DESCRIPCIÓN Y ETAPAS
El peregrino, en su camino hacia
poniente, tendrá que atravesar lugares con una altitud de más de 1.200 metros.
A ellos nos vamos a referir como “zonas montañosas” pues no en balde serán las
máximas alturas que hollaremos y en las cuales es muy probable que haya nieve.
No obstante, y dada la dificultad que
podemos encontrarnos (a poco que nos descuidemos), no nos cansaremos de insistir
en que siempre existen itinerarios alternativos por carretera que obviarán los
problemas que puedan dimanar de dicha circunstancia; así, estos itinerarios
alternativos están perfectamente reseñados en los mapas que se incluyen al
final de esta obra y que deberán ser seguidos ateniéndose a los consejos que se
dan a tal efecto.
En longitud,
no supone una parte importante del total del Camino (aproximadamente unos 37 kilómetros
entre las tres grandes zonas – es decir, el 5% del total-) aunque sí supone una
parte sustancial en cuanto a sus valores paisajísticos y emocionales.
En primer lugar, tendremos que
enfrentarnos con los Pirineos (siempre y cuando hayamos comenzado en el país
galo). Dada la belleza del entorno y la
emoción de entrar en España atravesando la formidable cadena montañosa
pirenaica, es aconsejable que, siempre que se pueda, comencemos, al menos, en
Saint-Jean Pied-de-Port. Esta ciudad, a 163 metros de altitud, marca el inicio
del ascenso al paso llamado “Collado de Bentarte” (1.344 m.) y, posteriormente,
al Collado de Lepoeder (1.429 m.). La carretera de Valcarlos (altitud máxima en
el Alto de Ibañeta: 1.067 m.) se presenta como la alternativa razonable y
aconsejable para esta época del año. Siempre que preveamos que pudieran darse
nieblas, ventiscas o nevadas, no nos hagamos “los héroes”. Valcarlos
(itinerario alternativo –ver esquemas al final del blog-) es la única opción
razonable a todas luces.
No obstante lo anterior, para aquellos que conozcan bien el mundo de la montaña y vayan equipados adecuadamente, es muy recomendable sentir la extraordinaria emoción del trayecto transpirenaico por la llamada “Ruta de Napoleón” (insistimos: sólo para los “expertos”). Por esta vía hay que salvar el nada despreciable desnivel de unos 1.267 metros para, a continuación, descender otros 478 y, así, llegar a nuestro destino: Roncesvalles. Esta senda pertenece a la mítica “Vía Aquitana” utilizada ya por las legiones romanas hace el nada despreciable tiempo de veintidós siglos.
El trayecto por la citada “Ruta de
Napoleón” es francamente duro. No tanto por el desnivel en sí (perfectamente
realizable para cualquier persona sana) sino por la dificultad añadida de la
nieve que, a buen seguro, nos encontraremos en esta maravillosa época del año.
Además, al ser la primera etapa de nuestro apasionante recorrido, ello
conllevará que el cansancio haga mella en nosotros con más facilidad que en
jornadas posteriores. Ni que decir tiene que nos mantendremos en todo momento muy atentos a las indicaciones que se nos presenten para no perdernos en estos
parajes. Es
imprescindible (en caso de optar por la ya mencionada “Ruta de Napoleón”)
llevar unos pequeños crampones para atravesar las placas de hielo así como un
buen saco de dormir por si tuviéramos que vivaquear a lo largo del recorrido
pues el tiempo en la montaña es casi siempre impredecible y nos puede
sorprender en cualquier ocasión. Se puede llevar una funda de vivac que
podremos encontrar en tiendas especializadas y que, en algunos modelos, forman
una especie de minitienda de campaña que, además, es extremadamente ligera.
Sólo cabe una persona y la mochila. Suficiente. A cambio, se podrá disfrutar de
una noche inolvidable con un cielo de un negro absorbente y con unas
constelaciones que nos harán admirar, en todo su esplendor, nuestro “camino de
las estrellas”.
Las temperaturas nocturnas que soportaremos en el Collado de Bentarte (1.344 metros de altitud) o en el de Lepoeder (1.429 metros) rondarán algunos grados bajo cero, dependiendo del mes y de cómo “venga” el año. Por supuesto, yendo por el carolingio valle de Valcarlos no nos sorprenderán fríos extremos.
Si fuéramos por Lepoeder, las bajas temperaturas
propiciarán una nieve frecuentemente helada que destellará ante nosotros
formando un continuo arco iris parpadeante que se desplazará a nuestro paso. El
silencio es dueño absoluto de estas altitudes mientras las montañas se dibujan
con una increíble belleza en derredor conformando un digno marco para tan
excelsa obra. La calma, la paz y el sosiego inundan todo por doquier siendo un
momento mágico para mantener la mente “en blanco” y dejarnos arrastrar por las
siempre interesantes y emotivas sensaciones que nos invadan...
En este sentido y referido a este
tramo, debemos hacer una muy especial aclaración: en el año jacobeo del 2010,
habida cuenta de los problemas que este recorrido presenta para muchos
peregrinos que se aventuran por la ruta de Napoleón sin un conocimiento previo
del itinerario a seguir y que por añadidura tienden a ser un poco despistados, se ha habilitado una señalización que casi podríamos calificar
de “sobreabundante” pues se han instalado numerosos postes informativos que
continuamente nos indican en dónde estamos y cuánto nos falta para llegar a los
hitos que se reseñan. Ello es una buena noticia pues ayuda a evitar los tan
temibles despistes mas quita en gran parte la sensación de estar en lugares "medievales"... Bueno, no queremos incidir mucho en esto pues es muy opinable y, desde luego, siempre es importante aumentar la seguridad.
Así, abundando en el tema, podemos decir que, incluso, ya bien avanzados en nuestro
camino –pero antes de llegar al Lepoeder- se ha construido un refugio de piedra
que alberga en su interior una agradable chimenea, una repisa en la cual poder
dormir en caso de apuro, algo de leña (por lo menos había leña cuando el autor
estuvo inspeccionando esta nueva construcción), un mechero, papeles y un
avisador de emergencia que se pone en funcionamiento apretando un botón a tal
efecto. Se trata de un intercomunicador que nos pondría en contacto con el
correspondiente auxilio en caso de imperiosa necesidad.
Pero veamos de una manera
pormenorizada a qué debemos “enfrentarnos” en ésta nuestra primera toma de
contacto con las que daremos en llamar “las alturas”.
Perfectamente
podría servir a nuestros propósitos, como ya se ha apuntado, el comienzo en la
hermosa ciudad de Saint-Jean Pied-de-Port para, atravesando el río Nive por su
puente medieval, llegar a la calle llamada “rue d’Espagne” que a pesar de los
años transcurridos, sigue desafiando el paso del tiempo conservando la esencia,
lo primigenio, el color de lo que fuera
desde las pretéritas épocas medievales. Así pues, ésta constituirá nuestra...
Primera etapa
Después de recorrer la rue d’Espagne,
pasamos y dejamos atrás los maltrechos muros de la antigua muralla y, tras
observar un poste de madera con la indicación GR65 –que no habremos de
abandonar- nos enfrentamos con un duro repecho, no muy largo, que ya nos
anuncia lo que nos espera en los kilómetros venideros.
Sin ánimo de ser reiterativos, debemos
tener muy en cuenta que esta etapa ostenta el récord de peregrinos extraviados.
