consultamos la definición de
“peregrino” en el diccionario, se nos dice: 1-“aplícase a la persona que anda
por tierras extrañas”. 2- “dícese de la persona que por devoción o por voto va
a visitar un santuario”. Incluso, en su acepción séptima, tenemos una
definición de amplia significación: “que está en esta vida mortal de paso para
la eterna”.
Vemos, pues, que el significado dado
a esta hermosa palabra, excede con mucho de una proyección terrena, material.
Las dos primeras acepciones nos trasladan al hecho de caminar, trasladarse,
recorrer una distancia en tierras ajenas o bien dirigir esos pasos para visitar
algún santuario. Sin embargo, deteniéndonos en la ya mencionada acepción
séptima, observamos cómo también tiene una finalidad de trascendencia con
connotaciones de búsqueda interior, de hallar algo que dé un sentido a nuestra
vida, posiblemente zarandeada por alguna circunstancia adversa. Abundando en
este aspecto, Dante, en su “Vita Nuova”, nos viene a decir que un peregrino,
por antonomasia, es el que va a Santiago; pues son palmeros los que van a
Tierra Santa y romeros los que van a Roma. Peregrino, en sentido estricto,
sigue comentando, no se entiende sino el que va hacia la casa de Santiago o
vuelve de ella.
El peregrino, dentro de su ambular
hacia Compostela, tiene múltiples ocasiones de comprobar cómo otros se desviven
por él. Tiene ocasión de comprobar cómo la fraternidad impera en cada rincón;
siendo así que podrá descubrirlo a cada paso y en cada circunstancia. De esta
manera, por ejemplo, no es descabellado
pensar que se vea auxiliado y reconfortado por otros jacobitas con especiales
dones para, entre otras manifestaciones, dar maravillosos masajes que nos
dejarán “como nuevos”. Ello, con ser relativamente frecuente, también lo
encontramos entre algunos hospitaleros (sobre todo entre los veteranos); los
cuales suelen tener una especial habilidad y ser unos auténticos “artistas” en
estas labores.
El Camino nos ofrece un amplio
abanico de paisajes y arte; pero, sin duda, el mayor valor que encontremos se
referirá a las personas (peregrinos o no), con su carga de problemas,
ilusiones, proyectos y esperanzas. Iremos conociendo, a lo largo de los días,
muchas vivencias e, incluso, confidencias –más o menos explícitas- que tendrán
un hueco en nuestro corazón. Poco a poco iremos atesorando tanto conocimiento
sobre los demás que acabaremos conociéndonos mejor a nosotros mismos e,
incluso, sorprendiéndonos ante aspectos que ni siquiera sospechábamos o, si
acaso, sólo habríamos intuido. Somos protagonistas de la vida en la
escenificación y el escenario del Camino.
Seamos humildemente conscientes de
esta realidad para atesorar todas sus enseñanzas pues la ayuda desinteresada de
unos con otros es, sin duda, moneda común a lo largo de toda la senda jacobea.
Es algo que nunca olvidaremos.
El Camino “engancha”. Al principio no
nos damos cuenta, pero, con el tiempo, poco a poco, en nuestro avanzar
kilómetro a kilómetro, algo indefinible e indeleble va quedando dentro de
nosotros. Si ello nos ocurre al poco de caminar, qué no sentirán aquellos que
siempre han vivido en su orilla, aquellos que han visto durante su infancia el
discurrir de cientos y miles de peregrinos por sus calles y senderos. Amén de
los que, por las circunstancias particulares de cada uno, en un momento
determinado, decidieron dedicarse en cuerpo y alma a aportar su granito de
arena en el mantenimiento del mismo; cuidando y “mimando”, con verdadera
pasión, a todos los peregrinos... a “sus queridos peregrinos”.
Sirva este capítulo como modesto
homenaje a todos ellos.