Unas veces por tormentas de nieve o por las espesas nieblas que frecuentemente
suelen hacer acto de presencia y otras, ya bajando por el espeso bosque que
llega hasta Roncesvalles, por los mismos motivos o, más frecuentemente, por
despistes ante la difícil tarea de ir identificando en invierno el camino
correcto. Por eso es muy conveniente salir muy temprano ya que son nuestros
primeros kilómetros y todavía no tenemos las piernas acostumbradas al diario
ambular. No deberemos forzar el paso pues tenemos que saber que las tendinitis
están a la orden del día en aquellos que quieren llegar los primeros
“adelantando a los demás” o, simplemente, queriendo llegar lo antes posible.
Debemos ascender sin prisa pero sin pausa. Nunca nos agotemos (ocurre aun sin
darnos cuenta) ya que lo pagaremos caro en las etapas siguientes. Cada
peregrino deberá ir a su paso; acompasando su caminar a la pendiente y a su
resistencia física; sin cansarse más que “lo estrictamente necesario”.
Pero sigamos con nuestro recorrido...
Continuaremos ascendiendo por una pista asfaltada mientras el horizonte,
lentamente, se va retirando para ofrecernos un pequeño adelanto de los
majestuosos paisajes que disfrutaremos a continuación Al fondo, como si de una
isla se tratara en medio de un turquesa océano, la ciudad de Saint-Jean va
quedando en el recuerdo. Así, poco a poco, entre montes tapizados de un intenso
verde, con bosquetes diseminados y dejando atrás algunas casas agrupadas como
Iruleya o Erreculus, llegaremos a la pequeña población de Honto. A no mucha
distancia, una pequeña senda da algún descanso a nuestras botas –acortando en
las curvas- para, algo más adelante, encontrarnos nuevamente con el asfalto.
Llegaremos a una fuente y, más allá, un magnífico mirador hará nuestras
delicias… “Sur les chemins de St.-Jacques de Compostelle / Vue sur le Pays de
Cize” reza una sencilla leyenda enmarcada en una vieira. Naturalmente, en
invierno es frecuente que la anunciada “vista” sea de no muchos metros ya que
las nieblas se suelen enseñorear de estos lugares. La carretera sigue
discurriendo entre alambradas que, a poco que nos descuidemos, estarán
decoradas con finos adornos de gélida factura. De vez en cuando, en algún
piadoso grupo de piedras, veremos la versión francesa de nuestras flechas
amarillas. En efecto, ese pequeño rectángulo acabado en punta por uno de sus
lados menores, con el símbolo universal de la vieira y con la indicación de la
siguiente localidad importante (en nuestro caso, “Roncevaux”) nos guiará en
caso de tener alguna duda al respecto. Ya falta menos para divisar el refugio
de Orisson que se encuentra completamente cerrado en esta época del año. Es una
lástima, pero también es cierto que las soledades a las que nos tendremos que
enfrentar son uno de los alicientes de esta fascinante etapa. No es raro
encontrar gran cantidad de grandes aves que desde las alturas nos observen con
mal disimulada curiosidad o recios caballos que, desafiantes ante el mal tiempo
o con las bajas temperaturas, pasten tranquilamente en las empinadas laderas
mirándonos de reojo y pensando quién sabe qué de esos humanos de tres pies y
gran joroba que, coloridamente ataviados, pasan delante de sus crines ondeando
al viento.
Aún tardaremos algo en llegar al
desvío que conduce hasta la localidad francesa de Arnéguy para, después de unos
dos kilómetros -y ya muy posiblemente rodeados por un inmenso manto blanco- llegar a un lugar en el cual el repecho se
suaviza de forma considerable y en donde encontraremos varias indicaciones
informándonos que debemos abandonar la carretera por su lado derecho para,
ahora sí, adentrarnos monte a través y salvar, nada más y nada menos, la formidable
Cordillera Pirenaica… “-Fontaine de Roland 0h30” y debajo, en un cartel partido
por su lado izquierdo en caracteres anaranjados sobre fondo azul oscuro que
está frecuentemente cubierto por innumerables trazos de nieve helada, podemos
leer “2h45” y el símbolo de un albergue que, sin duda, se refiere al de
Orreaga-Roncesvalles. Si vamos atentos no podremos despistarnos.
Hasta aquí habremos visto cómo las
matas, habiendo sido azotadas por la implacable ventisca, tiene toda la nieve
caída en el lado contrario al viento, como si los copos, desesperadamente, se
hubieran agarrado con fuerza para no seguir siendo arrastrados en la vorágine
de su furia. Estos copos, cuando quedan helados, forman filigranas tan
fantasiosas y descarnadas que nos sorprenderán. (Ver fotografías en este mismo blog).
Mas volvamos a nuestro escenario… En
este lugar, a la derecha, a unos cincuenta metros, se desdibuja la silueta, más
o menos visible dependiendo del grado de niebla, de una recia y discreta cruz
de piedra rodeada por una gruesa cadena y en cuyo lugar son depositados por los
piadosos peregrinos a modo de exvotos todo tipo de objetos: fotografías,
rosarios, cruces de la más diversa procedencia, breves escritos en papel con
los más íntimos anhelos, velas protegidas que se encienden para iluminar alguna
petición o deseo...
Los paisajes que disfrutaremos a
continuación serán arrebatadores. Las montañas nos cerrarán el horizonte con
sus helados reflejos y propiciarán una sensación de soledad difícilmente
explicable. El viento hará que nos abriguemos mejor y que nos estiremos un poco
más los guantes para no dejar nada a la intemperie.
Lo ideal sería que el tiempo
estuviera despejado para que no existiera ningún riesgo de extravío. Así,
cuando abandonamos la carretera, subiremos un pequeño repecho para dirigirnos a
un pequeño collado que hay entre unas pequeñas crestas que veremos a nuestra
derecha y un montículo más prominente que hay a continuación de la citada
vaguada. Todo lo anterior queda a nuestro frente y algo a la derecha. Un cartel de madera -muy bajo-, terminado en punta de flecha que casi con toda seguridad sea totalmente
ilegible por estar tapado por el hielo, nos indica en grandes letras
“Roncevaux”. Según subamos pasaremos al lado de unos puestos de caza. Tras la
pequeña vaguada, dejaremos detrás de nosotros la zona de pequeñas crestas
rocosas para seguir por un camino de unos cuatro metros de ancho (en algunos
lugares bastante menos) que hiere la pronunciada pendiente por la que
caminamos. En seguida comenzaremos a encontrarnos con una arboleda que
presentará, seguramente, sus ramas cubiertas de un blanco que, con la luz del
sol, nos deslumbrará aun a pesar de llevar nuestras gafas adecuadas para zonas
de nieve (imprescindibles) A nuestra derecha, acompañándonos en nuestra
soledad, una aplanada montaña que parece estar a la misma altitud de nuestro paso, nos
sorprenderá con su brillo de nieve helada. Tengamos cuidado en estos tramos ya
que el camino se estrecha peligrosamente en alguna ocasión por lo que no nos
podemos permitir “el lujo” de tener un resbalón ya que si así fuera podríamos
resbalar por la ladera y no parar hasta mucho más abajo… Precaución siempre. Si
vemos que la nieve puede presentar problemas por estar helada y resbaladiza,
pongámonos los crampones (imprescindible llevarlos –como ya se indicó en su
momento-) para evitar cualquier percance. Por la izquierda tendremos la
inclinada ladera que asciende con rocas diseminadas y ralos arbustos que
reflejan el sufrimiento en su porte. Por la derecha, los grupos de arboledas
que intentan, agrupadamente, acompañarnos. Además, estos metros que estamos
describiendo para seguridad de nuestro futuro peregrino del invierno, se
encuentran en zona de umbría, en donde el sol sólo da ya muy entrado el día… No
hace falta decir lo que ello significa.
Llegaremos a un punto en el cual el
camino se junta a una alambrada que aparece en nuestro lado derecho; es la que
marca la frontera entre España y Francia.
Algo más adelante, a un kilómetro
aproximadamente, llegaremos a la zona que da paso al collado de Bentarte –a la
ya nada despreciable altitud de 1.377 metros-
en donde encontraremos, metros antes, la llamada Fuente de Roldán,
justamente después de una gran losa de piedra (se halla a la izquierda del camino) –que si hubiera mucha nieve no
veríamos- y que nos indica lo siguiente: “Saint-Jacques de Compostelle 765
kms” Aquí debemos tener una especial
atención pues el agua –en la fuente- habrá formado peligrosas placas de hielo
que tendremos que vadear con sumo cuidado; o, en su defecto, ponernos por unos
momentos los pequeños crampones que llevamos con nosotros. Tras atravesar el
cruce con la alambrada –que ya se dirige decididamente a nuestra izquierda,
encontraremos una señal de madera que nos indica, sin lugar a dudas, qué dirección
debemos tomar para llegar a Roncevaux / Orreaga –Roncesvalles- en su acepción
francesa, vascuence (euskera) y castellana. Estamos en el collado de Bentarte.
Ya estamos en territorio español.
Continuamos por una pista que estará
totalmente nevada y nos adentramos en una zona de abundante arboleda con la
compañía –a nuestra derecha- de otra alambrada que casi no nos habremos dado
cuenta de cuándo se incorporó a nuestros pasos. Las desnudas ramas de los
árboles se unen frecuentemente por encima de nosotros por lo que se crea un
ambiente irreal en caso de estar nevados.
Precisamente en esta zona, entre los
árboles, a nuestra izquierda, sin apenas haber reparado en su existencia hasta
que no hemos estado justamente a su lado, nos sorprenderá la presencia de una
sugestiva sencilla, y emotiva cruz de
piedra… “Por todo dad gracias a Dios” más abajo leemos: “Antonio Jorge Ferreira
29-8-53 13-1-02 Peregrino, Brasil”
Escalofriante, sencillamente escalofriante. (El lector podrá ver una foto de
esta cruz en las ilustraciones de la obra que tiene en sus manos –foto que al
autor le produce una especial impresión y sobrecogimiento-).
Ya se ha indicado repetidamente que
atravesar los Pirineos por la ruta de Napoleón no es algo que debamos tomar a
la ligera. No debemos aventurarnos por aquí y sí por el valle de Valcarlos a no
ser que seamos montañeros y que tengamos experiencia con la nieve y el hielo… O
que ese año no haya nevado, claro… y aun así, existe el riesgo de un cambio
repentino en las condiciones meteorológicas… informémonos convenientemente en
Saint-Jean y obremos en consecuencia. El
riesgo de ir al Lepoeder es evidente en la estación invernal y NUNCA debemos
menospreciarlo. A dicho peregrino brasileño, en el año 2002, le costó la vida su
Camino de las Estrellas al ser sorprendido, como decimos, por una fuerte nevada. No tuvo tiempo de llegar a Roncesvalles. Descanse en paz.
Continuaremos por la pista de tierra
flanqueada por la arboleda hasta subir un pequeño repecho y volver a llanear
repetidamente entre claros y arboledas. Poco después llegaremos a una explanada
en la cual un poste de madera nos indica la dirección correcta ya que a nuestra
derecha sale otro camino que no es el que hay que tomar. Tengamos presente que
nuestra pista todavía tiene que seguir subiendo (la otra, la que no es, baja
claramente) No obstante, también está señalizada con una “X” indicativa de que
no es ese el paso correcto. Como parece lógico pensar, existen algunos otros
caminos en esta zona, pero están debidamente señalizados para que no se siga
por ellos. Debemos prestar mucha atención y, en caso de que las señales
estuvieran cubiertas por una pátina del blanco elemento, si tuviéramos alguna
duda, nos acercaremos y sacudiremos la nieve para comprobar su mensaje.
No obstante, ya hemos reflejado en las actualizaciones del texto que, con motivo del Año Jacobeo 2010, se ha señalizado todo este tramo con numerosos postes además de un refugio de montaña que habrá de estar abierto -es sólo una habitación sin ningún hospitalero aunque con un intercomunicador para casos de auxilio-.
No obstante, ya hemos reflejado en las actualizaciones del texto que, con motivo del Año Jacobeo 2010, se ha señalizado todo este tramo con numerosos postes además de un refugio de montaña que habrá de estar abierto -es sólo una habitación sin ningún hospitalero aunque con un intercomunicador para casos de auxilio-.
Ahora dejaremos esta pequeña planicie
rodeada de elevaciones, para, en pocos metros, cambiar de ladera. Ya, el monte
se encuentra a nuestra derecha y el valle a nuestra izquierda… ¡Ah, pero qué
izquierda!… Las nevadas y recortadas montañas cierran todo el horizonte por
nuestra zurda. A nuestros pies se abre un profundo valle cubierto de densa
arboleda. No es extraño que los peregrinos de la Edad Media sintieran auténtico
terror cuando pensaban en atravesar la formidable cordillera… ¡Habían escuchado
tantas historias de lobos, bandoleros, tormentas inmensas de nieve, extravíos
de peregrinos que no volvían a aparecer!...
Seguiremos, empero, por un amplio
camino que estará cubierto con una buena cantidad de nieve –normalmente
semidura y de paso agradable- hasta llegar, tras un pequeño ascenso, al collado
de Lepoeder desde el que divisaremos un horizonte tan dilatado que pareciera
que estuviéramos en los mismísimos cielos. No es infrecuente disfrutar de un
paisaje en el cual las nubes, en forma de nieblas o neblinas, se postren a
nuestros pies rindiendo pleitesía ante nuestra “audacia” y, de paso, en justa
recompensa, solazar nuestros sentidos. Los montes navarros están a nuestro
alcance y los primeros pueblos españoles son perfectamente visibles desde aquí.
Impresiona esta aérea vista. El autor ha vivaqueado en el collado de Bentarte y
en el mismo Lepoeder. Llevando un buen equipo es una magnífica experiencia…
Pero eso, siempre, llevando un equipo adecuado y con suficientes conocimientos
de la alta montaña.
Debemos destacar que en este lugar,
un poco desviado a la izquierda, antes de comenzar la bajada, hay una pequeña
construcción de piedra que, en caso de apuro, también nos podría servir de
improvisado cobijo…
Ya “sólo” nos queda bajar hasta
Roncesvalles. En este sentido, queremos dejar patente que debemos extremar la
precaución en este descenso por dos motivos fundamentales: por una parte, por
la fuerte inclinación que obligaría, en un paisaje nevado (lo cual es más que
probable) a asegurar cada paso para no resbalar; y, por otra parte, por el
hecho de que las flechas amarillas pintadas en los troncos de los árboles del
bosque –que ya de por sí no son demasiado visibles en las demás estaciones- en
la estación invernal puede que se encuentren cubiertas o desfiguradas por la nieve
adherida. Siempre deberemos tener esto en cuenta y estar muy atentos a las
huellas de aquellos peregrinos que nos hayan precedido (fácilmente notorias en
el blanco piso) o, si hubiera caído una nevada reciente y fuéramos los primeros
en hollar este bello paraje, nunca dejaremos de observar cualquier indicio que
nos indique la correcta senda. Es importante resaltar, aun a pesar de poder
parecer reiterativos, el hecho de que han sido bastantes los peregrinos que se
han extraviado en esta zona; lo cual, dada la menor duración de los días y dada
la dureza de esta jornada, debemos evitar a toda costa. Siempre la más
elemental precaución, siempre atentos y siempre disfrutando de tan singular
experiencia.