A lo largo del Camino, son muchas las
personas que dejan o han dejado su impronta aportando su ímpetu en mejorar,
cuidar y profundizar en las condiciones del mismo. Unos, de forma visible, en
contacto directo con los jacobitas; otros, de forma más discreta pero, desde
luego, no por ello menos importante. Su reseña sería prolija y, por supuesto,
parcial ya que, por mucho que quisiéramos pormenorizar, siempre cometeríamos la
injusticia de no citar a tantos y tantos que, de una u otra manera, participan
en el esfuerzo común de hacer posible esta maravillosa realidad del Camino de
Santiago. Personas, todas ellas, totalmente dedicadas al Camino; a un Camino
con mayúscula, a un Camino que supone una abnegación que va más allá del simple
deber o de la simple querencia. Es parte, siempre, de sus vidas y, en la
mayoría de los casos, de sus recuerdos infantiles. Han crecido al calor de esos
peregrinos que, desde sus más lejanas impresiones, pasaban por su calle o su
pueblo en un lento pero inexorable discurrir. Rememoran cómo sus padres les
daban hospitalidad, cómo hablaban con ellos en las largas noches hibernales, al
abrigo del hogar. Juntos, bajo la luz vacilante de una vela, de una bombilla,
de un candil; con el crepitar de la leña o el calor del brasero, se desgranaban
historias y anécdotas que llenaban su imaginación con connotaciones de mil
aventuras. Entonces, como antaño y como ahora, esas personas con ilusiones,
cansancios, esperanzas, desánimos, alegrías... eran, a buen seguro, personas
con una significación muy especial en sus vidas.
Muchos hospitaleros voluntarios, a su
vez, se encuentran dedicando su tiempo y su ilusión como consecuencia de haber
hecho con anterioridad el Camino. Entonces, cuando lo hicieron, sintieron que
la senda a Compostela era mucho más de lo que podrían haber pensado.
Comprobaron que todo un bagaje de vivencias y sensaciones se había incorporado
a su mochila y se encontraron en deuda con él. Una deuda que propicia el justo
deseo de reintegrar algo a ese Camino que tanto les ha aportado. Por ello,
algunos peregrinos deciden devolver parte de lo que el Camino les ha brindado y
dedican alguna quincena de su tiempo para volcarse en atender a otros que, como
ellos mismos hicieron, buscan, posiblemente, respuesta a las eternas preguntas
del ser humano.
Vaya por todos ellos, tanto por los
que están realizando una labor silenciosa pero eficaz, como por los que el
peregrino se encuentra directamente en su recorrido, el más auténtico
reconocimiento y respeto ante la impagable labor que desempeñan.
Desde luego, a tenor de lo expuesto,
no debemos olvidar que todos los esfuerzos aplicados a la senda jacobea no
servirían de nada sin esos otros protagonistas que, en verdad, le dan
significación y forma: me refiero a aquellos que han abierto este capítulo: los
peregrinos; sin los cuales no tendrían sentido tamaños esfuerzos e ilusiones
compensadas. Ellos, los jacobitas, con su devenir constante, variopinto, alegre,
ilusionado y emotivo, son el inicio y el fin de todo.
Que la acogida y el calor humanos no
tendrían un verdadero significado sin el respaldo de lo que lo hizo
verdaderamente posible (el descubrimiento de la tumba del Apóstol) es una
realidad fuera de toda duda. Cierto es que hay quien dice –incluso de manera
“científicamente” argumentada- que el apóstol Santiago no puede estar enterrado
en España por ésta o aquélla razones… No queremos entrar en que tales aseveraciones
sean ciertas o no; e, incluso, aunque fueran ciertas, no tendría la más mínima
importancia porque lo que el peregrino está celebrando, lo que el peregrino
está llevando a feliz término, lo que el peregrino siente dentro de su alma no
es ir a algo que esté “científicamente demostrado”, sino que lo que él lleva a adelante
es la remembranza de lo que, antes que él, hicieron, millones y millones de
personas plenamente convencidas. Toda esa corriente que, como si de un inmenso
río se tratara, tenía afluentes a lo largo y ancho del Viejo Continente,
alimentando el cauce principal que no es otro que el llamado Camino Francés, no
fue en vano por muchas e importantes razones. Así, los peregrinos que recorrían
peligrosos territorios expuestos a múltiples avatares, llegaban y se postraban
ante la tumba que decían ser de uno de los apóstoles más queridos de Jesús: Santiago.