Poco tiempo nos falta ya para llegar
a “nuestro” cálido refugio. Roncesvalles, con su colegiata, su albergue y su
misa de los peregrinos nos aguarda como merecido descanso a nuestras
todavía primerizas pisadas.
Al llegar, lo más normal –ya lo
comprobará el amable lector- es desplomarnos exhaustos en la primera silla que
encontremos; pero, eso sí, se puede asegurar sin miedo a equivocarse, que la
satisfacción que sentiremos por haber atravesado en pleno invierno los Pirineos
por la Ruta de Napoleón será inmensa. Nunca lo olvidaremos.
Antes de terminar esta descripción,
debemos dejar claro que al llegar al Collado de Lepoeder, además de la opción
de adentrarnos en el denso bosque que hemos mencionado, también tenemos la
posibilidad de bajar por una carretera que necesariamente tendremos que cruzar
y que nos dirigirá directamente al collado de Ibañeta (está perfectamente
indicado mediante un mojón en el que se expresa “Roncesvalles-Orreaga 3,6 Km.”
Acompañado por una pequeña señal de tráfico de descenso peligroso con el 25% de
pendiente y la correspondiente flecha. En su cara contigua, este mojón nos
informa “Roncesvalles por Ibañeta. Recorrido recomendado” Desde aquí,
consecuentemente, por carretera y ya muy probablemente sin nieve, podremos
llegar hasta Roncesvalles. El recorrido es algo más largo, pero evita el
peligro de extravío al adentrarnos entre los troncos de la densa arboleda… que,
verdaderamente, es densa (se acompañan fotografías en esta obra)
El autor, conocedor de estas dos
opciones, siempre ha seguido el descenso a través del espeso bosque. No ha
tenido ningún problema aunque, en algunos momentos, haya dudado o haya tenido
que retroceder para asegurarse de seguir el camino correcto. Las flechas
(frecuentemente en material plástico sobre fondo azul por aquello de las duras
condiciones ambientales) y los colores de “gran recorrido” (en este caso dos
franjas longitudinales con blanco arriba y rojo abajo) nos guiarán. Cada cual deberá
decidir en función de sus circunstancias.
Los acebos, con sus perlas rojas, nos
saldrán a saludar con frecuencia.
Siguiendo el sendero, veremos
aparecer, con gran alegría por nuestra parte, los grises tejados (o blancos con
mayor frecuencia) de Orreaga-Roncesvalles.
La siguiente ascensión a cotas
superiores a los 1.200 metros se nos presenta ya en los Montes de León. No
obstante, esta parte del camino no supone normalmente, ni de lejos, la
dificultad de los Pirineos ni tampoco la que nos encontraremos algo más
adelante cuando alcancemos las alturas del mítico Cebreiro. La subida hacia la
máxima altitud de estos montes (y máxima altitud de todo el Camino francés) no
es difícil; si acaso, la salida de Rabanal puede ofrece los mayores desniveles
aunque éstos no llegan a ser excesivamente fatigosos en ningún momento.
Pueblos otrora abandonados, en los
confines ya de La Maragatería, comienzan a desperezarse de su letargo
ofreciendo algunos servicios a los peregrinos que llegan espoleados por la
lejana visión de los montes que dan acceso a Galicia. En efecto, asentamientos
como Foncebadón, a los pies del Monte Irago (cuyo origen se remonta, al
parecer, a los pretéritos tiempos del siglo XI, cuando el eremita Gaucelmo fundó
una alberguería), o Manjarín, ponen una nota de peculiaridad en estas tierras.
Aquí, a 1.490 metros de altitud, la “Cruz de Ferro” nos ofrece su
estilizada silueta constituyendo uno de los muchos humilladeros que ya habremos
encontrado a lo largo del camino pero siendo éste, sin duda, el más famoso de
todos ellos. A modo de exvoto, a lo largo de los siglos, los peregrinos han ido
depositando una piedra en su base. Ello constituye un homenaje a la solidaridad
entre los jacobitas de todos los tiempos. Como consecuencia de ello, se ha
elevado un gran cono que lo sustenta. Nosotros, con el nuestro, contribuiremos
a seguir con esta tradición ancestral.
Con respecto a este emblemático lugar, el autor quiere puntualizar que, aunque en muchas guías se afirma con rotundidad que el lugar de mayor altitud del Camino se encuentra en la Cruz de Ferro debemos matizar que, hechas las correspondientes comprobaciones altimétricas y -salvo error u omisión, como suele decirse- consultados diferentes mapas topográficos -civiles y militares- el punto más alto se encuentra unos kilómetros más adelante tal y como exponemos a continuación. No obstante y dado que la mencionada cruz es uno de los lugares señeros de la senda jacobea, podemos pensar que "por aquí" está la cima del Camino.
Con respecto a este emblemático lugar, el autor quiere puntualizar que, aunque en muchas guías se afirma con rotundidad que el lugar de mayor altitud del Camino se encuentra en la Cruz de Ferro debemos matizar que, hechas las correspondientes comprobaciones altimétricas y -salvo error u omisión, como suele decirse- consultados diferentes mapas topográficos -civiles y militares- el punto más alto se encuentra unos kilómetros más adelante tal y como exponemos a continuación. No obstante y dado que la mencionada cruz es uno de los lugares señeros de la senda jacobea, podemos pensar que "por aquí" está la cima del Camino.
Llegamos, un poco más adelante -como acabamos de mencionar- al punto más alto de todo el Camino. Con
sus 1.510 metros -datos basados, sobre todo, en la altimetría del Mapa Topográfico Nacional-
el llamado popularmente “Collado de las Antenas” es la cota más elevada (siendo, pues, más
elevado que el paso pirenaico por la “ruta de Napoleón”) Desde aquí, en contra
de lo que pudiera pensarse, es frecuente que no haya mucha nieve e, incluso,
ninguna. Tendremos ante nosotros un majestuoso panorama; distinguiendo
nítidamente, a no mucha distancia, las imponentes cumbres nevadas de los
confines de los Montes de León los cuales darán paso a nuestro próximo
encuentro: El Bierzo.
En
esta zona, los problemas con la nieve no suelen ser especialmente importantes,
sobre todo teniendo en cuenta que la carretera discurre en todo momento a
nuestro lado. De hecho, en los cuatro inviernos en los que se basa
fundamentalmente esta obra, no había nieve cuando el autor pasó por dicho lugar
(ver esquemas en el apéndice e itinerarios alternativos detallados) Sin
embargo, en consonancia con el espíritu de este libro, nunca podremos descartar
que caiga una nevada en estos lugares llegando, incluso, a bloquear el paso.
Por ello, en caso de sobrevenir algún problema, tenemos a mano –siempre existe
un lugar más o menos próximo de cobijo- un singular albergue en Manjarín.
En
cuanto a la bajada, sí merece un especial cuidado el camino hasta llegar a El
Acebo ya que el desnivel es algo pronunciado por lo que convendrá prestar
atención sobre todo en los tramos pedregosos que discurren por torrenteras o al
lado de éstas.
Veamos pues en detalle las características intrínsecas de este segundo tramo “montañero” que nos habrá de deparar muchas satisfacciones y nos hará conocer singularidades que, a estas alturas del Camino, todavía nos sorprenderán y nos harán reflexionar. En estos momentos estamos en nuestra
Veamos pues en detalle las características intrínsecas de este segundo tramo “montañero” que nos habrá de deparar muchas satisfacciones y nos hará conocer singularidades que, a estas alturas del Camino, todavía nos sorprenderán y nos harán reflexionar. En estos momentos estamos en nuestra
Vigésima segunda etapa
(segunda parte)
En la jornada de hoy, tras recorrer
paisajes frecuentemente barridos por los vientos, tras atravesar las
poblaciones maragatas de Murias de Rechivaldo, Santa Catalina de Somoza y El
Ganso, llegamos por fin a la población de Rabanal del Camino... Sí, ya hemos
llegado a Rabanal; ciudad que, al igual que ocurriera con Saint-Jean
Pied-de-Port, servía de punto de reunión para aquellos esforzados peregrinos de
los primeros siglos. En efecto, también en esta ciudad se iban reuniendo para
formar grupos y, de esta forma, poder enfrentarse a los numerosos peligros que
les esperaban tales como los animales salvajes, bandidos e inclemencias del
tiempo, entre otros; y así poder contar con mayores
probabilidades de salir airosos de ellos.
Poco a poco alcanzarían las aun desdibujadas siluetas de los montes gallegos y consecuentemente la desdibujada silueta del último gran reto montañoso que habrían de afrontar: la subida al mítico, numinoso y sobrecogedor “Zeberrium” de los romanos; que no es otro que el “Cebreiro”... Y ello siempre en medio del temor renovado pero con la ilusión puesta en la certeza de que, tras atravesar las vertientes del enigmático Monte Irago, ya estarían más cerca de su destino... Pero no adelantemos acontecimientos.
Poco a poco alcanzarían las aun desdibujadas siluetas de los montes gallegos y consecuentemente la desdibujada silueta del último gran reto montañoso que habrían de afrontar: la subida al mítico, numinoso y sobrecogedor “Zeberrium” de los romanos; que no es otro que el “Cebreiro”... Y ello siempre en medio del temor renovado pero con la ilusión puesta en la certeza de que, tras atravesar las vertientes del enigmático Monte Irago, ya estarían más cerca de su destino... Pero no adelantemos acontecimientos.
Decíamos que los peregrinos, llegados
a Rabanal, formando grupos numerosos, comenzaban la segunda de las ascensiones
a altas cotas. Aunque desde la población
de Rabanal se asciende continuamente hasta el misterioso y escalofriante
Foncebadón, en ningún momento se hace dificultosa la subida; sobre todo para
esas piernas que ya llevan acumulados tantos kilómetros como para haber llegado
hasta aquí.
Bien, como decíamos, saliendo de
Rabanal llegaremos a un lavadero en donde tendremos que hollar una senda entre
abundantes piornos. Entretanto podremos ver, diseminados por el camino, algunas
manifestaciones artísticas como corazones, vieiras o flechas hechas con la
abundante piedra que nos encontraremos. Seguimos caminando para, al llegar a
una fuente, volver a cruzar la carretera y seguir por un cómodo andadero que acompaña
en todo momento el asfalto. Más adelante comenzamos a divisar una imagen que
casi podría catalogarse de “fantasmagórica”, tal es su tétrica estampa. Ni que
decir tiene que si hubiera niebla o el tiempo fueran ventisco y lluvioso –o
estuviera nevando- esa sensación de entrar en una poblado “de connotaciones
irreales” se acrecentaría sobremanera. Cualquiera que haya accedido a
Foncebadón no habrá dejado de sentir un escalofrío al entrar en sus terrosas,
lúgubres y casi macilentas calles. Algunos perros callejeros ladrarán a nuestro
paso y tal vez, en nuestra imaginación, creamos estar siendo atacados por
alguna manada de lobos hambrientos... Afortunadamente, sólo será eso: nuestra
imaginación. Aquí, como en otras muchas ocasiones en el Camino, los perros
saldrán a nuestro paso ladrando y, a veces, incluso gruñendo. Normalmente todo
queda en un griterío escandaloso; pero, si viéramos que el can en cuestión es
poco respetuoso con el jacobita o si fuera claramente un “insolente”, será
suficiente que levantemos nuestro bordón poniéndolo siempre a la altura de su hocico para que desista al momento.
Casas de piedra completamente
derruidas nos reciben. Los dinteles de una madera carcomida y resquebrajada
apenas si pueden soportar los pocos bloques que la coronan. Destartalados
ventanales enmarcados por maderas agrietadas y frecuentemente astilladas por el
efecto de los hielos, están a punto de caer desembarazándose de sus herrumbrosas
bisagras. Casas silueteadas por la nieve que presentan su maderamen y sus
agrietados muros a la contemplación e imaginación desbordada del peregrino. Construcciones arrasadas por el paso del tiempo que evocan momentos de mayor
prosperidad y que, yacentes en medio de
un silencio atenazante, parecen querer contarnos, en un lenguaje inaudible pero
perfectamente posible de comprender para la sensibilidad de un peregrino, mil y
una historias siempre interesantes. La nieve, apiadándose de tan caótico
escenario, suele cubrir con un extenso manto tanta ruina y desolación. Un
amarillo buzón que es casi blanco en la frecuente niebla, está debajo de un
cartel que nos avisa de la presencia de un albergue parroquial que está cerrado
en estos meses.
Se echa de ver que algunas viviendas
están habitadas (esto es reciente, ya que hasta hace poco todo el pueblo estaba
abandonado) por su remozado aspecto y, lo que es un indicio, por el humo que
sale de su chimenea.
En invierno suele estar abierto el
albergue “Monte Irago” que nos acogerá con los brazos abiertos. Su hospitalero
es un “manitas” en asuntos de masajes que nos dejarán como nuevos para enfrentarnos con los cada vez menos
kilómetros restantes –al menos lo era el que estaba en los tiempos de redacción
de estas líneas-.
Puede que deseemos quedarnos en
Foncebadón o puede que optemos por continuar; pero de lo que no cabe ninguna
duda es de la fuerte impresión que dejará este lugar en nosotros.
Seguramente alguien que salga de
entre las brumas, nos podrá informar que, nada más y nada menos, ya en el
lejano siglo XI, Gaucelmo, abad de las alberguerías de Foncebadón y Manjarín,
levantó un albergue y un hospital de peregrinos en este emplazamiento y
también, es muy posible, nos podrán informar que Ramiro II de León, en el siglo X,
convocó en este mismo lugar que hoy vemos recostado en su lecho –aunque nos
parezca increíble- nada menos que un concilio llamado –como parece lógico-
“Concilio de Foncebadón”.