Lo demás no tiene ninguna importancia a la vuelta de tantos y tantos siglos.
Nuestra peregrinación está plenamente fundamentada y tiene pleno sentido. Así,
y no de otro modo, debemos verlo. No existe ninguna otra plausible interpretación.
Pero, a tenor de los expuesto, sería
conveniente que atendiéramos por un momento qué fue lo que propició el
descubrimiento de la tumba y qué repercusiones posteriores hicieron posible
todo este fenómeno jacobeo; ya que, aunque este blog vaya dedicado
principalmente a aquellos peregrinos que ya lo hayan realizado con
anterioridad, es muy probable que el amable y curioso lector haya sentido
interés por lo que aquí se diga sin haber realizado nunca el Camino e, incluso,
es posible que desconozca muchas de sus peculiaridades y de su realidad e
importancia en diversos aspectos. Así, ante esta eventualidad, podemos entender
que no esté de más hacer una pequeña semblanza
de la historia del Camino y, por supuesto, de su realidad y
particularidad actuales al contar con gran cantidad de albergues, estar
perfectamente señalizados los recorridos, tener las etapas organizadas y
presentar toda una infraestructura que facilita su realización También es muy
conveniente dar un pequeño repaso a los documentos de los que se sirve el
jacobita para culminar en Santiago tan apasionante experiencia así como tener
conocimiento de los aspectos fundamentales a tener en cuenta aunque estos aspectos tendrán una especial cabida en la última parte de esta obra, en la parte titulada "Epílogo y apéndices prácticos".
Por ello, veamos algo de su apasionante y en ocasiones no bien conocida historia...
En los primeros años del siglo IX,
los reinos cristianos de la Hispania fenicia y posteriormente romana y
visigoda, se encontraban totalmente cercados por las tropas musulmanas hasta
tal punto que era creencia generalizada que haría falta un auténtico milagro
para que los reinos que se asentaban al norte de la Cordillera Cantábrica
pudieran sobrevivir. Sobre todo, en esos tiempos de avatares e incertidumbres,
el desánimo pesaba como una losa en las formaciones cristianas. Las fuerzas del
norte de África asentadas en la Península, amenazaban constantemente su
existencia hasta el punto de que en el año 732, las tropas musulmanas luchan en
las proximidades de la ciudad de Tours contra las fuerzas dirigidas por el
fundador de la dinastía carolingia, Carlos Martel; el cual, en un intento
desesperado por evitar que las huestes de la dinastía Omeya llegaran más allá
de la barrera de los Pirineos, logró derrotarlos el diez de octubre del
mencionado año 732.
Debemos destacar este hecho para
comprender el inmenso empuje que la mencionada dinastía Omeya tenía en aquellos
momentos y cómo sus tropas eran una amenaza constante contra los reinos
cristianos.
En este sentido, e incidiendo en la
angustiosa situación de desánimo existente, sólo un hecho extraordinario, un
hecho determinante a nivel “mundial”, un hecho que tuviera tan alta
significación que moviera cuerpos y almas, debería presentarse so pena de
sucumbir. Y el hecho, el milagro, el suceso que movió a ingentes cantidades de
personas ocurrió: allá por las lejanas tierras de la Gallaecia romana, allá en
el Finis Terrae latino, allá en el más estratégico de los lugares en aquellos
momentos, aparece, en el año 814 aproximadamente, los restos de uno de los
discípulos favoritos de Jesús... Santiago el Mayor; Santiago también llamado
“el de Zebedeo”, el “Hijo del Trueno” Con esta noticia, los reinos cristianos
recuperan su moral y se produce, a nivel hispano y del resto del continente, un
fenómeno que habría de dar lugar con el tiempo a la formación de Europa;
porque, como dijo muy acertadamente Johann Wolfgang von Goethe: “Europa entera
se hizo peregrinando a Compostela”.