Vigésima
tercera etapa
(primera parte)
Saldremos de Foncebadón no sin antes
mirar de soslayo la espadaña de su iglesia que, con sus dos campanas inertes
–en su segunda acepción: inmóviles, paralizadas- nos aportará una nueva imagen
de desamparo y temor... Y seguiremos
ascendiendo paralelos a la carretera por un cómodo piso hasta que, en la
lejanía, a través de los árboles que flanquean nuestro paso, divisemos un lugar
mítico: la “Cruz de Ferro”; lugar éste de obligatoria parada en el cual nos
detendremos para admirar el enorme tronco de madera coronado por una sencilla
cruz metálica. Cuando en pleno invierno la nieve adorna todo el entorno, el
lugar adquiere un aspecto irreal y pareciera que estuviéramos en otra dimensión,
en otros parámetros, en otro mundo que no pertenece al que estamos normalmente
acostumbrados a tratar. En este lugar se ha levantado en tiempos recientes una
pequeña capilla consagrada a Santiago Apóstol que aporta en su zaguán una
pequeña zona para resguardarnos en caso de inclemencia manifiesta. No obstante,
si el tiempo lo permitiera, hay una serie de mesas con sus correspondientes
bancos que nos proporcionará un merecido aunque forzosamente breve descanso.
Nuestro camino continúa en un pequeño
descenso hasta llevarnos al peculiar y sin duda sumamente singular albergue o,
dado el emplazamiento estratégico del mismo, refugio de Manjarín el cual está
protegido por un hospitalero templario que, a poco que estemos por aquí, nos
hablará e incluso nos demostrará e ilustrará sobre la orden a la que pertenece.
El interior de este albergue es sumamente peculiar y por ello dejamos a la
curiosidad del sufrido peregrino su valoración. Es frecuente que, en los días
de niebla o de ventisca fuerte, oigamos el tañido de su campana orientándonos e
informándonos sobre su proximidad.
Seguiremos por nuestra senda
peregrina y, en un leve ascenso fácilmente llevadero por senda paralela a la
carretera, nos encontraremos bajo unas grandes antenas de telecomunicaciones.
Aquí, en este lugar, es en donde, imperceptiblemente y aunque no haya ningún
cartel que lo indique, habremos ascendido hasta la máxima altitud de todo el
Camino Francés. En efecto, llegaremos a los pies de una estación militar de
transmisiones que fue abandonada en 1990 y que ha sido dada en llamar por los
peregrinos “Collado de las Antenas”. Este
lugar, con sus 1.510 metros -datos
basados en la altimetría del Mapa Topográfico Nacional- es un poco más alto que
el emplazamiento en el que se encuentra la “Cruz de Ferro” ya comentada. No obstante, el lugar emblemático, histórico
y digno de una parada seguirá siendo siempre, sin ninguna duda, la explanada en
la que se asienta el inmenso tronco de roble. (Nota: ahora que está tan de moda
“el Internet”, esta aseveración de que el “Collado de las Antenas” sea el punto
culminante está también reflejado en www.altimetrias.net que, efectivamente, da
mayor altitud al denominado “extraoficialmente” Collado de las Antenas).
A partir de este collado
–un kilómetro más adelante aproximadamente- comenzaremos a bajar de forma
manifiesta, no sin antes haber divisado claramente el imponente aspecto de
Ponferrada visto desde las alturas. Deberemos tener precaución pues la
pendiente es relativamente importante en algunos tramos. Pronto llegaremos a El
Acebo –primer pueblo de El Bierzo en el Camino de Santiago- Ya estaremos por
debajo de los 1.200 metros de altitud y, por lo tanto... “eso ya es otra
historia”.
...Por
último, en nuestro apasionante ambular, tendremos que ser capaces de superar la tercera zona en la que tengamos que rebasar esos 1.200 metros de altitud que nos hemos marcado para diferenciar las áreas de "alta montaña"; nos tendremos que enfrentar, pues, con la
subida al legendario y mítico Cebreiro;
allá, en la postrer tierra de Castilla y León para, por fin, acceder al
numinoso suelo galaico. Como siempre,
disponemos de un camino alternativo por la carretera que, en caso de fuertes
nevadas, solucionará sin mayores inconvenientes, nuestro acceso a dicha
población. (Ver los mapas al final de este blog).
Los
que se sientan con ánimos, y manteniendo siempre presente la más elemental
prudencia, deberán subir por la traza histórica para, tras alcanzar La Faba y
Laguna de Castilla (última población antes de entrar en Galicia) coronar y
adentrarnos en las callejuelas rodeadas de pallozas del Cebreiro. Dada la variabilidad que presentan los inviernos
últimamente, no siempre encontraremos nieve o, si la hubiera, es muy posible
que ésta se presente con poco espesor; lo cual posibilitará nuestros pasos sin
mayores problemas.
INSISTIMOS en que los que no estén
habituados a la alta montaña (con experiencia en hielo y nieve incluidos)
deberán NECESARIAMENTE subir siguiendo el trazado de la carretera (siempre
andando... ¡que no hace falta repetirlo!) Así, como ejemplo de lo que se
menciona, podemos comentar cómo el autor se encontró –el 22 de febrero de 2006-
con tal cantidad de nieve recién caída que cubrió completamente las pisadas
anteriores y dejó una superficie diáfana en la cual no se podía apreciar
ninguna pisada anterior ya que las pocas que se encontró daban la vuelta nada
más pasar La Faba. No obstante lo anterior, a pesar de la considerable cantidad
de nieve existente y a pesar de la total ausencia de signos evidentes de la traza del camino, el
autor se aventuró por estos parajes con más coraje que fuerzas pues el ascenso
fue tan penoso y lento que hicieron falta cuatro horas y media para avanzar los
2,4 kilómetros que separan La Faba de La Laguna de Castilla. A este lentísimo
caminar, hay que añadir el tiempo empleado para recorrer el camino hasta el
gran mojón que, aproximadamente a un kilómetro del Cebreiro, nos anuncia la
entrada en las tierras gallegas y que supuso otras tantas horas de ascenso
lento, extenuante y sin descanso. En algunas ocasiones la nieve cedía cubriendo
hasta la cintura por lo que el arrojado peregrino no tiene más solución que
“apisonar” con uno de los pies para formar un “escalón” y así poder dar el
siguiente paso. Estas condiciones son extremadamente fatigosas incluso para los
que están acostumbrados a ello. Lógicamente, en esas circunstancias era
imposible llegar a terminar la etapa por lo cual el autor no tuvo más remedio
(gustosamente, que todo hay que decirlo) que hacer un vivac en este mismo
emplazamiento. La noche, de un precioso cielo raso totalmente estrellado, fue
inolvidable.
Según ascendemos por la mencionada
senda desde La Faba, la vista es impresionante. Las montañas que hemos ido
dejando atrás, se yerguen en todo el horizonte visible mostrando, añorantes,
sus nevadas cumbres de un color cambiante según avanza el día. ¡Galicia ya nos
abre sus puertas!