El rey de Asturias, Alfonso II El
Casto, peregrina al lugar del hallazgo y se convierte en el primer jacobita de
la historia en llegar al denominado “Campus Stellae”, iniciando una larga
trayectoria de gentes de toda condición social que, al reclamo de la tumba
milagrosamente encontrada, habrían de llenar los caminos a todo lo largo y
ancho del continente europeo. Desde
luego, el emperador Carlomagno no podía ser ajeno a este hecho pues le
proporcionaba una ocasión de oro para defender sus fronteras de las invasiones
árabes. Por ello, los reinos cristianos propiciaron e impulsaron la visita al
lugar del descubrimiento con lo que, con los siglos, se alzaría la imponente
catedral de Santiago de Compostela cuyo nombre proviene de “Sanctus Iacobus”
(Santiago) y del lugar en el cual se descubrió: “Campus Stellae” (Compostela)
Fueron los siglos IX, X, XI y, sobre
todo el duodécimo y siguiente los de mayor esplendor del Camino impulsado,
principalmente, por la concesión desde Roma de los Años Santos Compostelanos al
establecerse la posible Indulgencia Plenaria por parte de los peregrinos. Para
ello se especifica (y ello sigue vigente hasta nuestros días) que todos
aquellos años cuyo 25 de julio (festividad de Santiago) caiga en domingo, se
conceda dicha indulgencia; obteniendo, de esta manera, el perdón por todo tipo
de pecados o penas recaídas. En este sentido, debemos decir que en el siglo XII
es cuando se inician los Años Santos Compostelanos convirtiéndose Santiago de
Compostela en una ciudad tan santa como Jerusalén y Roma.
Se dice que en esos dos siglos llegaron a
Santiago tal cantidad de peregrinos que su número se estima entre medio millón
y un millón; lo cual, a fuer de ser sinceros, es una auténtica barbaridad para
aquella época –y para cualquiera-. Tengamos en cuenta que ello supone que
llegaran a la catedral más de 1.000 peregrinos ¡diariamente! Desde luego, de lo
que no cabe ninguna duda es que Europa no sería hoy lo que es sin el Camino de
Santiago.
El propio Camino se hacía por muy
diversas causas –aparte de las religiosas- y de muy diferentes maneras; como,
sin ir más lejos, hacerlos “por encargo. En efecto, si alguien que hubiera
prometido ir a Compostela no pudiera hacerlo por enfermedad o cualesquiera otra
causa, estaba permitido que pagara a otra persona para que ésta, en su nombre
hiciera la peregrinación y obtuviera los beneficios que de ello derivaba como
si el mismo impedido lo hubiera llevado a feliz término. Otro aspecto curioso
que, además se mantiene hasta nuestros días, lo constituye la redención de
penas carcelarias. Así, si un reo era condenado a pena de cárcel, esta pena
podía ser rebajada mediante la peregrinación hasta Santiago de Compostela; y
esto ha sido frecuente hasta tal punto que, como decimos, en la actualidad, la
justicia belga lo sigue contemplando; pero no sólo lo contempla como uno más de
esos artículos que están ahí pero que no se utilizan para nada sino que su
aplicación práctica está plenamente vigente.