Tras un último repecho, podremos
descansar y reponer fuerzas en el magnífico albergue del Cebreiro, frecuentemente envuelto por espesas y arremolinadas
nieblas. Al día siguiente –en caso de optar por dormir en esta bella aldea- nos
dirigiremos por un terreno ondulado (siempre a más de 1.200 metros de altitud)
hasta el “Alto do Poio” que, con sus 1.335 metros, constituye la última gran
elevación emblemática que nos encontraremos. A partir de este punto iremos
descendiendo y ya habremos dejado atrás las zonas montañosas que tantas
satisfacciones habrán dejado en nuestro espíritu. Espíritu que, a partir ya de
estos momentos, deberá irse preparando para afrontar la llegada a nuestra meta:
la llegada a Santiago de Compostela. Pero no adelantemos aconteceres y
disfrutemos de estos últimos paisajes “en las alturas”. Desde aquí la vista se
extiende, incluso, hasta los lejanos Ancares; evocadores éstos de mil y una
leyendas y misterios en la lejanía de nuestras improntas. Miraremos hacia las tierras ya dejadas
atrás y no podremos dejar de sentir una cierta nostalgia. Nuevamente, paso a
paso, dejamos concluido –al menos de momento- otro tramo de esta singular y
jamás presentida “aventura”; de esta sorprendente realidad que nunca hubiéramos
imaginado si no fuera porque por las razones que cada cual tuviere, emprendimos
un día, en feliz idea, el impulso de caminar al son de otros muchos compañeros
y, al poco, amigos, que, como nosotros, decidieron en buena hora aventurarse en
una colosal empresa; que decidieron, en un momento trascendente de sus vidas,
dejar atrás todas las “comodidades” de una civilización “hipócrita” y
alienantemente consumista y que presintieron, en fin, que –aunque sin saberlo-
algo nuevo iba a aportar a sus vidas tan “descabellada” andadura. Nunca, nos
arrepentiremos de ello.
Al rato, Triacastela (670 metros más
abajo) nos espera.
Fuerza de ánimo es lo que necesitamos
para enfrentarnos a estos duros repechos; a estas duras subidas que pondrán a
prueba los progresos realizados a través de los kilómetros anteriores. Aunque
ya hemos demostrado ser peregrinos “de primera” por haber llegado hasta aquí,
no debemos bajar la guardia y confiarnos pues, no lo olvidemos, las tendinitis
nos acechan en cada etapa. Siempre debemos adaptar nuestros pasos a las
características del terreno, a nuestras fuerzas de ese día y a los ánimos con
los que nos hayamos levantado. El paso siempre debe estar acorde con esas
variables sin forzar en ningún momento. Son muchos kilómetros y aunque creamos
que ya somos unos “expertos”, nunca tenemos que confiarnos.
Hecha esta recomendación, pasemos a
describir de manera detallada el camino correspondiente a este último tramo “en
las alturas”.
Vigésima
quinta etapa
No será hasta un poco más allá de La
Laguna de Castilla que superemos los 1.200 metros de altitud. No obstante lo
anterior y dada la peculiaridad de este tramo, vamos a incluir dentro de este
apartado el trayecto desde la misma Faba. Desde aquí, el camino se dirige
–siempre ascendiendo- hacia la aldea del
ya citado Cebreiro pasando primero por el último asentamiento de Castilla y
León: La Laguna de Castilla. Si no hubiera nieve, podremos recrearnos con el
verde aterciopelado de unos muretes totalmente invadidos por los exuberantes
musgos. Por el contrario, si el lugar estuviera completamente nevado con un
cierto espesor, podremos seguir las huellas de los que nos hayan precedido…
pero debemos tener en cuenta que si fuéramos los primeros en abrir paso,
tendremos necesariamente que fijarnos en la vaguada que apreciaremos
serpenteando frente a nosotros. Dado que el camino está relativamente “hundido”
en varios tramos, se observa perfectamente cómo la nieve hace una suave
ondulación que nos impedirá perdernos. Hasta un rato más tarde no serán
visibles las casas correspondientes al último asentamiento, ya comentado, antes de llegar al
límite gallego: La Laguna de Castilla, en donde una máquina de bebidas,
“bocadillos” y “golosinas varias” nos saldrá al paso para reponer algo nuestras
casi vencidas fuerzas. En esta población podemos ver tres hórreos anunciándonos
la inminencia de la Gallaecia romana.
Queremos hacer una observación -que
si el osado peregrino estuviera acostumbrado a la nieve no sería necesario
hacer- y ésta no es otra que la de recomendar encarecidamente que nunca
caminemos por las vaguadas que nos muestren dónde se encuentra exactamente el
camino sepultado bajo la nívea capa. Es de una lógica elemental saber que la
nieve se acumula en mayor cantidad en aquellas zonas resguardadas y hundidas
por lo que tendremos más espesor en esos lugares que en otros, rasos, los
cuales, frecuentemente, son barridos por los juguetones y alocados vientos. Por
ello, siempre deberemos ir paralelos al camino fuertemente nevado; nunca por él
(cuando éste esté hundido, claro)
Pero volvamos a nuestro itinerario.
Nos habíamos quedado en La Laguna de Castilla. A partir de aquí deberemos ir muy
atentos ya que, al poco, aparecen dos tramos de terreno que se corresponden con
dos “hipotéticos itinerarios” cubiertos por la nieve: el que se encuentra más
arriba con respecto al otro, pertenece a la carretera y el que se encuentra más
abajo es por el que discurre al Camino propiamente dicho. Es cierto que, tal
vez, pudiera ser algo más cómodo desplazarnos por la nevada e invisible
carretera; pero no es menos cierto que sólo por el verdadero camino
encontraremos la gran indicación pétrea que nos anuncia la entrada en Galicia
(ver fotografías en donde el autor aparece junto a este gran mojón) La alegría
y la emoción son inseparables de este punto. ¡Ya estamos en la tierra del
Apóstol!; ¡ya hemos arribado a Galicia!; ¡ya sentimos que nada ni nadie puede
impedir nuestra anhelada llegada a Santiago de Compostela!
Seguiremos ascendiendo por una
suavizada pendiente y, después de algunas amplias curvas, comenzaremos a
distinguir –primero intuir- las pallozas y demás singulares y siempre acogedoras
construcciones de nuestra meta de hoy: El “Cebreiro” que, con su iglesia
prerrománica de Santa María la Real, nos aguarda con impaciencia. Además de visitar detenidamente
esta aldea (es tan singular que no sería justo no hacerlo) deberemos asomarnos
al pretil de la carretera para disfrutar de la impresionante vista que desde
aquí se contempla. El amable e interesado lector puede ver alguna panorámica en
la sección de fotografías.
Vigésima
sexta etapa
Tras descansar convenientemente en su
magnífico albergue, nos encontraremos con un terreno abonado por una exuberante
vegetación que ya no nos abandonará, aunque se alterne con grandes pastizales,
hasta el final de nuestro peregrinar; con un terreno rociado por el orballo,
esa fina lluvia que es renuente a caer para así contemplar y deleitarse más
tiempo con los paisajes que en breve abrazará; un orballo que dejará su sabor
más genuino y sincero en nosotros, empapando un terreno tan pletórico de leyendas que éstas saldrán a nuestro encuentro en cada recodo, en cada valle, en cada
aldea. Precisamente por dicha razón, es frecuente ver colgando de los arbustos
alargadas lágrimas de cristal que, como si de una lámpara del más puro Murano
se tratara, pareciera que quisieran dar luminosidad en las noches… ¿Tal vez
para alumbrar a la Santa Compaña? En esta tierra de magia y leyendas, todo es posible.
El Camino, en todo este tramo, irá
descendiendo y subiendo sucesivamente para, al cabo, llegar -tras pasar varias
aldeas y poblaciones como Liñares, Hospital y Padornelo- a una corta pero
durísima subida (y decimos durísima sin exagerar absolutamente nada; sobre todo
si tenemos el terreno con una cierta cantidad de nieve) que nos conducirá al
“Alto do Poio”; no sin haber pasado con anterioridad –ya queda a unos cinco
kilómetros- por el llamado alto de San Roque en el cual disfrutaremos de una
extensa panorámica y podremos hacer un pequeño descanso a los pies del
gigantesco peregrino medieval, tallado en bronce, que se encuentra en este
emplazamiento. Un cómodo andadero nos conducirá paralelos a la carretera en
todo momento, llegando, tras el mencionado “Alto do Poio”, a la población de
Fonfría –prácticamente llaneando- que, en invierno, suele presentar su
correspondiente alfombra blanca y, por supuesto, de sus tejados, desafiantes a
la gravedad, místicos y evanescentes a la vez, penderán gruesos carámbanos de
un transparente y pulido hielo.
Es muy importante tener en cuenta que
las pequeñas indicaciones –perfectamente visibles en las demás épocas del año-
quedan frecuentemente sepultadas por la nieve, dada la pequeña altura de
algunas de ellas. En este sentido, tal y como ya se ha manifestado con
anterioridad, debemos ir muy atentos y “destapar” aquellos indicios que
pudieran ser señales de dirección dirigidas al osado peregrino invernal.
Desde Fonfría no recorreremos mucho
antes de entroncar con la senda que nos habrá de conducir hasta la población de
O Biduedo, descendiendo y bajando ya de los 1.200 metros que nos hemos fijado
para considerar “etapa montañosa” –ver mapas al final de esta obra- Éste es el
último recorrido “montano”. A continuación, los bosques y el monte bajo serán
nuestros compañeros inseparables...
No quisiéramos terminar el presente capítulo
sin dedicar unos comentarios a este último trayecto ya que contiene algunas
singularidades que debemos conocer en aras de conseguir unas etapas
absolutamente gratificantes que guarden en nosotros la impronta de intensas e
inolvidables emociones apenas sentidas con anterioridad. Después de caminar
todo lo que ya habremos dejado atrás al llegar a estas postreras elevaciones,
tendremos una capacidad de observación y una capacidad de “comunicación” con el
propio Camino que, sin duda alguna, nos sorprenderá a nosotros mismos. Nunca,
posiblemente, hayamos sido tan receptivos a todos esos pequeños detalles que
configuran la verdadera esencia de las cosas...
Así, en las dos zonas anteriores
(Pirineos y Montes de León), aunque haya nevado, es frecuente –salvo que las
nevadas sean muy recientes- que se abran caminos a fuerza de las pisadas de
otros peregrinos que nos hayan precedido -¡prácticamente, no queda otra!- Sin
embargo, en el terreno comprendido entre El Cebreiro y Triacastela, la
inmediatez de la pista hace que casi nadie se aventure por la traza del Camino
utilizando, a tal efecto, la propia carretera. Ello implica un evidente y duro
esfuerzo en caso de que queramos continuar por la senda que se recorre en las
demás épocas del año. Para aquellas personas acostumbradas a la montaña y a la
nieve, con esfuerzo, podrán seguirla (dependiendo de la altura de la nieve,
claro) consiguiendo con ello, sin duda, una de las etapas más gratificantes
(sobre todo, teniendo en cuenta que es la última zona “en las alturas”). No
obstante, se deberá considerar –si la nieve presentara problemas- partir la
jornada en dos pues no daría tiempo para llegar hasta Triacastela (son 20,6
kilómetros desde “O Cebreiro”). Una posibilidad sería hacer una jornada hasta
el “Alto do Poio” (8,5 kms) –en principio, hay albergue abierto en invierno- y otra desde aquí hasta Triacastela (12,1 kms) o pernoctar en el
albergue de Hospital (5,5 kms desde el de Cebreiro) y, desde aquí, continuar
hasta Triacastela (15 kms); debiendo salir temprano pues el avance con nieve en
malas condiciones es muy lento y fatigoso.
Por ejemplo, en el invierno
2005-2006, las fuertes nevadas caídas imposibilitaron el tránsito del autor por
la traza histórica en el tramo “Alto do Poio” - Triacastela; si bien hasta aquí -aunque a costa de inmensos esfuerzos-
sí le fue posible. Dado que a los 95 centímetros de nieve “polvo húmeda”
existente se sumaron, en la noche del 24 al 25 de febrero, otros 60
centímetros de “nieve polvo”, resultaba de todo punto inviable proseguir por la
senda jacobea. Por ello, sin mayores problemas, resignándose ante una fuerza
mayor, el peregrino debería proseguir por la carretera hasta la ya mencionada
Triacastela. En ningún momento se sentiría derrotado pues, según se afirmó por
radio y televisión, además de los comentarios efectuados por las personas del
lugar, las nevadas que acababan de caer eran las más copiosas desde hacía unos
15 ó 20 años (repetimos que estos datos corresponden al invierno 2005-2006) De
hecho, el autor también tuvo que realizar un vivac de emergencia en el “Alto do
Poio” dada la tardía hora a la que llegó a este lugar. El retraso –por otra
parte, previsible por la lentitud de la marcha debida a la nieve acumulada-
impedía el descenso hasta Triacastela y por ello optó por vivaquear en esos
lares. Sin embargo, a pesar de haber explanado la zona en la que puso su
minitienda (véase en las fotografías el modelo utilizado) la cantidad de nieve
caída por la noche rebasó totalmente la altura del vivac, tapando por completo
la tienda-vivac con más de un palmo por encima de ella. Por supuesto, hay que
permanecer siempre atentos por la noche y quitar la nieve de la entrada del
“campamento” para que la ventilación sea la adecuada. La experiencia fue, sin
duda, muy gratificante. La aventura, lo inesperado, el desafío es, por
supuesto, parte consustancial de toda determinación de estas características.
Las fotografías obtenidas, los paisajes, las emociones y los “descubrimientos
visuales” compensan con creces cualquier posible “incomodidad”. Los montañeros
saben muy bien de ello.
Por el contrario, el invierno
2006-2007 –que según los registros estadísticos ha sido el más cálido desde que
se tienen anotaciones- no presentó ningún problema en este sentido ya que la
nieve apenas si estaba presente en esta zona.
La prudencia y la sensatez siempre
deberán presidir nuestras decisiones con especial incidencia en esta época del
año. Nunca debemos olvidar esto.
Por cierto: como última “recomendación”
de estos parajes, debemos indicar que, cuando no haya más remedio que transitar
por la carretera, muchas veces es mejor ir caminando por el arcén; es decir,
por encima de la nieve. El motivo es sencillo: a no ser que haga un relativo
calor y no exista ningún riesgo de que se hayan formado placas de hielo sobre
el asfalto, deberemos tener mucho cuidado ya que el agua derretida en las horas
centrales del día, suele discurrir por el firme y cuando comienza a helar, se
forman peligrosas películas de hielo casi invisibles que, a poco que nos
descuidemos, darán con nuestros huesos en el suelo. Estas placas se mantienen
“activas” hasta bien entrada la mañana en el mejor de los casos. En esta
situación, pues, lo ideal es no arriesgarse y caminar por la nieve que se
encuentre inmediatamente al lado de la calzada. Su poco espesor nos propiciará un
cómodo caminar y será suficiente para que no corramos riesgos innecesarios. El
hielo en la carretera es muy traicionero y casi invisible.
Si no tuviéramos más remedio que ir
por el asfalto, utilizaremos nuestro bordón “a modo de radar” para ir
comprobando la accesibilidad de los siguientes pasos.
En síntesis, las tres grandes “áreas
montañosas” (Pirineos, zona de la Cruz de Hierro y zona del Cebreiro)
configuran un desafío y un “cenit” dentro del Camino que no debemos soslayar.
Cada uno, en la medida de sus fuerzas y preparación, disfrutará, sin duda, de
estos maravillosos parajes.
GALERÍA DE IMÁGENES
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