En este sentido, el autor, en pleno
invierno, en una de sus peregrinaciones, coincidió con dos jóvenes señoritas
que peregrinaban con unas enormes mochilas. Era la Nochebuena, acababan de
regresar de la misa del peregrino y se disponían a celebrar mínimamente tan
señalada fecha. Coincidieron en el albergue de Roncesvalles. Él, el autor, ya
llevaba en sus espaldas unos ciento sesenta kilómetros; pero ellas, habiendo
partido de Bruselas, habían recorrido ya la nada despreciable distancia de mil
kilómetros largos. Se entabló la conversación y así fue dado en conocer que una
de ellas había tenido una condena de cárcel y la otra iba voluntariamente, pues
pertenecía a una ONG, para acompañar hasta Santiago de Compostela a la
condenada. Esto, lógicamente, es obligatorio. Queremos decir que es obligatorio
que alguien acompañe al condenado para velar por el correcto cumplimiento de la
peregrinación. Sorprendentemente, no podían dormir todas las noches en los
albergues, por lo que llevaban una tienda de campaña cada una ¡y todos los
cacharros necesarios para cocinar! Sólo cada cierto tiempo dormían en un
albergue para un mayor descanso y aseo.
La verdad es que el autor no llegó a
comprender nunca cómo era posible que la otra peregrina fuera capaz de llevar
una mochila de tan enormes proporciones.
Bueno, es una faceta más del Camino
porque los verdaderos protagonistas del Camino son, sin ninguna duda al
respecto, los peregrinos en su más íntima significación y, desde luego, es en
el invierno cuando todos estos aspectos son más fácilmente perceptibles. El
invierno es la única de las estaciones que verdaderamente pone al peregrino en
contacto directo con lo que siempre supuso la peregrinación… Su aspecto humano
sale a nuestro encuentro continuamente. Seamos conscientes de ello y vivamos en
toda su intensidad esta increíble experiencia porque hacer el Camino de Santiago
es una experiencia apasionante en la España de hoy y, por supuesto, en la aldea global en la que nos ha tocado vivir. Es una experiencia fascinante se sea de donde se sea. Ya hemos podido comprobar en el capítulo correspondiente cómo llegan peregrinos de todas las partes del mundo... Y cuando decimos de todas las partes del mundo nos referimos, por ejemplo -y por no citar más que once países "muy exóticos" con más de diez jacobitas en el 2011- a peregrinos de Indonesia, India, Malasia, China, Nueva Zelanda, Sudáfrica -nada menos que 513 personas-, Australia -¡con 1.352 peregrinos!-, Japón, Letonia, Marruecos, Irán... Pero todo ello sin contar otros países, como puedan ser -asombrados nos quedamos- Swazilandia, Kenia, Malí, Bangladesh, Zimbabwe, Camerún...
Como podemos comprobar, no existen barreras para hacer la peregrinación pues países con religiones muy diferentes y con ideologías muy dispares se juntan y se hermanan para hacer la senda jacobea. Todos nos sentimos unos en el Camino; todos pertenecemos a este planeta llamado Tierra y todos rompemos las diferencias que nos puedan separar pues entendemos que esas diferencias están creadas, en la mayoría de las ocasiones, por otros poderes ajenos a nosotros que buscan su propio beneficio, o lo que sea. En el Camino da igual la nacionalidad o el credo. Todos tenemos una misma meta y un mismo motivo: ser peregrinos hacia Compostela.
GALERÍA DE IMÁGENES
Como podemos comprobar, no existen barreras para hacer la peregrinación pues países con religiones muy diferentes y con ideologías muy dispares se juntan y se hermanan para hacer la senda jacobea. Todos nos sentimos unos en el Camino; todos pertenecemos a este planeta llamado Tierra y todos rompemos las diferencias que nos puedan separar pues entendemos que esas diferencias están creadas, en la mayoría de las ocasiones, por otros poderes ajenos a nosotros que buscan su propio beneficio, o lo que sea. En el Camino da igual la nacionalidad o el credo. Todos tenemos una misma meta y un mismo motivo: ser peregrinos hacia Compostela.
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